Es primera hora de la tarde. Abidin y Ali, de 18 y 15 años respectivamente, observan el paisaje desértico salpicado de jaimas y sencillas casas de adobe. Están sentados en las inmediaciones del quiosco que dirige Abidin, una suerte de precario estanco donde vende cigarrillos por unidades, a razón de 20 dinares argelinos (unos 14 céntimos de euro). “Es que aquí no hay nada que hacer”, lamenta uno de ellos mientras propina caladas a un pitillo y escucha rap argelino, auriculares en ristre.
Ambos residen en los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf (Argelia), un páramo infernal en el que parte de la población saharaui reside desde hace 47 años, tras la espantada de España y la invasión de Marruecos. Ni Abidin ni Ali han conocido otra tierra que la baldía y ajena que pisan desde que nacieron. “Hace mucho que abandoné la escuela. Con 10 años dejé de ir. No me gustaba”, arguye Abidin con la mirada cómplice de Ali. “A mí lo que me gustaría de verdad es irme a España. Aquí no hay nada”, replica el benjamín.
Los jóvenes saharauis, hijos del destierro más cruel, habitan hoy el desierto en el que se asentaron sus abuelos con una mezcla de rabia, resignación y absoluta desesperación. Un profundo desencanto recorre a las nuevas generaciones. “La mayoría de los jóvenes quiere emigrar. No encuentran nada que hacer aquí”, explica a El Independiente Leila Buchayara, una recién licenciada en Filología Hispánica que asegura tener la determinación de resistir en el mar de jaimas. “Últimamente es que muchos jóvenes ya ni siquiera estudian. Su aspiración principal es emigrar a España y empezar a currar directamente”, desliza la veinteañera con un español impecable.
Leila, como decenas de miles de jóvenes saharauis, conocen España y han establecido vínculos familiares con la península. Hace algunos lustros fueron los niños de Vacaciones en paz, el programa de acogida estival de menores por parte de familias españolas que resiste con un descenso notable de participantes. “A muchos jóvenes les agotó la espera. Prefieren irse y dar de comer a su familia. Hay mucha resignación”, comenta la filóloga, muy crítica con quienes han optado por hacer su vida y renunciar al activismo político.
Da Salama, de 34 años, aspira a retratar los campamentos y sus vicisitudes a través de una lente. Es director y productor audiovisual y ha construido su vida a caballo de Tinduf y Madrid. “Emigrar es la opción de muchos. Si abren las puertas hacia el mar o traen dos aviones, se llenarán de gente porque hay muchos desesperados por marcharse”, comenta quien reconoce estar sorprendido de los deseos de emigrar que ha detectado desde que regresó en mayo. A Da le inquieta el ritmo con el que se van los jóvenes con formación, desde profesores hasta médicos, mal pagados y obligados a trabajar con recursos escasos.
La cúpula del Polisario no ha aprovechado políticamente la espera
“La cúpula del Frente Polisario hizo grandes avances y construyó lo que tenemos hoy, pero políticamente no han aprovechado la espera”, desliza el artista. “Tienen que darle el relevo y la oportunidad a la juventud”, reclama. “Han aprovechado la ignorancia dentro de la sociedad y le han metido un nacionalismo al que no me opongo pero han terminado lavándoles el cerebro”, dice Da. “Esto es como un ordenador cuando el disco duro se llena de información. Cuando sucede eso, hay que quitarlo y ponerle otro”, ilustra.
Un relevo bloqueado
Sus dardos contra el Frente Polisario no son menores. La organización que controla los campamentos celebra el próximo diciembre su congreso general. Una elección en la que no se esperan sorpresas. Brahim Ghali, actual secretario general y presidente de la autoproclamada República Árabe Saharaui Democrática, revalidará sus cargos. Tiene 73 años y hace año y medio tuvo que ser tratado en España por coronavirus, un viaje que desató una crisis diplomática con Marruecos.
Ghali representa a una generación que ha copado el poder durante medio siglo. “Es significativo que, casi cincuenta años después de la fundación del Polisario, su secretario general sea el que lo fue en el momento fundacional en 1973”, señala Carlos Ruiz Miguel en el recién publicado ensayo “El Frente Polisario. Desde sus orígenes hasta la actualidad” (Almuzara). “Después y antes que él lo fueron El Uali Mustafá (1974-1976) y Mohamed Abdelaziz (1976-2016). Los tres pertenecen a la misma generación, aunque hayan nacido en diferentes lugares”.
Se da la circunstancia de que quienes se sientan hoy en el buró político del Polisario llegaron a la primera línea siendo casi imberbes. “Que recuerden que ellos empezaron en esto siendo muy jóvenes. La edad de la mayoría supera hoy los 70 años. Yo no puedo confiar en alguien con 70 años si no veo avances”, denuncia el cineasta. “Ignoran la realidad de la población. La realidad es una cosa y el discurso, otro. La realidad es que no se han producido progresos y el discurso no es verdadero; contiene las mismas ideas de la Guerra Fría”, murmura.
