De la zona de colchón de Chipre al invierno nuclear de Chernóbil o el mar californiano de Salton. Páramos que el ser humano abandonó hace años, expulsados por sus propios errores: una guerra, una enfermedad, un cataclismo o la más brutal de las depresiones económicas. Son “las islas del abandono”, como las ha bautizado la periodista escocesa Cal Flyn, que se ha pateado el mundo en busca de los lugares que, a pesar de permanecer huérfanos de rastro humano, se niegan a morir y han logrado resucitar a su manera, con la resiliencia con la que la naturaleza conquista un jardín dejado a su libre albedrío.
'Islas del abandono'
La vida en los paisajes posthumanos. Cal Flyn. Capitán Swing
“Cada uno de estos lugares ha sido abandonado a su suerte durante años o décadas. Conforme pasa el tiempo, la naturaleza ha podido actuar sin trabas, lo que proporciona una valiosa información sobre la sabiduría de los entornos en constante cambio”, escribe Flyn en 'Islas del abandono', un libro de ensayos que reúne sus periplos y que acaba de publicar en España Capitán Swing. Llega precedido por el clamor de la crítica anglosajona y por la seducción de su invitación a viajar por "algunos de los lugares más inquietantes y desolados del planeta". Por el mundo sin nosotros.
En sus páginas palpitan rincones que, a primera vista, parecerían agonizantes o muertos. Una apreciación muy alejada de la realidad que ha ido captando Flyn. “El abandono supone un retorno a la vida silvestre”, subraya la escritora, que firma una docena de ensayos sobre espacios que “encarnan distintos aspectos del proceso de abandono y recuperación natural”.
“Cada una de estas ubicaciones, con un clima, una cultura e historia muy diferentes, ofrece su propia receta de melancolía y esperanza, y todas juntas demuestran que cualquier sitio, independientemente del grado de devastación sufrida, puede llegar a recuperarse a su propia manera”, esboza la escocesa, que trata de responder a lo que sucede cuando los seres humanos ponen tierra de por medio.
Chernóbil (Ucrania)
Un abedul plateado se abre paso por un pabellón deportivo abandonado en Chernóbil (Ucrania). Em 1986 el desastre de la central nuclear obligó a los habitantes de la zona a huir despavoridos. Donde una vez habitó la vida quedó la nada. Un paisaje fantasma que desafía la naturaleza. «¿Dónde se acumula la radiación? En los líquenes, en el verdín de los estanques, en los caparazones de los caracoles y los mejillones, en la savia del abedul, en los hongos, en la ceniza de la madera, en los dientes humanos», escribe Flyn.
Chernóbil II
Una noria oxidada en el centro de Pripiat. Es uno de los símbolos de un tiempo que parece congelado y que lo seguirá estando durante décadas. «Tendrán que pasar doscientos setenta años antes de que el radiocesio y el radioestroncio disminuyan a niveles relativamente seguros», advierte la escritora.
Detroit (Estados Unidos)
Una hilera de viviendas tapiadas en Detroit, el otrora corazón de la industria automovilística de Estados Unidos. Hoy, sin embargo, es apenas la sombra de lo que fue. El éxodo demográfico ha resultado imparable. «Detroit es una ciudad encogida dentro de su caparazón, demasiado grande para la gente que vive en ella. La que una vez fue la cuarta ciudad de EE.UU. lleva los últimos setenta años sumida en un declive terminal», con una población que se ha reducido en casi dos tercios», estima la autora de ‘Islas del abandono’.
Varosha (Chipre)
Una de las viviendas que quedaron en tierra de nadie, la zona colchón que desde 1974 divide el Chipre de las comunidades grecochipriota y turcochipriota. La playa de Varosha, cuenta Flyn, «ofrece mejores vistas de los altos hoteles abandonados». «Un banco de arena plateada se extiende a pocos metros de un mar de color verde. Cerca del límite que marca la frontera se han producido algunos intentos ridículos de educar a los turistas en el arte de no ver…», relata la reportera.
Inchmickery (Escocia)
Inchmickery es una isla en el estuario del río Forth, una importante zona de cría de focas. Se halla a siete kilómetros de Edimburgo y fue el lugar donde se produjo «la llamada» para realizar este periplo. Un páramo que fue escenario de un cruel experimento por orden del rey Jacobo VI de Escocia y también fortaleza militar, entre otros usos. Abandonada tras la II Guerra Mundial, Flyn halló en sus ochocientos metros de largo un vergel.
Swona (Escocia)
Los últimos habitantes de la isla escocesa de Swona se marcharon en la década de 1970. En la imagen, restos de un ganado dejado a su suerte. «En Swona se abandonó incluso la intención de realizar un recuento anual. Dejaron que los animales camparan a sus anchas como les viniera en gana, merodeando por las praderas y resguardándose entre unas ruinas cada vez más acusadas», desliza Flyn.
Arthur Kill (EEUU)
Un cementerio de barcos en Arthur Kill, el estrecho intermareal que separa Nueva Jersey de Staten Island, en el estado de Nueva York. «En este lugar, en Arthur Kill, las ruinas del pasado industrial yacen oxidadas en la bahía. Las aguas contaminadas lamen suavemente los cascos de los barcos hundidos», describe Flyn a propósito de su viaje hasta el epicentro de otro desastre medioambiental olvidado.
Harju (Estonia)
Una puerta cuelga de sus bisagras en un edificio agrícola abandonado en el centro de Estonia, en el antiguo emplazamiento de una granja colectiva de época soviética. La desintegración de la URSS a principios de la década de 1990 produjo un tsunami en las granjas colectivas que habían heredado las tierras de los latifundistas. Desde 1991, «una tercera parte de todas las tierras cultivables soviéticas -se calcula que 63 millones de hectáreas, un área aproximadamente equivalente al tamaño de Francia- permanece abandonada», desgrana Flyn.