La primera y más evidente conclusión es que una guerra convencional entre Estados es todavía posible en Europa. La ilusión de que, tras la Segunda Guerra Mundial, un gran conflicto armado era impensable en el Viejo Continente era simplemente eso: una ilusión, que ya fue sacudida durante las guerras de la antigua Yugoslavia en los años noventa y que se ha desvanecido totalmente en el siglo XXI.
La segunda conclusión es una derivada lógica de la anterior. Si la guerra ha vuelto es porque los complejos mecanismos de seguridad, distensión y disuasión establecidos durante la Guerra Fría y después de ella han fracasado.
La reconstrucción de esa arquitectura de seguridad es una de las tareas más apremiantes de la posguerra
En algunos casos puede ser incorrecto acusar de fracaso, ya que muchos de esos mecanismos, desde el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF) al de Cielos Abiertos, pasando por el de Fuerzas Convencionales en Europa (FACE), fueron primero descuidados y después abandonados por unos o por otros. La reconstrucción de esa arquitectura de seguridad será una de las tareas más apremiantes de la posguerra, sea cual sea el resultado del conflicto. La Federación Rusa y la OTAN seguirán estando allí, como lo estarán Ucrania, los países bálticos o el Cáucaso, y habrá que encontrar un equilibrio de seguridad que sea al menos aceptable para todas las partes.
El fallo de la disuasión ha tenido mucho que ver con dos excesos de confianza. Por un lado, el que han mostrado los europeos en que Rusia no recurriría en ningún caso a un uso masivo de sus fuerzas militares convencionales. Por otro, el que ha experimentado Rusia creyendo que ese uso masivo le iba a dar una superioridad absoluta e incontestable. La disuasión está concebida para que un potencial adversario con contenciosos pendientes no sucumba a la tentación del uso de la fuerza para resolverlos, ante el probable alto coste de esa decisión. Putin ha interpretado que Europa y Estados Unidos eran débiles y que sus líderes, sus maquinarias militares y sus opiniones públicas no resistirían una guerra. En consecuencia, ha sucumbido a la tentación de usar la fuerza para conseguir sus objetivos.
Putin ha sucumbido a la tentación de usar la fuerza para conseguir sus objetivos
La lección parece aprendida, ya que Alemania, el ejemplo más evidente de disuasión débil, ha decidido cambiar de rumbo y convertirse en potencia militar creíble. Países tradicionalmente neutrales, como Suecia o Finlandia, se inclinan claramente hacia la OTAN. La primera regla de toda estrategia es nunca quedarse aislado, y parece que la agresión rusa ha servido para recordarla. Falta ahora que el impulso generado por la guerra ni se pierda ni se exagere y se llegue a un sistema de disuasión europeo tan creíble como sostenible. Tanto la OTAN como la UE están destinados a tener un papel relevante en ese sistema.
La angustia de la pequeña o media potencia que debe enfrentarse a la agresividad de un gigante geopolítico ha quedado de nuevo en evidencia y ha reavivado la vieja polémica sobre la proliferación nuclear. Si Ucrania hubiese mantenido algunas de las armas nucleares a las que renunció en los años noventa no hubiese sido invadida por Rusia, al menos no en los brutales términos en los que se ha desarrollado esta invasión. Son argumentos para que Estados como Irán o Corea del Norte se reafirmen en sus esfuerzos, culminados o no, de convertirse en potencias nucleares. También un acicate para que otros Estados que se sienten bajo amenaza, desde Arabia Saudí hasta Argelia, terminen por inclinarse hacia la opción nuclear.
Las alianzas defensivas han demostrado también su utilidad, y la OTAN específicamente ha salido fuertemente reforzada. Es evidente que Ucrania tampoco hubiese sido agredida caso de haberse incorporado a la Alianza Atlántica, aunque a algunos Estados europeos su pertenencia a la OTAN no les ha librado de amenazas y agresiones híbridas. En el plano meramente convencional, no obstante, la guerra en Ucrania ha mostrado lo recomendable que resulta que la seguridad de potencias medias y pequeñas esté cubierta por el seguro de la pertenencia a una alianza defensiva creíble, y pocas más creíbles que la que viene refrendada por la primera potencia militar global.
