Avisaba The Economist a finales de 2021 que la única certidumbre de la década que vivimos es la incertidumbre. Apenas dos meses después, contra el pronóstico de la mayoría de los analistas, se desencadenaba la mayor guerra en extensión territorial desde la Segunda Guerra Mundial. Y la propiciaba Rusia, una potencia nuclear, contra su vecino, Ucrania, un país que formó parte de la órbita soviética y que aspira a convertirse en miembro del club europeo. La invasión rusa de Ucrania, de la que Putin había dado indicios que no supimos o no quisimos ver, desde que se anexionó Crimea en 2014 y alentó la guerra en el este del país, empezó el 24 de febrero de 2021, pero su impacto se verá en profundidad en 2023: la espiral inflacionista y el caos en los mercados energéticos, junto al profundo malestar social. A ello se ha sumado el giro dado en China sobre la política de Covid Cero, debido a las protestas por el hartazgo de la población.
En un acertado símil, Carme Colomina, coordinadora del informe del CIDOB sobre El Mundo en 2023, alude al billar americano y se refiere a la guerra en Ucrania como "la bola blanca que ha impactado sobre las distintas transformaciones y crisis en curso que, proyectadas por la fuerza centrífuga que supone el nuevo escenario bélico, se mueven sobre el tablero, colisionando las unas con las otras, aumentando así la sensación de desorden y aceleración global, de incertidumbre y de agitación social".
Vivimos en "permacrisis", elegida por el diccionario Collins como palabra del año 2022. Hace referencia a las crisis concatenadas en las que estamos inmersos, que explican esa sensación de inestabilidad y de fragilidad que nos afecta en todos los ámbitos. Cuando Rusia viola la soberanía territorial de Ucrania, hace saltar por los aires los principios de la seguridad colectiva, y las consecuencias económicas de este acto, que se unen a los efectos de la pandemia, hacen que como individuos sintamos que el suelo se tambalea. En el Occidente rico nuestro bienestar deja de ser algo que se da por hecho, y en los países menos desarrollados los efectos del tsunami hacen que aumente la pobreza y la desigualdad.
"Nos sentimos vulnerables porque se violan las fronteras de un país cercano y vemos que nuestra supervivencia está en juego porque no está garantizada la alimentación, la energía o la vacunación", señala Colomina. No es extraño que, según Ipsos, reine el pesimismo. El 79% cree que los precios seguirán subiendo, el 74% piensa que también lo harán los tipos de interés y el 68% ve posible que haya más desempleo. Casi la mitad de los encuestados considera posible que se usen armas nucleares en algún conflicto global.
Las principales tendencias que observamos, basadas en el informe del Cidob y en The World Ahead 2023, anuario de prospectiva de The Economist, parten de la imprevisibilidad de la evolución de la guerra en Ucrania y culminan precisamente en cuál será ese escenario catastrófico, bien el uso de armas nucleares o un desastre medioambiental, con el que no queremos contar pero que está en el horizonte.
1. Una paz aún inalcanzable
Si no fue predecible su comienzo, porque su impacto iba a dañar gravemente al agresor (que no se mueve con esas variables), tampoco es posible aventurar cuándo terminará la guerra. Hay algunas certezas sobre la invasión rusa y muchas no estaban en la mente ni de los ucranianos más optimistas: el ejército ucraniano ha aguantado el envite en el campo de batalla de un país tres veces más grande, una potencia nuclear, pero está haciendo frente a ataques a sus infraestructuras que resultan muy dañinos para su población; el propio Putin ha reconocido que la situación es "extremadamente complicada" en las cuatro regiones que se ha a