Roman Kotsiuk siente nostalgia de los veranos que la guerra se ha llevado por delante. “Ha sido el peor verano de mi vida”, dice este ucraniano de 39 años que hasta el inicio de la invasión rusa se dedicaba al kitesurf. Su escuela, plantada en mitad de un pintoresco rincón del país, era un negocio próspero, agitado por la llegada cada estío de miles de turistas en busca de viento y aventuras. “Estábamos creciendo, pero todo ha quedado destruido”, lamenta con evidente amargura.
Las instalaciones en las que Roman puso todos sus ahorros se hallan ahora en territorio enemigo, en la provincia de Jersón, escenario desde hace una semana de una ofensiva ucraniana que trata de recuperar el terreno perdido. “Cuando se ha perdido todo, a uno solo le queda ser optimista”, comenta Roman, uno de los millones desplazados por la contienda. “Para mí el kitesurf no solo era un negocio. Era también un estilo de vida que me ayudaba a ganar dinero al mismo tiempo”, evoca.
A sus 39 años, Roman administraba una de las atracciones turísticas de Ivanivka, una localidad de 4.000 habitantes situada al oeste de Melitopol. Un lugar con "las condiciones óptimas para la actividad". “Nuestros clientes eran como de la familia. Procedían no solo de Ucrania sino de todas partes del mundo, desde Moldavia hasta España o Emiratos Árabes Unidos. Cada vez eran más los visitantes. De hecho, el año pasado invertí en la construcción de un pequeño alojamiento y había comprado nuevos equipos para ampliar la oferta de las actividades”, agrega.
He perdido todo lo que había conseguido en quince años de duro trabajo
“La gente solía venir a aquí a practicar el kitesurf y pasar tiempo observando la naturaleza. Teníamos una zona de bosque y zonas más desérticas”, explica Roman a propósito de su pequeño paraíso, al que no ha regresado desde diciembre, cuando concluyó la temporada. “Tengo algunas noticias a través de los vecinos que han permanecido allí, pero no son buenas”, murmura.
“Parte de los equipos han sido robados, pero no sé la extensión de las pérdidas. Espero que sea el último robo que sufro”, dice con escasa confianza. Estima que sus pérdidas económicas superan ya los 320.000 euros. “Era todo lo que había conseguido en quince años de duro trabajo”, detalla. “Ni siquiera sé si podré recuperarlos, si el gobierno ucraniano o algún organismo internacional podrá ayudarnos”, indica quien engrosa la interminable lista de damnificados por un conflicto que, según las previsiones, contraerá la economía local un 40 por ciento a finales de este año.
El turismo, arrasado
El turismo, que representaba el 1,4 por ciento del PIB ucraniano antes del conflicto, era un sector al alza, hoy completamente devastado. El país recibía anualmente unos tres millones de visitantes. Según la Organización Mundial del Turismo, un conflicto largo y enquistado en el tiempo -el escenario al que parece dirigirse la invasión- podría generar pérdidas por valor de unos 14.000 millones de euros a nivel global.
Unas perspectivas sombrías que Roman confirma. El negocio que había levantado se halla a unos 700 kilómetros de un frente reactivado en la última semana por el intento de Kiev de quebrar meses de parálisis e iniciar una reconquista incierta. Nadie, ni siquiera los uniformados ucranianos, espera una victoria rápida. Según el ejército ucraniano, que ha proporcionado pocos detalles de las operaciones, se trata de ahogar progresivamente a las tropas rusas, cortando su conexión con la orilla occidental del río Dnipro y abortando así el suministro de tropas y el reabastecimiento de armas.
Un paisaje perdido
E, incluso en el caso de que Roman pueda regresar, el paisaje que antes atraía a sus clientes habrá cambiado. El conflicto ha ido dejando sus huellas en este medio año de escaramuzas. “El paisaje ya no es el que era. Se han producido incendios y se ha destruido el bosque”, narra quien, al tanto de las heridas ocasionadas por los combates, ha optado por pasar página.
Hay muy pocas oportunidades y los sueldos son muy bajos
Desde que estallara la guerra, reside en Rivne, una ciudad de 250.000 habitantes situada en el oeste de Ucrania, lejos de la actividad bélica. Litiga, sin embargo, con una de sus más dramáticas consecuencias: un desempleo sin precedentes, que se ha disparado hasta el 35 por ciento. “Hay muy pocas oportunidades y los sueldos son muy bajos, poco más de 100 euros mensuales. He encontrado trabajo en el sector tecnológico. Quiero orientar mi vida en otra dirección”, señala en un receso del trabajo.
“Éste ha sido el primer verano que paso en la ciudad en años y me siento extraño”, desliza. Lejos de de casa, de ese rumor del viento que le había acompañado durante años. “Son tiempos de guerra. Los rusos nos han robado hasta el verano. Ahora nos basta con sobrevivir. La nuestra es eso, una batalla por la supervivencia”, concluye.
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