Miércoles, 26 de junio de 2019, Moscú
La coreografía para una entrevista con Vladímir Putin es propia del ballet del Bolshói; todos los pasos se ensayan, nada se deja al azar. Esta noche, nuestro escenario es la sala del gabinete en el edificio del Senado del Kremlin, junto a la plaza Roja. Es una habitación imponente con estatuas de los cuatro grandes zares imperiales: Nicolás I, Alejandro II, Catalina la Grande y Pedro el Grande, que contemplan el escritorio del presidente. La entrevista del Financial Times con Putin tendrá lugar en una pequeña mesa redonda cercana, será grabada por la televisión rusa y emitida la noche siguiente. Es su primera entrevista seria con una publicación occidental en varios años.
He preparado más de lo habitual esta entrevista. Bill Burns, exembajador estadounidense en Moscú y uno de los mejores diplomáticos de carrera de su generación, me ha ayudado con recomendaciones sobre la psicología de Putin. Bob Zoellick, mi mentor durante tres décadas y también experto en Rusia, me ha aconsejado que no entre al trapo y evite un estilo inquisitorial. Tony Barber, excorresponsal de Reuters en Moscú, ha respondido amablemente a mi petición de ayuda para la entrevista, incluida la que resultaría la pregunta del millón.
Poco después de las seis y media de la tarde, Henrietta, nuestra intérprete rusa, llega a la recepción del hotel Metropol. Henry Foy, el jefe de la delegación del FT en Moscú, dice que es la mejor de la ciudad, que en 2011 fue seleccionada como intérprete de David Cameron durante su primer viaje a Moscú. Tengo la intención de preguntarle a Putin por el intento de asesinato de Serguéi Skripal, el ex agente doble del GRU. ¿Conoce Henrietta la frase «juego limpio»? Sí, pero quizá ella no utilizaría esas palabras con el presidente.
Una figura baja, compacta, con cierta arrogancia
Como de costumbre, Putin llega tarde. Luego, la convocatoria oficial. Mientras hacemos un viaje en taxi de cuatro minutos hasta el Kremlin, fuera está diluviando. Después de mis entrevistas con Dmitri Medvédev y Serguéi Ivánov, reconozco vagamente los inmensos pasillos con alfombras rojas. Entramos en una gran sala con las paredes pintadas de amarillo, techos de estuco blanco y una mesa llena de pasteles, dulces, té y café que en privado apodaré la suite Polonio. Desde ahí contemplamos la grandeza de la sala del gabinete. Entran cuatro temibles guardias de seguridad que estudian a los visitantes extranjeros y ocupan cuatro sobrias sillas de madera. Durante la próxima hora, Henry y yo nos quedamos de pie, de cháchara con los lacayos del Kremlin.
Tres horas más tarde, justo después de las once y media de la noche, hace su entrada Vladímir Putin. Una figura baja, compacta, con cierta arrogancia. «Bienvenido al Kremlin, señor Barber», dice en un inglés apenas perceptible. (¿Qué pasa con estos autócratas que siempre hablan en voz baja?)
«Gracias, señor presidente», respondo en inglés, antes de pasarme al alemán.
L. B.: «Me alegro de verle de nuevo, tras la cena en que coincidimos en Londres en 2013».
V. V. P. (pasándose al alemán): «¿Dónde aprendió alemán?».
L. B.: «Siendo estudiante en Alemania hice de traductor e intérprete. Pero estudié en Oxford: alemán e historia moderna».
V. V. P.: «¿Qué es la historia moderna?».
L. B.: «En Oxford, en mis tiempos, la historia moderna empezaba en el año 300 después de Cristo».
V. V. P. (con una mirada inexpresiva): «¿Qué cree usted que es la historia moderna?».
L. B. (breve pausa mientras lo pienso): «Todo lo que ha pasado desde 1989».
V. V. P.: «Muy bien, empecemos»
Quien no asume riesgos nunca bebe champán
VLADIMIR PUTIN
Durante los siguientes noventa minutos, la entrevista se desarrolla con lentitud. Le pregunto a Putin si a medida que pasaba más tiempo en el poder, aumentaban sus ganas de asumir riesgos. El riesgo siempre debe estar bien justificado, responde. «Pero no es así cuando se puede utilizar la frase rusa: “Quien no asume riesgos nunca bebe champán”.» La clásica doble negación del KGB.
