“Un soleado día de verano logré que Amanda me acompañara a dar un paseo por Slottsskogen, el principal parque de Gotemburgo. Me costó un poco convencerla. Se quejaba de que la gente se le quedaba mirando, y eso le incomodaba. Sin embargo, hacía un tiempo tan espléndido que terminó aceptando. Yo iba de verano, con pantalones cortos, camiseta sin mangas y sandalias. Amanda, como de costumbre, portaba una abaya negra que le cubría todo el cuerpo y un niqab bajo el que ocultaba su rostro. Lo único que se le veía, a través de un resquicio entre las telas, eran los ojos...”
Es el primer recuerdo que asalta al chileno Patricio Gálvez de su hija Amanda, una joven que como otras tantas miles de europeas enfiló la pasada década el camino hacia el autoproclamado califato, un páramo entre Siria e Irak donde el Estado Islámico (IS) impuso su ley de limpieza étnica, decapitaciones y terror hasta su colapso definitivo en 2019. Hace tres años, tras la muerte de Amanda bajo un bombardeo, Patricio firmó un viaje hacia los últimos rescoldos del IS en busca de sus siete nietos. Ahora relata la arriesgada travesía en “Amanda, el viaje de mi hija al Estado Islámico”, un libro escrito en sueco en compañía de Joakim Medin y recién publicado en el país nórdico donde este cantautor y gestor cultural vive desde hace décadas.
“Han sido tres años más buenos que malos. Con sus altos y sus bajos, ha sido un viaje de sanación. Regresé a Suecia con los niños y con una satisfacción tremenda”, rememora Patricio en una entrevista con El Independiente. En su desesperado periplo, llevado a cabo en la primavera de 2019, el chileno aterrizó en el norte de Irak y desde allí cruzó a Siria. Entre las jaimas del campo de Al Hol, donde permanecían varados decenas de miles de parientes de militantes del IS, se produjo el encuentro con sus nietos, a los que el proselitismo yihadista les dejó sin padres.
Cuatros años bajo el terror del IS
Amanda falleció a principios de enero de 2019. En Suecia se había convertido al islam. Más tarde, se casó con Michael Skramo, musulmán desde 2005. La pareja tenía cuatro retoños cuando en septiembre de 2014 emprendieron el camino hacia el califato. En Siria, la joven dio a luz a otros tres hijos. Michael pereció en las últimas escaramuzas de Baguz, las que en 2019 certificaron el derrumbe definitivo del califato.
Los menores que nacieron o vivieron sus primeros años de vida en los confines de Siria han rehecho sus existencias, de regreso a casa. Tienen hoy entre 11 y 4 años y viven acogidos por varias familias en varias ciudades de Suecia. Su abuelo coraje, el familiar que fue a buscarles y les salvó del infierno, logra reunirlos dos veces al mes. “Siempre están interesados en salir a hacer cosas divertidas. En verano quieren que vayamos siempre a la playa. A veces es cierto que sus mentes se sumergen en un pensamiento y, de repente, pueden de la nada salir con testimonios de lo que vivieron”, evoca Patricio, feliz de su rápida adaptación.
“Me alegra ver que los niños han superado mucho del trauma al que fueron expuestos”, confirma quien debió hacer frente a semanas de gestiones y pasó dos meses en Erbil, la capital del Kurdistán iraquí, antes de lograr el plácet para viajar a Gotemburgo en compañía de los niños. “Cuando llegamos a Suecia, encontramos las familias apropiadas para que vivieran con ellos. Hoy en día llevan prácticamente un año compartiendo hogar”.
Un tránsito que Patricio ha realizado con ellos, en las visitas mensuales de la que han disfrutado. “Conservan imágenes que recuerdan de vez en cuando; de sangre, gente gritando, ataques aéreos y cosas raras. Nuestra misión es que no queden engatillados en esos recuerdos. Por ejemplo, no pueden jugar a nada que tenga que ver con la guerra ni la violencia. Les encanta jugar a los videojuegos pero hay que ser muy consciente de a qué pueden y no jugar”, confirma el abuelo. “Es probable que sientan un vacío por las pérdidas de sus padres”, murmura.