Ucrania sobrevivió a la primera embestida rusa porque supo salvaguardar razonablemente intacta su capacidad de actuar de manera coherente
Bajando al terreno de las operaciones militares, es evidente que algunos principios clásicos se han visto consolidados. Ucrania sobrevivió a la primera embestida rusa porque supo salvaguardar razonablemente intacta su capacidad de actuar de manera coherente en el plano militar y político. Su sistema de mando, control y comunicaciones aguantó y permitió ejecutar una acción coordinada y eficaz contra la invasión. Por el contrario, los fallos y los descuidos en el sistema ruso de mando y control, algunos realmente sorprendentes como la ausencia de una autoridad militar única en el teatro de operaciones, condenaron la operación al fracaso.
Un sistema de mando, control y comunicaciones eficaz y resiliente requiere por supuesto tecnología y un buen diseño técnico, pero también otras cosas. Una de las más importantes es la cultura de la iniciativa, que anima a cada miembro de las Fuerzas Armadas a proteger y recuperar su enlace con la autoridad superior o sus subordinados utilizando lo que sea necesario, incluso lo que no resulta ortodoxo o reglamentario. También a decidir por sí mismo cuando las ordenes no puedan llegar, utilizando su juicio para decidir la mejor acción posible dentro del esfuerzo general. Y en ninguna circunstancia quedarse simplemente inactivo ante la falta de órdenes o enlaces.
La guerra en Ucrania ha mostrado también que el número sigue importando, y que no se puede ocupar un país de tamaño medio sin un número suficiente de fuerzas o un aliado local que ponga parte de los recursos humanos sobre el terreno. Los norteamericanos ya tuvieron oportunidad de comprobar este principio en Irak y Afganistán. La tecnología puede compensar en alguna medida la escasez de efectivos humanos, pero solo hasta cierto límite.
Las Fuerzas Armadas rusas iniciaron su campaña con efectivos insuficientes y el fracaso de la primera fase de las operaciones, que pretendía provocar el colapso del liderazgo ucraniano mediante una operación rápida, provocó indirectamente el fracaso también de la segunda fase: una invasión convencional para la que nunca se dispuso de suficientes tropas.
Los ejércitos del siglo XXI son pequeños y rara vez pueden acumular fuerzas suficientes para tareas de conquista
Los ejércitos del siglo XXI son pequeños y rara vez pueden acumular fuerzas suficientes para tareas de conquista y ocupación prolongadas. Una lección aprendida respecto a esta limitación es que la existencia de reservas y la capacidad de movilización siguen siendo importantes. Los pequeños ejércitos profesionales europeos se agotarán rápidamente en operaciones convencionales de alta intensidad y necesitarán recibir refuerzos con urgencia. Aunque la movilización de reservas es algo que en Europa puede sonar a conflictos del siglo XIX y XX, y producir espanto en la opinión pública, hay que comprender que cierta capacidad de movilización es necesaria para poder mantener una defensa creíble.
Algo parecido puede decirse de los suministros y equipos. El conflicto ucraniano nos ha recordado los enormes consumos de munición y combustibles de una guerra convencional, y la terrible velocidad a las que se destruyen equipos complejos, muy difíciles y costosos de fabricar. La existencia de una industria de defensa capaz de proporcionar productos clave y la capacidad de adaptar rápidamente la industria nacional a las necesidades de un conflicto armado siguen siendo conceptos necesarios en la defensa nacional del siglo XXI.
En el campo de batalla, la interconexión entre sensores, plataformas de combate, centros de gestión y medios de fuego sigue demostrándose esencial. La guerra convencional es un enfrentamiento entre sistemas organizados en red y el que alcanza una interconexión más fiable y eficiente es el que obtiene la ventaja. Las nuevas tendencias apuntan a sensores y plataformas nuevas, en muchos casos no tripuladas, y en general más baratas, sencillas y flexibles que sus predecesoras. En cualquier caso, las plataformas en sí ya no son tan importantes como el sistema en el que se integran.
