La de Mamuka Mamulashvili es una misión familiar, heredada de su padre y sin visos de acabar nunca. “Soy de Georgia y he estado en guerra con Rusia durante los últimos 30 años”, reconoce Mamulashvili en conversación con El Independiente desde una posición en Ucrania que rehúsa desvelar. Desde hace siete años lidera la apodada Legión Georgiana, la unidad de uniformados extranjeros más numerosa de las que luchan en suelo ucraniano contra la agresión rusa.
“Mi padre era militar cuando Georgia se enfrentó por primera vez a Rusia en 1992. Yo mismo estuve en las líneas del frente y luché junto a él. Tenía solo 14 años. Luego fui hecho prisionero y decidí dedicar mi vida a luchar contra Rusia”, rememora el comandante de 44 años. En 2014, con Moscú anexionándose la península de Crimea y los separatistas prorrusos lanzando las primeras embestidas en la región oriental del Donbás, estableció junto a otros camaradas una legión que se ha convertido en modelo para las unidades extranjeras formadas al calor de la invasión a gran escala del pasado febrero.
A todos les une su determinación de luchar por la democracia y las libertades
Un millar de hombres
“En nuestro caso tuvimos que suspender el proceso de reclutamiento hace dos meses. Nos llegaban demasiadas solicitudes, por cientos cada día y de todos los puntos del planeta, pero no podíamos asumir más. Somos ya una unidad muy grande”, arguye Mamulashvili. A sus órdenes se encuentra alistado más de un millar de combatientes. “Muy al principio éramos solo soldados georgianos, pero luego comenzaron a sumarse de otras nacionalidades porque tenemos una buena reputación y todo el mundo nos conoce. Hemos recibido a muchos occidentales durante estos siete años hasta convertirnos en la formación con más efectivos”, presume su líder.
Unas treinta nacionalidades integran hoy las filas de la Legión Georgiana
El batallón, en el que se han enrolado al menos tres españoles, dejó de ser una unidad de voluntarios hace más de un lustro. “En 2016 el presidente ucraniano firmó un decreto que nos obligó a ser parte de las fuerzas armadas y a integrarnos en el ejército”, confirma. Desde entonces las armas, los equipos y el salario son proporcionados por el país de acogida. “Recibimos un sueldo como cualquier otro soldado ucraniano. El máximo son unos mil dólares pero se trata de algo más simbólico que otra cosa. No estamos aquí por el salario que nos ofrecen”, apostilla quien antes de su incursión ucraniana fue asesor del ministerio de Defensa de Georgia.
Unas treinta nacionalidades integran hoy las filas de la Legión Georgiana, que ofrece contratos de seis meses de duración prorrogables. “El segundo grupo más importante son británicos y estadounidenses, tanto hombres como mujeres”, esboza. “A todos les une su determinación de luchar por la democracia y las libertades. Nosotros por nuestra parte le ofrecemos formación para comunicarse con el resto de los miembros del escuadrón”. Entre sus filas, se cuentan militares que estuvieron destinados a misiones en Irak o Afganistán. “Muchos de ellos tienen experiencia de combate”, advierte.
Tres nacionalidades han sido vetadas en los procesos de selección de personal. “No aceptamos rusos, tampoco armenios ni bielorrusos. Hemos recibido solicitudes pero son países demasiados cercanos a Rusia”, replica. “Desde febrero no hemos tenido que lamentar bajas, pero antes de esa fecha perdimos a doce compañeros”, admite Mamulashvili, que se jacta de dirigir la unidad “más equipada y preparada” del ejército ucraniano.
Operaciones especiales
“No estamos trabajando como una brigada de infantería sino que estamos centrados en operaciones especiales. Nuestro objetivo es destruir centros de comando y posiciones logísticas rusas. Estamos repartidos por todos los frentes de la guerra”, detalla Mamulashvili, consciente de las dificultades que afrontan sus hombres. “Resulta muy complicado trabajar porque las fuerzas rusas están usando ampliamente la artillería. Lo más terrible es que muchos civiles están muriendo durante estos ataques de artillería pesada. A nosotros no nos hace mucho daño porque somos militares profesionales y sabemos cómo actuar en un campo de batalla”.
“Pero, por desgracia, muchos niños y mujeres están muriendo en el frente. Cada día de retraso en la entrega de los sistemas HIMARS a Ucrania solo significa más y más víctimas civiles. La cuestión del tiempo es muy importante para Ucrania”, agrega quien no guarda ninguna compasión con los soldados rusos que luchan al otro lado de las trincheras.
“Son mercenarios. No hay soldados en el bando enemigo”, responde categórico. “Es un enemigo terrorista, completamente incivilizado. Son manadas que matan a los civiles. Esa es la verdadera cara del llamado ejército ruso. No es un ejército. Es un grupo de gángsters que están matando a civiles o violando mujeres y niños y destruyendo todo lo que encuentran a su paso”. Y añade: “Lo que está sucediendo ahora es muy similar a lo que acaeció en Georgia o Chechenia en el pasado. Rusia lo hace en cualquier lugar, con las mismas tácticas de bombardear zonas civiles”.
En deuda con Ucrania
A su juicio, Ucrania -el país que se ha convertido en su hogar, lejos de la familia- sigue precisando de artillería pesada. “Los HIMARS son una herramienta muy necesaria y está ya marcando la diferencia a pesar de contar con tan solo cuatro unidades en funcionamiento”, opina. “Necesitamos sistemas de defensa aérea, como MIM-104 Patriot, y más unidades de HIMARS. Con más recursos, podremos acabar con el problema con Rusia. En un mes podríamos recuperar los territorios ocupados por Rusia. Que no le quepa duda de que toda Ucrania será liberada”.
Los ucranianos fueron los únicos voluntarios que vinieron a apoyar a Georgia en la década de 1990
“Soy optimista porque ya hemos empezado a ganar la batalla. Personalmente estamos preparados para la contraofensiva en el sur y el este. La única cuestión que nos debilita son los ataques aéreos y la ausencia de sistemas de artillería”, comenta. “Si no detenemos a Rusia aquí, mañana la guerra podría asomar por España. Rusia es un estado terrorista y llevará la guerra hasta donde le dejen”, argumenta, al tanto de las remesas de armas que han ido proporcionando los países europeos.
Mamulashvili no ha pensado, en ningún caso, en arrojar la toalla y regresar a casa. Le une a Ucrania un sentimiento de gratitud. “Los ucranianos fueron los únicos voluntarios que vinieron a apoyar a Georgia en la década de 1990 y el ejército ucraniano salvó la vida de muchos refugiados de mi país que, en otras circunstancias, habrían sido asesinados por los rusos. Nuestra decisión es permanecer con los ucranianos en estos tiempos difíciles y ayudarles ahora a defender su libertad. Vamos a seguir luchando, cueste lo que cueste”.
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