Fueron, en realidad, cuatro años de encierro. No pudieron realizarse como niños
Los hermanos pasaron cuatro años en los dominios del califato, que llegó a controlar un tercio de Siria e Irak y una superficie similar a la del Reino Unido. Un tiempo de barbarie donde los yihadistas del entonces califa Abu Bakr al Bagdadi convirtieron en esclavas sexuales a decenas de miles de mujeres y niñas yazidíes; decapitaron a periodistas extranjeros y disidentes locales; e impusieron un denso terror contra aquel que desafiara su rigorista interpretación del Corán. “Fueron, en realidad, cuatro años de encierro. No pudieron realizarse como niños. No pudieron salir a correr y jugar. En parte, fue una pérdida de tiempo que les ha afectado a su forma de ser y actuar”.
“Yo los he visto florecer en un país completamente nuevo para ellos, totalmente diferente a Siria, inmerso en una guerra terrible donde pasaban prácticamente la vida en una casa y en los últimos meses directamente en el campo de batalla”, comenta el artista. “Es algo extraordinario que se sientan ahora seguros y puedan gritar y tirarse por el suelo, después de haber sufrido miedo, malnutrición y haber visto morir a sus propios padres”.
Ejercicio de resilencia
Patricio ha convertido una dolorosa tragedia familiar en un ejercicio de resiliencia. “El libro, al que me he dedicado en estos últimos tres años, me ha servido para sanar esa pena y la pérdida de mi hija. Al mismo tiempo, me he dado cuenta de que mi vida ha cambiado de rumbo”, admite quien, tras su publicación en sueco, busca ahora un editor dispuesto a publicarlo en español. “La verdad es que no quise pensar en el miedo, no quise pensar en la dificultades que podía encontrarme en Siria porque estaba en juego la vida de los siete niños”.
Pasé una semana de luto, sin hablar con nadie, llorando y asumiendo su pérdida
El relato del descenso a los infiernos de su hija -y con ella el de toda la familia- es también una suerte de biografía sobre Amanda, su infancia como hija de un exiliado chileno en el norte de Europa y su juventud abrazando el ideario del extremismo religioso musulmán. “La idea del libro comenzó tras recibir la noticia de su muerte. Estaba entonces en Chile y me fui solo a una casa de campo de mi hermana. Pasé una semana de luto, sin hablar con nadie, llorando, sin comer absolutamente nada y asumiendo su pérdida”, reconoce.
“Pedí perdón por no haber hecho lo posible como padre por rescatarla aunque era imposible acceder al territorio del IS. Tendría que haber sido Superman”, esboza. “Fue entonces cuando le prometí que rescataría a los niños”, agrega. Durante la búsqueda de sus nietos, Patricio compuso algunos poemas que hablan de muerte y extravíos. “Ella solía decir que todo lo que hacemos tiene un significado”, replica.
Lavado de cerebro
Para Patricio, el ensayo fue una herramienta para arrojar luz sobre las sombras que terminaron precipitando el viaje de Amanda hacia la sinrazón. “Quería saber la razón de su muerte, por qué había muerto allí y por qué no había sobrevivido a toda esta barbarie porque yo nunca veré a mi hija como partícipe de ella. Jamás combatió ni mató a nadie. Su único rol era dar a luz nuevos hijos”.
Su padre sostiene que “Amanda creció con el pensamiento de que siempre debía pelear por los derechos humanos, ponerse de parte de los desposeídos y los necesitados”. “Cuando tuvo la posibilidad de viajar a Siria, pensó que iba a defender a los musulmanes que estaban siendo acribillados por Bashar Asad”.
- ¿Has llegado a entender lo que hizo tu hija?
