Anna y Alex se las prometían felices en 2023. Hasta hace un año viajaban por todo el mundo realizando fotografías de bodas ajenas. Pero siempre regresaban a Ucrania. En las afueras de Kiev habían decidido establecer su hogar, cuya construcción -como otras tantas cosas- ha dejado en suspenso la invasión rusa. Desde hace meses residen en Vilna, la capital de Lituania convertida en refugio para decenas de miles de refugiados ucranianos.
“Cuando comenzó la guerra, estábamos de vacaciones en Sri Lanka”, relata Anna. La pareja pasó algunas semanas en Valencia antes de decantarse por Vilna. “Nos dedicamos a fotografiar historias de amor. No somos fotógrafos de guerra”, desliza la joven. “Si tuviera que retratar escenas de sangre y muerte, me volvería loca”, murmura en un café de la ciudad decorado con una bandera ucraniana. Fuera, nieva con una cadencia suave.
Nos dedicamos a fotografiar historias de amor. No somos fotógrafos de guerra
“Éramos absolutamente felices si volvemos atrás y miramos nuestra vida anterior a febrero de 2022. En ese momento parecía que teníamos algunos problemas, pero no eran problemas en absoluto. Estábamos construyendo nuestra casa. Estaba casi terminada y planeábamos mudarnos pronto”, comenta la treintañera, bajo la mirada de Alex. “Deberíamos haberlo hecho este otoño”, añade.
Ciudad de acogida
La contienda, cuyos combates prosiguen en la ruta hacia los enclaves de Liman, Bajmut y Avdivka, ha cancelado los sueños que millones de ucranianos habían depositado para 2022 y los continúa condicionando en el inicio de 2023. Muchos de esas aspiraciones arrebatadas transitan las calles nevadas de Vilna, una ciudad de 544.000 habitantes que acoge a más de 30.000 ucranianos. Sus plegarias se escuchan en las abarrotadas iglesias de la urbe, en relativa armonía con los 60.000 vecinos de origen ruso que integran el censo local. La villa fue antes lugar de acogida de rusos que huían de la creciente represión de Vladimir Putin y que hoy escapan de la movilización decretada por el Kremlin.
“Incluso más importante que aceptar la acogida de refugiados es el hecho de que la ciudad estaba preparada para una invasión de estas características”, señala en conversación con El Independiente Remigijus Šimašius, el alcalde de Vilna, autoproclamada capital del exilio ucraniano. “Abrimos rápidamente escuelas para los ucranianos recién llegados. El mayor reto era la vivienda y hemos logrado estabilizar los precios del alquiler y la gente se está integrando muy bien”, subraya.
La ciudad, que celebra este año los siete siglos de su fundación, sigue teñida de azul y amarillo, los colores de la enseña ucraniana, incluido el árbol de navidad que decora la plaza de la catedral, una basílica de estilo neoclásico. En agosto albergó las multitudinarias celebraciones por la independencia ucraniana que el Kiev en estado de guerra no pudo acoger. “Ahora vemos con alivio que Rusia no es tan fuerte como todo el mundo esperaba y que Ucrania ha resistido mejor de lo que muchos creían”, apunta el regidor, voceando una constatación compartida por otros habitantes.
"Un recordatorio de la agresión rusa"
“Y si algo nos dejó bueno 2022 es que el mundo occidental está más unido de lo que todos esperaban. A pesar de todas las trágicas noticias, es una buena noticia para la civilización occidental. Nosotros conocemos bien a nuestro vecino, desde hace mucho tiempo”, arguye. “Me siento más seguro que nunca, porque antes de la invasión sabíamos que Rusia era una amenaza. Pero los aliados occidentales no eran tan conscientes de ello. Y ahora la situación es completamente diferente. Tenemos las mismas reglas y los mismos medios para resistir, pero nuestros aliados son más fuertes y más conscientes. Y resulta evidente que Rusia no es la enorme amenaza que era”.
Resulta evidente que Rusia no es hoy la enorme amenaza que era
Vilna, convertida en una de las capitales europeas más dinámicas de la última década, no ha cambiado sus planes. Ha festejado la Navidad con un espectáculo de luces cubriendo las estrechas calles de su sobrecogedor centro histórico y se prepara para celebrar a finales de mes sus 700 años de existencia. “La Navidad y el Año Nuevo son un buen recordatorio de lo que celebramos en el contexto de un año marcado por el ataque ruso contra Ucrania”, admite Šimašius, al frente del consistorio desde hace siete años.
Un año para celebrar
Los siete siglos de la fundación de la ciudad llenará Vilna de festejos a lo largo de 2023, desde conciertos hasta exposiciones y un festival de luces que se celebrada a finales de este mes. Con el mayor casco antiguo barroco de toda Europa Central y Oriental, la capital lituana ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Es, además, la única capital de Europa que permite sobrevolar la ciudad en globo aerostático. Y descubrir sus distritos más modernos y alternativos a vista de pájaro.
En sus arterias han creado su hogar temporal Anna y Alex, a quienes la contienda ha reducido sus encargos de retratar enlaces nupciales. “Aquí no he sentido las tensiones que sí han surgido en Polonia [cerca de 9 millones de ucranianos han cruzado la frontera desde el pasado febrero]. Algunas zonas de Vilna son muy similares a las de Kiev, con ese pasado soviético común”, comenta Anna, que reconoce digerir mal el destierro.
“Tampoco me atrevo a hacer una predicción sobre cuándo acabará esta guerra, pero espero que sea en la primavera o el verano próximos”. “Lo único que sé es que, cuando concluya, volveremos inmediatamente a Ucrania. Antes de la guerra pasábamos hasta cuatro meses en el extranjero, pero ahora es distinto. Sabíamos que cuando volviéramos podríamos abrazar a nuestros parientes y hacer las cosas que solíamos hacer. Ahora lo echamos de menos”, concluye.
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