Hubo un tiempo en el que Joe Biden prometía que los saudíes “pagarían el precio” y que les convertiría en “los parias que, en realidad, son”. Sobre sus declaraciones, vertidas durante la campaña presidencial de hace dos años, sobrevolaba aún la sombra del brutal asesinato y desmembramiento del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul. Este viernes el presidente estadounidense, en cambio, ha extendido la alfombra roja al régimen saudí. Procedente de Israel, Biden ha aterrizado en la costera Yeda, a orillas del mar Rojo, para reunirse con el controvertido príncipe heredero Mohamed bin Salman, en un contexto marcado por la guerra en Ucrania y la búsqueda de alternativas al petróleo ruso.
Con los detalles más sórdidos del calculado magnicidio de Khashoggi emergiendo junto a los estragos de los bombardeos de la coalición saudí en Yemen, Biden llegó incluso a declarar que revaluaría los lazos de Washington con Riad. La incógnita era si, como habían asegurado desde la Casa Blanca, los protocolos aún vigentes por la propagación del coronavirus le librarían de la foto que todos buscaban: la de un apretón de manos entre Bin Salman, el treinteañero que rige “de facto” los designios del país árabe, y el demócrata que una vez prometió trabajar para su ostracismo internacional.
Biden le sigue considerando responsable de ordenar el asesinato de Khashoggi
Finalmente, tras su llegada la tarde de este viernes a Yeda, donde permanecerá hasta este sábado, Biden y Bin Salman han optado por una opción intermedia. En lugar del apretón de manos, que sí ha ofrecido a su padre Salman, de 86 años y con un delicado estado de salud, el demócrata, de 79 años, y el heredero saudí, de 36, han firmado un choque de puños.
En su encuentro posterior, Biden ha asegurado haber abordado el asesinato de Khashoggi, del que la CIA llegó a responsabilizar al heredero. "Lo planteé al principio de la reunión, dejando claro lo que pensaba en ese momento y lo que pienso ahora", ha manifestado. "Fui franco y directo al hablar de ello. Dejé muy clara mi opinión. Dije sin rodeos que el hecho de que un presidente estadounidense guarde silencio sobre una cuestión de derechos humanos es incoherente con lo que somos y con lo que yo soy. Siempre defiendo nuestros valores". Según el demócrata, Bin Salman negó cualquier implicación en el homicidio. "Básicamente dijo que no era personalmente responsable de ello", ha indicado. "Le indiqué que creía que lo era", ha añadido.
“Bin Salman sigue intimidando a la disidencia en suelo estadounidense. Y lo hace porque no pagó por las cosas que hizo antes, entre ellas el asesinato de Khashoggi”, señala a El Independiente Abdalá Alaoudh, hijo de un conocido clérigo encarcelado, desde su exilio estadounidiense.
Bin Salman sigue intimidando a la disidencia en suelo estadounidense. Y lo hace porque no pagó por las cosas que hizo antes, entre ellas el asesinato de Khashoggi
Abdalá Alaoudh, hijo de un clérigo saudí encarcelado
Su padre Salman Alaoudh, un reformista que abogó por el respeto a los derechos humanos, permanece arrestado desde hace un lustro y es una de las decenas de críticos que fueron enviados a la cárcel en la represión que inauguró el meteórico ascenso de Bin Salman tras el golpe palaciego de 2017 que le catapultó a la primera línea sucesoria. “Biden ha declarado que visita Arabia Saudí en busca de la paz. ¿A qué clase de paz se refiere cuando nos reprimen, vigilan y mi padre va camino del corredor de la muerte? Cuando se le visita, lo único que se consigue es envalentonarlo y que sea más brutal. Boris Jonhson estuvo hace tres meses y durante su periplo Bin Salman decidió ejecutar a 81 personas en un día, la mayor ejecución en la historia de la Península Arábiga”, agrega Alaoudh.
Un viaje polémico
El demócrata ha reconocido en público ser consciente del grado de rechazo que suscita su escala en Yeda, después de que fueron los propios servicios de inteligencia estadounidense los que apuntaran hacia la implicación del heredero saudí en la misión de capturar y asesinar a Khashoggi. “Sé que hay muchos que no están de acuerdo con mi decisión de viajar a Arabia Saudí. Mis opiniones sobre los derechos humanos son claras y de larga data, y las libertades fundamentales están siempre en la agenda cuando viajo al extranjero", escribió Biden en una columna publicada la semana pasada en The Washington Post, el rotativo en el que una vez colaboró Khashoggi, un periodista bien conectado durante décadas con Riad y que abandonó su país alarmado por la agresividad del joven príncipe heredero. A juicio de Biden, su objetivo era reorientar y no quebrar las relaciones con una nación que ha sido un socio estratégico de Washington durante 80 años.
