Una niña observa desde la ventanilla de un vagón. El reloj marca las 8.19 de la mañana y el termómetro apenas un grado centígrado. Los copos de nieve, que caen sin tregua, blanquean el andén. No habría nada de peculiar en la escena si no fuera porque, en tiempos de guerra, el ferrocarril procede de Moscú y atraviesa la “tierra hostil” de Lituania, rumbo al enclave ruso de Kaliningrado.
Unas alambradas de púas separan el andén del tren ruso del resto de los ferrocarriles que cruzan la estación de Vilna, la capital de Lituania. Dos guardias de origen ruso escoltan el acceso. En la garita que conduce al andén, los uniformados hacen acto de presencia. No existe modo de convencerles y se muestran rudos y poco dados a entender nada. Se niegan a permitir la entrada e incluso amenazan con confiscar el material fotográfico.
El tren llega puntual, según el horario marcado por la compañía ferroviaria lituana que pocos dicen conocer. Incluso los empleados de la estación aseguran ignorarlo. Durante diez minutos el expreso efectúa una parada técnica. Las puertas permanecen cerradas. Nadie sube ni baja, entre estrictas medidas de seguridad.
Nadie sube ni baja, entre estrictas medidas de seguridad
El único modo de detectar la presencia del tren es que, cuando finalmente se detiene y los motores callan por unos instantes, un altavoz lanza consignas desde el exterior: “Queridos pasajeros del tren Moscú-Kaliningrado, Putin está hoy asesinando a civiles en Ucrania. ¿Lo apoyan?”, clama una voz femenina en ruso.
Junto a la megafonía la otra advertencia sobre los horrores del conflicto que cumple diez meses la representan los carteles colocados en las alambradas, a lo largo de los metros en los que el tren permanece varado. Los fotogramas, firmados por fotógrafos ucranianos, exhiben las vergüenzas cuya exposición pública el régimen ruso ha tratado de obviar y censurar desde la invasión a escala de Ucrania el pasado febrero.
Las imágenes del espanto
Sobre las verjas los pasajeros son interpelados por imágenes de infraestructuras reducidas a escombros por el plomo ruso; una legión de muertos y heridos; o el éxodo de millones de habitantes que ha provocado la contienda. Resulta imposible discernir qué sucede al otro lado del cristal. En la mayoría de los vagones, unas cortinas blancas se hallan plegadas. Solo se ve a una niña que observa, sentada junto a un adulto.
El ferrocarril pasa dos veces al día por la estación de Vilna, sin apenas sobresaltos. Un centenar de veces cada mes. Una mujer lituana suele acudir a diario y pasearse por las inmediaciones con una bandera ucraniana. Este lunes, sin embargo, el frío debió evitar su presencia.
“Los trenes internacionales con origen o destino en el territorio de Rusia pasan por el territorio de Lituania en tránsito, es decir, los pasajeros tienen prohibido subir y bajar del tren”, advierten a El Independiente desde la compañía ferroviaria lituana. No hay respuesta respecto a los horarios. “Es lo menos que podemos hacer. Quizás podemos cambiar la mente de un pequeño número de pasajeros”, dicen con evidente realismo los responsables de la compañía estatal.
El silencio rodea el ferrocarril que, procedente de Moscú y con parada en San Petersburgo, encamina sus pasos hacia Kaliningrado, un enclave ruso emplazado entre Lituania y Polonia, con una extensión similar a la ciudad de Vitoria-Gasteiz y más de un millón de habitantes. Kaliningrado fue arrebatado a Alemania por el ejército soviético en los últimos estertores de la II Guerra Mundial. El territorio quedó separado de Rusia tras el colapso de la Unión Soviética y la independencia de Lituania en marzo de 1990.
Tensiones constantes
El tren cruza, además, la “tierra hermana” de Bielorrusia. El transporte ha provocado controversia desde febrero pero es fruto de un acuerdo firmado hace dos décadas entre Lituania, Rusia y la Unión Europea.
En virtud del pacto, los pasajeros tienen permiso de tránsito. Durante el trayecto en suelo lituano, los vagones son llevados por una locomotora local. La otra alternativa para alcanzar Kaliningrado, el avión, debe enfrentarse a otro obstáculo: el cierre del espacio aéreo de los países vecinos ha obligado a usar las aguas del mar Báltico, prolongando el viaje.
El transporte ha provocado controversia desde febrero
En un país que presume de solidaridad con Ucrania, el servicio de ferrocarril es un recordatorio amargo para muchos de sus habitantes. En julio las tensiones entre Lituania y Rusia volvieron a recrudecerse por las sanciones al tránsito de bienes desde Moscú hacia Kaliningrado.
El Kremlin ha amenazado con responder con represalias a lo que considera un bloqueo de su territorio. Vilna insiste en que se limita a aplicar las sanciones acordadas por la Unión Europea, que recuerda la obligación de permitir su paso evitando, en cualquier caso, el transporte por carretera. En una fría mañana de finales de noviembre, una niña observa desde la ventanilla. Cuando el tren reanuda la marcha, su figura se pierde en mitad de un paisaje completamente nevado. En absoluto silencio, tal y como llegó.
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