- Sí. Resulta bastante lógico que tanto mi hija como todos los demás jóvenes fueron engañados y enrolados en una organización de violencia extrema. Fueron víctimas de un terrible lavado de cabeza. Y esa es una de las razones del libro: darles herramientas a los jóvenes actuales porque por desgracia la radicalización continúa. El Estado Islámico no está finiquitado y todos lo sabemos. Están surgiendo nuevas ramas y movimientos. Quizás cambiarán de nombre, pero los métodos van a seguir siendo los mismos.
Una ruta de alto riesgo
Durante los cuatro años que pasaron en Siria Patricio mantuvo cierto contacto con sus nietos. “Antes de su muerte, Amanda solía enviarme mensajes diciéndome cómo estaban los niños. Me pasaba fotografías aunque jamás me dijo los nombres de las ciudades en las que se encontraban”. “Ahora entiendo el camino que hicieron. Tras perder Raqqa [la considerada capital del califato, en territorio sirio], se fueron por la orilla del Éufrates huyendo en dirección a Irak. En los últimos mensajes, me hablaba del hambre que estaban pasando y yo trataba de convencerla de que dejara aquello y abandonara Siria pero fue imposible. Tenía a su marido y la posición de las mujeres en el califato no les permitía tomar decisiones por sí solas”.
En paradero desconocido
El cantautor que regresó del horror y logró con la mediación chilena convencer al Gobierno sueco para que permitiera a los niños retornar ha renunciado a la búsqueda “totalmente imposible” del cuerpo de Amanda, muerta en un bombardeo. “Me gustaría ir detrás de la tumba de Amanda pero es una idea loca. Tenemos algunas coordenadas y se podría saber más o menos dónde está enterrado el cuerpo, pero son zonas que siguen siendo peligrosas. La guerra de alguna u otra forma continúa. Se han producido combates puntuales en estos últimos años”.
Me gustaría ir detrás de la tumba de Amanda pero es una idea loca
Sería, dice, “una especie de capricho más personal”. “A veces mis hijos acá me preguntan si podemos hacerle una tumba simbólica donde podamos poner el nombre de Amanda y podamos ir y entregarle flores, a la que puedan acudir también sus hijos”, explica. “Si preguntas si habría alguna posibilidad de que nunca muriera, algunos familiares lo han sugerido. Para mí, han pasado tres años y dudo de que hubiese abandonado a sus hijos. Eso es imposible”.
Su batalla es ahora contra la desmemoria. “Es importante para mí poder poder lograr que esta historia no se olvide, porque en el fondo, la gran mayoría de nosotros nos olvidamos de las cosas que ocurren. Cuando uno no lo vive en carne propia, se olvida. La guerra contra el IS quedó sepultada por la pandemia y luego la guerra en Ucrania”, indica. “Entonces el libro, de alguna u otra forma quiere retomar ese debate de que el radicalismo, que sigue latente en nuestra sociedad”, concluye.
Aquí muere un niño cada día
Poema de Patricio Gálvez, inspirado en su periplo para rescatar a sus nietos
Al-Hol, Norte de Siria
Aquí muere un niño cada día.
Los entierran no muy hondo
bajo la tierra impía.
Dicen que es para que así sus almas suban sin demora al Jannah
y vivan en la dicha.
Más yo creo que es,
porque la tierra triste y humillada, es terca y esquiva.
Aquí mueren bajo el sol inclemente, hasta cinco pequeñitos,
en un mismito día.
Los envuelven en dos túnicas blancas para mostrar su pureza
a Dios que los espera.
Mas yo creo que es
para ocultar la horrible miseria de esta infame guerra.
Justo anoche, bajo la taciturna luna llena de Deir Ez-Zor,
cavaron dos juntitas.
Fueron a dos pequeñas hermanitas tan idénticas y puras
cual dos gotas de agüita.
Su madre, sin duda,
esperaba entrañable en su gloria a las huerfanitas.
Fragmento inicial del libro traducido del sueco al español por Joaquín Moya
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