Unos lazos que la coyuntura internacional ha reconducido. La administración demócrata, en horas bajas de popularidad, busca la complicidad saudí en un contexto marcado por la invasión rusa de Ucrania y la dramática subida de los precios de los hidrocarburos, la amenaza en el horizonte de la interrupción del gas ruso en Europa y una escalada inflacionista que puede alimentar el descontento y anticipa un invierno convulso. El presidente subraya el papel de Riad en la reconciliación de las monarquías del golfo Pérsico tras el bloqueo a Qatar; el alto el fuego en Yemen después de liderar durante años la coalición que bombardeó el país más pobre de la región y los esfuerzos para estabilizar el mercado energético como líder de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP).
“Biden necesita la ayuda saudí y del resto de la OPEP. La inflación en EE.UU. aumentó hasta el 9,1% interanual en junio, marcando el ritmo de crecimiento más rápido desde noviembre de 1981 y los precios de la energía, especialmente la gasolina, contribuyeron a ese aumento”, sostiene James Swanston, economista de la firma Capital Economics. “El índice de aprobación de Biden ha caído a su nivel más bajo desde que asumió el cargo y en noviembre se celebran las cruciales elecciones de mitad de mandato. En su reunión con Bin Salman, Biden seguramente presionará para que Arabia Saudí aumente su producción de petróleo e influya en los países de la OPEP para que hagan lo mismo, en un intento de ejercer más presión a la baja sobre los precios del petróleo”, pronostica el experto.
En su reunión con Bin Salman, Biden seguramente presionará para que Arabia Saudí aumente su producción de petróleo e influya en el resto de los países de la OPEP
Y, con el viento a favor, la monarquía saudí, que ha invertido grandes sumas de dinero en tratar de limpiar su imagen internacional, se deja querer. “Su visita es una clara indicación de que Arabia Saudí es un socio clave para EE.UU. en Oriente Próximo. La importancia de esos lazos es incluso más vital para Washington tras la guerra en Ucrania”, advierte el analista Ghanem Nusiebeh en declaraciones a este diario. “Ambos países han acordado hacer progresos en la era post-Khashoggi. Hoy básicamente las relaciones están dominadas por la realpolitik”, desliza.
Un socio que se deja querer
Biden protagonizará un hito en el propio trayecto que le llevará hasta la que presume de ser la ciudad más liberal de un reino conservador que bajo la “manu militari” de Bin Salman trata de vender su aperturismo, con el permiso a las mujeres para conducir; la instalación de salas de cine y conciertos tras décadas de rigurosa prohibición; la relajación del sistema de tutela masculina sobre la población femenina. Será el primer presidente estadounidense que vuele directamente desde Israel a Yeda en lo que desde la Casa Blanca consideran un pequeño símbolo de "las relaciones en ciernes y los pasos hacia la normalización" entre Israel y el mundo árabe. Arabia Saudí no se ha sumado al establecimiento de lazos diplomáticos que inauguraron Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, pero podría ser el siguiente.
A Tel Aviv y Riad les une un adversario común: Irán y su influencia regional, desde la agitada y deteriorada situación política y social del Líbano hasta su conexión con el grupo rebelde chií de los hutíes en Yemen o el apoyo sin fisuras al régimen de Bashar Asad en Siria o su implicación en las milicias chiíes en el complicado laberinto iraquí. “En un mundo con tal grado de polarización, EE.UU. no puede permitirse que los saudíes no estén de su lado y esta visita va más allá de la rehabilitación. Es una reafirmación de la asociación mutua”, alega Nusiebeh.
En un mundo con tal grado de polarización, EE.UU. no puede permitirse que los saudíes no estén de su lado y esta visita va más allá de la rehabilitación
Ghanem Nusiebeh, ANALISTA
Biden toma tierra en Arabia Saudí cuando su familia real se jacta de haber iniciado una rápida sucesión de cambios sociales, con una población mayoritariamente joven. Una ola de reformas que también incluye la apuesta por el turismo internacional, la privatización parcial del gigante petrolero estatal Aramco o la celebración de eventos deportivos internacionales. Durante las semanas previas, los familiares de los detenidos en el reino han pedido sin éxito que el demócrata condicionara su viaje. “Es el último paso hacia la plena rehabilitación de Bin Salman”, lamenta Seth Binder, director de sensibilización del Proyecto para la democratización de Oriente Medio (Pomed, por sus siglas en inglés).
“El príncipe heredero ha tratado agresivamente de reparar su imagen y volver a ligarse a la comunidad internacional, desde inversiones estratégicas de su fondo soberano hasta la invitación a celebridades internacionales para que actúen allí”, rememora Binder. “Y a pesar de que el Gobierno estadounidense reconoce que Bin Salman tiene las manos manchadas de sangre, su encuentro de Biden enviará una fuerte muy señal a todo el mundo, intencionada o no, de que Bin Salman puede ser abrazado y acogido en cualquier círculo”, concluye.
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