Cuando le pregunto a Putin por la implicación rusa en Venezuela, aparece un destello de irritación en su cara, por lo demás inexpresiva. «Parecía que habíamos empezado tan bien…», dice, con lo que parece más tristeza que irritación. Le pregunto si Serguéi Skripal es juego limpio.
Putin permanece imperturbable, se niega a que le provoquen. Elude las preguntas, habla con generalizaciones y después, casi como una ocurrencia, dice: «Esta historia de espías no vale ni cinco kopecks…».
La traición es el peor delito posible, y debe castigarse a los traidores
vladimir putin
L. B.: «Alguna gente podría decir que una vida humana vale más de cinco peniques».
Putin se me queda mirando fijamente y dice con seriedad: «La traición es el peor delito posible, y debe castigarse a los traidores. No estoy diciendo que el incidente de Salisbury sea la manera de hacerlo. Pero hay que castigar a los traidores».
Cuando le planteo la pregunta de Tony Barber, la máscara se mueve un poco más: con el Brexit, la elección de Trump, el auge de AfD en Alemania, se ha producido una respuesta populista contra las élites…, ¿cuánto tiempo puede permanecer Rusia inmune?
Putin responde que el objetivo del Gobierno —algo que nunca deben olvidar quienes ocupan el poder— es crear «una vida estable, normal, segura y predecible» para la gente común. Las élites occidentales olvidaron esta lección y perdieron el contacto con sus poblaciones. «De modo que la idea liberal se ha vuelto obsoleta. Ha entrado en conflicto con los intereses de la mayoría de la población.»
Tenemos nuestra historia: en vísperas de la cumbre del G20 en Osaka, Putin ha declarado el fin de la idea liberal
Echo una mirada a Henry. Tenemos nuestra historia: en vísperas de la cumbre del G20 en Osaka, Putin ha declarado el fin de la idea liberal. En este momento de la historia en el que la democracia liberal está siendo atacada por el nacionalismo y el populismo en Europa y Estados Unidos, sus palabras provocarán una tormenta.
En el transcurso de la entrevista en el Kremlin, Putin se mostró como un hombre de Estado, un modelo de autodisciplina nunca alzó la voz, no dio ningún puñetazo en la mesa, siempre estuvo sereno. A ratos fue una experiencia desconcertante, aunque nos habíamos preparado para el encuentro privado con el maestro de la desestabilización. Mi pregunta sobre la amenaza populista en Rusia tocó, en cierto sentido, una fibra sensible, quizá una señal de que Andy Grove, de Intel, tenía razón cuando dijo: sólo el paranoico sobrevive.
Posdata: más allá de solicitar que se cambiara cuando Putin llamaba familiarmente «Donald» al «presidente Trump» y la petición —a la que nos negamos— de eliminar una crítica directa a Angela Merkel por su política con los refugiados, el Kremlin no se molestó en alterar la transcripción. La televisión rusa emitió la entrevista completa. Nuestra historia se siguió en todo el mundo y fue de lo que se habló en la cumbre del G20 en Japón.
Lionel Barber es uno de los periodistas británicos más importantes de los últimos años. Inició su carrera en 1978 como reportero en The Scotsman. Tras ser nombrado Young Journalist of the Year en el British Press Awards, se convirtió en el corresponsal de negocios del Sunday Times. Más adelante, fue corresponsal en Enterprising Britain.
Barber se incorporó al Financial Times en 1985 y le hicieron director en 2005. Su mayor logro en la etapa de quince años durante la que dirigió la publicación fue hacer que el FT pasara de ser un periódico eminentemente informativo e impreso a un medio digital puntero de alcance y prestigio global. Como director, intentó adaptarse a las cambiantes circunstancias mundiales para seguir defendiendo los principios nucleares del FT: la defensa del libre mercado globalizado y del capitalismo democrático. En 2020, Barber empezó a presentar el podcast What Next?, el cual mantiene a día de hoy.
Este texto es un extracto de su libro 'Vencedores y vencidos' (Ediciones Deusto). A través de las anotaciones que tomó de sus encuentros con los poderosos que gobiernan el mundo, Barber recoge en conversaciones privadas con políticos a las puertas de un referéndum, con banqueros billonarios que se enfrentan a una crisis económica o con gurús de la tecnología de Sillicon Valley.
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