Está en su portátil para quien quiera verlo. Es un archivo del horror en el que está sumida Afganistán. La carpeta que muestra Hasina Ersad es la síntesis del drama por el que atraviesan las mujeres en su país y un grito de auxilio visual para que no se las olvide. Documentos con cientos de imágenes de mujeres que decidieron acabar con su vida, que no soportaban más y optaron por inmolarse. Las describe emocionada, con las lagrima apunto de asomar. Son fotografías terribles de chicas jóvenes a las que castigaron arrojándoles ácido por negarse a casarse, por reclamar poder estudiar o por denunciar los malos tratos que sufrían de su esposo. Ella sabía que su condición de cirujana plástica era la última esperanza para recuperar la dignidad de aquellas chicas. Ahora ya no puede ayudarlas.
A Nazima Nezrabi la emoción también le invade cuando recuerda lo que vivió. Más aún, cuando se refiere a quienes dejó en su país y ahora sufren represalias por su huida. Durante seis años miró a la cara a quienes impusieron el imperio del terror y la oscuridad en su país. Esta jueza afgana ha sentenciado a cientos de talibanes. Lo hizo por encima de amenazas de muerte, coacciones y la presión familiar para que lo dejara. Soñó con un Afganistán mejor, con más derechos, libertad y futuro para mujeres y hombres. Por eso dio el paso y se hizo juez. Hace un año no resistió más. Los talibanes habían regresado. Fue la última de las juezas que aguantó en Bagram, la localidad donde estaban presos muchos talibanes. No tuvo alternativa, su vida y la de su hijo estaban en juego.
Nilofar Bayat conoce bien el impacto de la guerra. Le arrebató a su hermano y a ella le ha dejó postrada en una silla de ruedas de por vida. Aquellos años oscuros, entre 1996 y 2001, en los que los talibanes tomaron el control de Afganistán por primera vez fueron su terrible infancia. Fue un lustro interminable en el que el país se sumió en un túnel de destrucción. Hace un año el tiempo se paró, retrocedió al pasado del que parecían haber empezado a salir. Las dos décadas en las que pudieron recomponerse, en las que las mujeres retomaron sus estudios y el país se levantaba se frenaron en agosto de 2001. A ella le dio tiempo a estudiar derecho y practicar deporte, a convertirse en un símbolo para recuperar una actividad vetada para las mujeres en tiempos talibanes. Tuvo el honor de ser capitana del equipo de baloncesto de Afganistán, viajó por el mundo y reivindicó los derechos que debían ser protegidos. Hoy, como Nazima, como Nilofar, ha tenido que escapar. Los talibanes han vuelto.
Ahora las tres viven en Bilbao, lejos de su hogar. Las tres lanzan el mismo grito desgarrador: “Que el mundo no nos olvide”. Lo está haciendo. La decisión en agosto de 2021 del Gobierno de EEUU de dar por terminada la guerra y su presencia en Afganistán, tras 20 años, ha derivado en lo que todos temían, una vuelta a la oscuridad de finales de los años 90 y los afganos llaman ‘el colapso’. La nueva llegada de los talibanes ha dejado al país, y a las mujeres en particular, en una grave situación de desprotección como la vivida en el primer periodo de los talibanes en 1996 y 2001.
Jueza contra decenas de talibanes
Entre aquel primer gobierno y el segundo que ahora azota el país han pasado dos décadas. En ese tiempo Nazima se hizo juez en contra de la recomendación de su familia. Eso era cosa de hombres y muy arriesgado, le advertían. Pero ella dio el paso consciente de que era la mejor vía para fortalecer un país en ruinas y sin derechos. La elección de mujeres como ministras del nuevo Gobierno era fiel reflejo de que las cosas habían cambiado y podían seguir haciéndolo.
Lamenta que hoy “nadie piensa en las mujeres afganas”. Al contrario de lo que sucede en otras partes del mundo, como en Ucrania, en la que la comunidad internacional se ha volcado, o incluso en la movilización de las mujeres en Irak, que también ha recibido un respaldo viral, “¿por qué el mundo ya no toma ninguna decisión para protegernos?”: “Somos seres humanos y necesitamos ayuda, por favor tomen la mano de las mujeres afganas”, suplica. Nazima suma a la falta de libertad la grave hambruna por la que atraviesa el país y que afecta de modo muy especial a niños y mujeres.
Como jueza accedió a ser destinada al lugar más peligroso de su país, Bagram. Allí estaban encerrados muchos de los talibanes que hasta 2001 habían pisoteado derechos y torturado y asesinado de las maneras más crueles que el ser humano pueda imaginar. Una mujer juzgando y condenando a los talibanes no era algo que estos dejarían pasar si un día regresaban. Y no lo han hecho. Las condenas en aquel país pueden incluir la pena de muerte y así se aplicó para muchos. En seis años de ejercicio profesional han sido cientos las condenas que ha impuesto.
La salida de las tropas de EEUU dejó la vía despejada para el regreso veinte años más tarde de los talibanes, aquellos a los que ella había sentenciado por cientos. En Bagram todas sus compañeras juezas habían huido y se quedó sola. Embarazada, su dilema se debatía entre seguir levantando su país o salvar la vida de su hijo y huir: “Para salvar a mis hijos tuve que dejar mi pasado y mi país”. El salvaconducto que logró le trajo a España. Hoy reside en Bilbao pero con el corazón encogido por Afganistán. Los talibanes la buscan y la quieren allí. Para presionarla, hace unas semanas secuestraron a su hermano durante cinco horribles días. Fue torturado para recordarle que Nazima debía volver.
