Por las noches Artur Ozerov se volvía Aura. Su refugio era un universo de tacones, maquillaje, purpurina y luces. Al abrigo de una parroquia cómplice, Artur bailaba sobre los escenarios del Lift y el Portum, dos de los clubes de ambiente de Kiev. Era libre, sin preguntas. “Me colocaba una peluca y un vestido y salía al club, a entretener a la gente”, rememora Artur. “Pero eso era antes de la guerra”, advierte. La invasión rusa también ha trastocado la existencia de Artur, enrolado ahora en las filas del ejército ucraniano.
El uniforme castrense ha sustituido a sus noches de destellos, al ritmo de las canciones más queridas por la comunidad LGTBI. Un cambio de vida que ha acometido hasta nueva orden. “No puedo seguir actuando mientras la guerra continua. Mis valores morales no me lo permiten”, reconoce en conversación con El Independiente Artur, de 33 años, durante un receso de sus nuevos compromisos militares. “Me siento incapaz de animar y entretener a la gente en un club cuando existe una guerra alrededor y los civiles mueren a diario”.
Artur, sin embargo, sigue ligado a Aura. Unido a los recuerdos de una ciudad que también ha mudado de piel. Eligió con sumo cuidado su nombre. “Aurum es oro, Ra es el dios solar egipcio. Me gusta decir que la palabra es una combinación de algo 'increíblemente brillante y muy fuerte'. Cada persona tiene su aura. Aura es una imagen creada para inspirar a otros a cambiar”, explica. “Trajo la alegría a mi vida. Fue el momento en el que hallé mi destino, en consonancia con mi mundo interior. El travestismo no es un fetiche ni una perversión; es una suerte de arte. La vida antes de Aura no era tan llena de emociones como lo es ahora”.
No puedo seguir actuando mientras la guerra continua. Mis valores morales no me lo permiten
Una existencia “menos gris y tranquila” que ha quedado en suspenso desde que en febrero la contienda sumiera a su país en una espiral de desplazados y destrucción de la que aún no ha escapado. “Desde el 24 de febrero he cambiado mucho. Me he vuelto más valiente y ya no tengo miedo de hablar sobre mí mismo. Ahora digo abiertamente que soy gay y que una de las facetas de mi vida es ser drag queen”, esboza el joven, empleado ahora de una empresa del ejército.
En las filas del ejército
Artur es uno de los decenas de miembros de la comunidad LGTBI ucraniana que han optado por enfilar el camino hacia el campo de batalla. “No estamos haciendo nada distinto al resto de ucranianos. Servimos en el ejército, ayudamos como voluntarios y trabajamos en nuestros puestos”, explica a este diario Andrii Kravchuk, uno de los trabajadores del Centro Nash Svit de Kiev, dedicado a la defensa de los derechos de un colectivo que sigue padeciendo los rigores de una sociedad conservadora.
La guerra les ha concedido una visibilidad de la que carecían antes del conflicto. Las autoridades ucranianas han destacado en sus redes sociales la implicación de la comunidad y han celebrado su resolución. Ha nacido incluso una asociación de militares LGTBI que promociona el alistamiento. En las trincheras ucranianas, sin embargo, no existe una unidad compuesta exclusivamente por miembros del colectivo. “Los militares LGBTI sirven en unidades militares comunes”, confirma Kravchuk. “Lo intentamos en un principio pero finalmente optamos por integrarnos en unidades ya existentes”, reconoce Viktor Pylypenko, presidente de la asociación de militares LGTBI.
“Existe un logotipo con un unicornio que indica los militares LGTBI, pero es sólo un elemento decorativo que solo se permite llevar fuera de la zona de combate. En el ejército ucraniano hay decenas de emblemas de este tipo, que pueden lucirse junto a los signos formales que indican unidades militares concretas”, indica el activista.
La iglesia ortodoxa ucraniana, que compartía postulados contrarios al movimiento LGTBI con su hermana rusa, ha optado por el mutismo
Desde el centro aseguran no haber detectado “ningún caso de trato homófobo hacia personal militar LGBTI por parte de sus compañeros y comandantes desde febrero”. No oculta, sin embargo, que “tales incidentes ocurrieron antes”. Según el organismo, cuya sede en Kiev sufrió hasta dos ataques a manos de voluntarios en los últimos meses, las actitudes de rechazo a la comunidad han quedado reducidas a “representantes de organizaciones religiosas y de extrema derecha muy pequeñas y marginales, prácticamente invisibles en la sociedad civil ucraniana”.
La iglesia ortodoxa ucraniana, que compartía postulados contrarios al movimiento LGTBI con su hermana rusa, ha optado por el mutismo. “No significa que hayan cambiado fundamentalmente su actitud hacia las cuestiones LGBTI, pero es obvio que ahora se sienten extremadamente incómodas continuando con su política anterior, hostil hacia la comunidad”, opina Kravchuk. “Las declaraciones del patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa asegurando que la lucha contra los 'desfiles de homosexuales' es una de las razones de la reanudación de la agresión rusa contra Ucrania hace que las iglesias ucranianas se distancien de tales manifestaciones”, agrega.
Los desafíos pendientes
“Aunque su número ha disminuido sustancialmente en comparación con años anteriores, desde febrero hemos documentado 29 casos que calificamos como delitos de odio por razones de orientación sexual o identidad de género”, denuncia Kravchuk. En al menos seis de las agresiones los autores fueron identificados como militares de las unidades de defensa territorial adscritas a las fuerzas armadas ucranianas. En la mayoría de los casos el acoso se produjo en los puestos de control. “También hemos contabilizado unos pocos casos vinculados con presuntos miembros de grupos nacionalistas de extrema derecha”.
Habría que lograr la percepción normal y civilizada de la comunidad LGBTI por parte de todos los ciudadanos, y la legalización de las parejas y matrimonios del mismo sexo
En mitad del fragor de la batalla, en un país que trata de digerir las noticias diarias que llegan del frente y las desoladoras instantáneas que dejan los ataques, Artur ha hallado en los pliegues del conflicto el impulso para cumplir con la mudanza pendiente. “La guerra me ha hecho más atrevido. He dejado de tener miedo y sé lo que quiero hacer en el futuro”, desliza.
En las primeras jornadas de las escaramuzas, Artur optó por ser fabricante de féretros
En las primeras jornadas de las escaramuzas, con las tropas rusas acercándose a la región de Kiev, Artur optó por ser fabricante de féretros. “Me resultó muy difícil darme cuenta de que estaba haciendo ataúdes para personas que habían muerto en las refriegas para proteger y liberar zonas cercanas a la capital”, rememora. “Y sigue siendo emocionalmente complicado. He entendido que siempre tengo que hacer todo lo que está a mi alcance para ganar”.
Aún hay batallas por librar. Artur admite que en los confines de Ucrania siguen habiendo retos para el colectivo LGTBI, “una gran familia a la que pertenezco con orgullo”. “Habría que lograr la percepción normal y civilizada de la comunidad LGBTI por parte de todos los ciudadanos, y la legalización de las parejas y matrimonios del mismo sexo. Y también es necesario adoptar una legislación sobre el acoso y otros tipos de abusos y amenazas a las personas LGBTI”, reclama quien está decidido a resistir. “He vivido toda mi vida en Kiev. Y ni siquiera ahora estoy dispuesto a marcharme”.
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