La guerra electrónica se convierte en un elemento absolutamente esencial de las operaciones
En el conflicto se han visto drones comerciales destruyendo equipos que costaban millones de dólares y atormentando con su presencia y su hostigamiento permanentes a combatientes que terminaban desmoralizados. Los “ataques de enjambres” de sistemas pequeños, baratos y desechables, pero que utilizan tecnologías avanzadas de observación y comunicaciones y pueden realizar ataques letales con mucha precisión, parecen ser el futuro. Los drones TB2 turcos, relativamente baratos, se han mostrado mucho más eficaces operativamente que aviones de ataque como el Su-27 o el Su-34, mucho más caros y complejos.
La guerra electrónica se convierte en un elemento absolutamente esencial de las operaciones, pues es el instrumento que puede garantizar la seguridad de las comunicaciones propias a la vez que interfiere las enemigas. Las acciones de interferencia de señales son una de las soluciones contra sistemas no tripulados que necesariamente requieren de un sistema de guía por ondas electromagnéticas. La anulación de las señales de los satélites de posicionamiento global es también esencial para anular o disminuir la eficacia de armas tan temibles como misiles balísticos o de crucero, así como de una enorme variedad de municiones guiadas aéreas y de artillería.
La gestión de la información resulta también clave en la conducción de operaciones militares que son seguidas minuciosamente por la opinión pública. La información que se proporciona en las ruedas de prensa, en los comunicados oficiales, en las redes sociales o en las comparecencias de los líderes políticos o militares, puede inclinar la percepción de la marcha del conflicto en un sentido o en otro. Los comunicadores ucranianos han sido más eficaces en este aspecto, dominando la información que se distribuye sobre las acciones armadas en las redes sociales sin perjudicar por ello a la seguridad de las operaciones.
Vídeos de combates y equipos enemigos destruidos, junto a declaraciones de soldados, civiles y políticos cuidadosamente estudiadas y oportunamente emitidas han dado la imagen de un desastre ruso mayor del que realmente se ha producido. Sus adversarios, pese a las expectativas de una campaña de información muy bien planificada, no han estado a la altura, actuando tarde y en muchos casos a remolque de las informaciones proporcionadas por los ucranianos. La guerra de la información ha sido uno de los aspectos en los que el éxito de Kiev ha sido mayor.
La guerra de la información ha sido uno de los aspectos en los que el éxito de Kiev ha sido mayor
Aunque no han tenido gran relevancia en la invasión rusa de Ucrania, los ciberataques se adivinan como un instrumento de primer orden en cualquier conflicto futuro. Los proveedores de internet ucranianos han sufrido repetidos ataques que, no obstante, solo han conseguido interrupciones de servicio por tiempo limitado.
Los ataques físicos, sobre todo con misiles, contra infraestructuras eléctricas han causado también cortes temporales del servicio en algunas regiones ucranianas, pero no se ha producido el temido colapso cibernético. Ha contribuido a ello el apoyo prestado por la empresa Starlink, de Elon Musk, que ha desplegado parte de su red de minisatélites para poder proporcionar máxima cobertura al territorio ucraniano. Una campaña de ciberataques con más medios y mejor metodología podría haber causado serios contratiempos tan- to al Gobierno ucraniano como a sus Fuerzas Armadas.
En definitiva, viejos y nuevos conceptos se mezclan en un análisis inicial del conflicto desde el punto de vista militar. Es evidente que estamos asistiendo a lo que se suele llamar una Revolución en los Asuntos Militares y que materiales, procedimientos y mentalidades tendrán que adaptarse a ello. A la vez, también es cierto que los viejos principios: unidad de acción, iniciativa, superioridad moral o capacidad de sostenimiento siguen estando vigentes. La guerra es siempre una catarsis que hace avanzar al mundo sobre montañas de ruinas, modificando el futuro de la ciencia, las sociedades humanas y los propios individuos, pero en cada una de sus reencarnaciones sigue apoyándose esencialmente sobre los mismos pilares.
José Luis Calvo Albero es coronel de Infantería del Estado Mayor, destinado en la Secretaría General de Política de Defensa como director de la División de Coordinación y Estudios. Ha sido profesor de Estrategia y Teoría de la Guerra en el US Army War College en Pensilvania y en la Escuela de Guerra del Ejército en Madrid. Participó en operaciones en Bosnia-Herzegovina y Afganistán.
El artículo es un extracto de 'La guerra de Ucrania: Los 100 días que cambiaron Europa', publicado por Los Libros de la Catarata.
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