De la luz al regreso a la oscuridad
A Hasina lo vivido le golpea todos los días. Cuando comienza a recordar no puede contener la emoción. Demasiado reciente, demasiado terrible. Hasina piensa en las niñas de Afganistán que, como ella, quizá ahora busquen la respuesta a “la pregunta más dolorosa que jamás he hecho a mi madre”: “Cuando era una niña le preguntaba siempre por qué mi hermano tenía permiso para ir al colegio y yo no”. Hoy Hasina es cirujana plástica con una larga trayectoria. Ha tratado a decenas de mujeres afganas castigadas por reivindicar sus derechos: “Desde agosto de 2021 hemos regresado al periodo más oscuro de nuestra historia. La luz que llegó en 2001 ha desaparecido”, asegura.
Las consecuencias de la maldad y de la desesperación se intentaban sanar cada día en el Hospital de Herat en el que ejercía. Cuatro cirujanas plásticas intentando curar las consecuencias de la práctica cruel de los talibanes: arrojar ácido a los rostros de las mujeres o forzarles a inmolarse facilitándoles el combustible para ello. En su ordenador Hasina tiene incluso una estadística del modo más común para hacerlo: 65% con fuel, 16% empleando gas, 32% petróleo… Recuerda especialmente la joven que se negó a dejar su labor como maestra y a la que desfiguraron la cara: “Logramos tratarla y terminó graduándose en la Universidad”. También la paciente a la que arrojaron ácido, le quitaron a su hijo y fue repudiada por su propia familia sólo por pedir poder estudiar. La lista continúa con niñas atacadas o inmoladas por desesperación tras verse obligadas a casarse o mujeres víctimas de malos tratos.
Tiene la esperanza de que las nuevas generaciones de chicas jóvenes no se han resignado y siguen luchando y reivindicando sus derechos. “Son más valientes de lo que fuimos nosotras”. Por eso pide a la comunidad internacional “que les eche una mano y nos ayude”.
Nazima, Hasina y Nilofar son sólo tres testimonios de un drama que ha obligado a miles de mujeres a abandonar Afganistán. Ellas han contado con el respaldo de una ONG vasca, 14Lawyers, dedicada a dar apoyo a quienes deben asegurar el cumplimiento de los derechos humanos más básicos, abogados, fiscales y jueces. Ignacio Rodríguez Tucho es el fundador e impulsor de esta organización que ha logrado sacar de Afganistán a cientos de personas, en su mayoría mujeres. “Quien acaba con los abogados acaba con las causas y cuando hablamos de derechos básicos es necesario darles apoyo”, asegura Rodríguez Tucho.
Abogados, jueces y fiscales amenazados
Recuerda cómo una información referida la minoría Uigur en China le llevó a indagar quién defendía sus derechos en un régimen como el de Xi Jinping. “Descubrí que en realidad todos los abogados habían tenido que huir, habían sido torturados, estaban desaparecidos o perseguidos. Empecé a documentarme sobre otros países y esa realidad se replicaba en muchos, conté catorce sólo en esa primera búsqueda. De ahí nuestro nombre, 14Lawyers”. Después llegaron los viajes para documentar y constatar la realidad y plantear vías de apoyo en países como Turquía, Irán, Irak, Filipinas, Nicaragua, Venezuela y Afganistán.
Rodríguez Tucho reconoce que inicialmente su campo de actuación iba a limitarse a los abogados pero finalmente lo amplió a jueces y fiscales. “Habitualmente en los países no democráticos los jueces y fiscales suelen formar parte del aparato represor, pero en lugares sumidos en periodos de transición, de involución o estados híbridos son los jueces y fiscales los que se oponen a esa pérdida de derechos humanos y sufren persecución por ello”.
En 2018 14Lawyers viajó a Afganistán para documentar cuál era la realidad en la defensa de los derechos humanos. EEUU aún no había abandonado el país. Pese a ello, los abogados, fiscales y jueces que llevaban a cabo los juicios contra los talibanes detenidos eran amenazados y asesinados: “Entre 2018 y 2020 fueron asesinados 66 jueces. El año pasado fueron asesinadas dos juezas a las puertas del Tribunal Supremo y desde agosto los talibanes han asesinado a 26 fiscales”.
La realidad hoy es que los profesionales de la Justicia que trabajaban antes de la llegada de los talibanes hace algo más de un año o han huido o están escondidos. “Muchos han escapado a Pakistán, otros a Turquía, Abu Dhabi o Irán. En muchos casos viven en campos de refugiados a la espera de protección oficial o asilo”. Es el caso de 25 mujeres fiscales y dos juezas que han solicitado formalmente asilo en España “y tenemos el compromiso del Ministerio de Exteriores de que se les concederá. Si son deportadas, con toda seguridad serán asesinadas”.
Hoy la Justicia en Afganistán la ejercen los talibanes, con sus reglas o falta de ellas. “Hace unas semanas estuve en Pakistán y una fiscal me enseñó una fotografía en la que se veía a un talibán que se había puesto la toga que ella tenía, que llevaba su nombre grabado, y que la colgó en Facebook. Así es la justicia ahora en Afganistán”.
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