Ignoran la realidad de la población. La realidad es una cosa y el discurso, otro
Un inmenso techo de cristal impide “de facto” el relevo entre los cargos del Polisario a pesar de contar entre sus filas con jóvenes diplomáticos con formación internacional y enorme proyección. El artículo 111 de la ley fundamental de la organización exige que los candidatos a secretario general hayan participado en la guerra y tengan al menos 40 años de edad. Unos requisitos que, como indica Ruiz Miguel, abocan al Polisario a elegir como máximo líder a “alguien ciertamente experimentado, pero de edad avanzada”. “Por una paradoja de la Historia el Polisario que nació como un movimiento de los jóvenes contra los ancianos puede terminar asumiendo el modelo tradicional que confería a los ancianos las máximas responsabilidades”, agrega el investigador, director del Centro de Estudios sobre el Sáhara Occidental.
La reivindicación feminista
Una realidad contra la que se revuelve Zarga Abdalahe, una feminista saharaui que creció en España antes de emprender el regreso a los campamentos hace seis años. Desde entonces libra su particular batalla por la igualdad. “No puede ser que la mujer tenga solo tres altos cargos en el Gobierno”, critica esta filóloga inglesa y madre divorciada. “Los pioneros del Polisario han construido un Estado con derechos y deberes y con unas instituciones médicas y educativas que funcionan muy bien, pero se han quedado ofuscados a mitad de camino. El puente que lleva hacia la independencia es el que vamos a coger nosotros, los jóvenes”, añade quien apuesta por “analizar la situación y buscar una independencia real, factible y pragmática”.
Nuestro único problema es que no estamos en los asientos del Gobierno. Tampoco nos quieren mucho
“Nuestro único problema es que no estamos en los asientos del Gobierno. Tampoco nos quieren mucho, pero no creo que les quede mucho tiempo”, opina Zarga desde las instalaciones que sirven de cuartel para uno de los movimientos de mujeres que dirige y que se considera alternativo a las organizaciones estatales. “Lo han hecho bien; les respetamos y no queremos discutir con ellos pero a mí me preocupa la alternativa, que es en lo que trabajo ahora. No quiero ser una fotocopia pequeña de los dinosaurios que nos gobiernan hoy”.
Zarga, dispuesta también a permanecer en los campamentos, insta a sus correligionarias a liderar el cambio “desde aquí, no desde el extranjero”. “Somos los que vamos a traer el cambio, pero no desde fuera sino desde aquí”, insiste. La emigración de la última década ha abierto un cisma entre la juventud saharaui. “Cuando viajo al País Vasco me encuentro con muchos jóvenes saharauis. Aquello está petado de nuestros jóvenes. Allí tienen la oportunidad de hablar y ayudar a la causa pero la mayoría no hace nada. Tienen la misma actitud pasiva que hay en los campamentos”, se queja Leila.
Los nuevos soldados
Desde el fin del alto el fuego, en noviembre de 2021, varios miles de jóvenes varones han optado por enfilar el camino hacia las trincheras. Uno de ellos es Eidda Abdu, un politólogo de 27 años que sustituyó sus aspiraciones políticas por las armas. “Nadie quiere seguir siendo soldado. Lo que queremos es la liberación de nuestro pueblo”, precisa. “Tras 30 años de tregua, nos sentimos abandonados por la ONU y la comunidad internacional. De ahí la necesidad de librar la guerra. Sin el conflicto, nadie nos hará caso”.
Fuimos los jóvenes los que pedimos volver a la guerra porque estamos hartos de la vía política
A su juicio, fueron los jóvenes -cada vez más impacientes por décadas de impasse- los que provocaron la reanudación de la contienda armada. “Fuimos los jóvenes los que pedimos volver a la guerra porque estamos hartos de la vía política”, asevera desde la jaima familiar, en una de las libranzas del frente. “Cuando se quebró el alto el fuego, las academias se llenaron de jóvenes. Pero es igual de respetable emigrar. Todo ser humano merece vivir bien”, apunta condescendiente Eidda.
La ausencia de porvenir -con la ayuda humanitaria reduciéndose y la misión de la ONU recién renovada- ha comenzado a percibirse entre los jóvenes que pueblan los campamentos. El consumo de tabaco y drogas se halla al alza, incluido entre adolescentes. El abandono escolar, la violencia de género y el acoso sexual son realidades situadas en zonas de sombra. No existen cifras y las autoridades aseguran no haberlas detectado. “El problema es que hay ciertas familias que ni siquiera se interesan por la educación de sus hijos”, esboza Leila, que goza de nacionalidad española. “Veo la solución al conflicto un poco lejana”, balbucea.
“Es que humanamente es entendible la diáspora. Nadie puede estar 47 años en un campamento de refugiados como si fuera una cárcel a cielo abierto. Solo quienes creen en la causa pueden permanecer. Ir a buscarse la vida es totalmente humano y respetable”, indica Zarga. Hacer las maletas es el proyecto de Abidin y Ali, cuya mayor evasión es irse de picnic al desierto con el coche de un amigo. “Es hora ya de que los mayores cedan el testigo. Tiene que dar el relevo a la juventud”, súplica Da. “Se creen responsables de esto y piensan que nos tienen que proteger. Tenemos que quitárselo [el poder] y enseñarles que sí podemos”, concluye Zarga.
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