Unas memorias guardadas a buen recaudo durante décadas en la cámara de seguridad de un banco. Una ausencia paterna disfrazada de mentiras. Una adolescencia repleta de interrogantes, muchos aún sin resolver. “Una montaña rusa” que, al menos en parte, ha logrado desentrañar la heredera de todos los secretos, Alejandra Suárez, hija de Aleksandr Ogoródnik, un diplomático soviético que trabajó como espía para la CIA y quien, tras ser delatado y detenido, optó por suicidarse con el cianuro almacenado en un bolígrafo.
Una biografía digna de película de espías que la madre de Alejandra -una joven de orígenes humildes del barrio madrileño de Chamberí que triunfó en Bogotá, donde conoció a Aleksandr- ocultó durante años. “Sacha” o “Trigon”, el nombre en clave de su padre, comenzó a emerger en un viaje de progenitora e hija a Marbella. Alejandra tenía entonces 13 años. “Mi padre fue un héroe, un luchador. Una persona súper valiente. Lo habría tenido muy fácil si hubiera optado por pedir asilo político en Bogotá, pero decidió regresar a Moscú como espía de la CIA”, relata Alejandra en una entrevista a El Independiente desde Tenerife, donde reside.
“Para mí el hallazgo resultó impactante e increíble. Cuando lo contaba, nadie lo creía. Luego se convirtió también en un motivo de orgullo” confiesa. Su periplo vital y las memorias de Aleksandr, hasta ahora inéditas, ven la luz en “Mi padre, un espía ruso” (Ediciones B), un libro en el que Alejandra desnuda su pasado en busca de respuestas. “Era tan idealista que prefirió volver a Moscú para pasar información mucho más trascendental de la que había obtenido en Bogotá. Su idea era demostrar al mundo el engaño del comunismo soviético, desde dentro”, admite su hija, decidida a reivindicar la figura de un hombre atormentado cuya contribución real a la lucha contra la URSS durante la década de 1970 permanece aún en zona de sombras.
Según fuentes de la CIA, 'Trigon' “había pasado una información fantástica” a Estados Unidos en la década de 1970
“El contenido de lo que hizo sigue clasificado. No tenemos la información que él pasó a la CIA, a pesar de que diversas fuentes de la agencia sostienen que es una información trascendental. Sí que parece que pasó información importante, relativa al SALTII [Tratado sobre Misiles Anti-Balísticos de Estados Unidos y la Unión Soviética]”, esboza su hija.
Así también lo sostiene Martha Peterson, ex oficial de la CIA y la persona encargada de recibir los paquetes con información confidencial, formada por rollos fotográficos, en los lugares más insospechados de Moscú. En una información del Washington Post fechada en 1980, se cita brevemente la historia de un espía con 'Trigon' como nombre en clave que desde el ministerio de Exteriores de Moscú “había pasado una información fantástica” a Estados Unidos hasta que, según las fuentes de inteligencia, fue desenmascarado y usado para enviar información falsa.
Un flechazo en Bogotá
Él era un atractivo diplomático soviético, tercer secretario de la embajada en Colombia. Ella, una española con desparpajo que había cruzado el charco en 1961 en busca de una nueva vida lejos del yugo de sus progenitores. Pilar procedía de un Madrid sumido en la grisura de la dictadura franquista. Aleksandr venía del frío, de los confines de otro régimen autoritario. Había nacido en la hoy disputada Crimea. Dos mundos que coincidieron en Bogotá, en plena bonanza económica, con el café y el narcotráfico al alza. "Mi madre llegó a Colombia y triunfó. Se hizo amiga de personas de gran renombre", relata Alejandra. Pilar se codeó con ministros y rectores universitarios y tuvo varios empleos, incluido la gestión de un Parador en las montañas. "Es posible que durante un tiempo llegase a ser relaciones públicas de la cantante María Dolores Pradera, logro que ella y mi abuela siempre contaban con orgullo", agrega su heredera. Ambos se conocieron en octubre de 1971, en un desfile de trajes típicos de diferentes países auspiciado por el Instituto Colombiano de Cultura y celebrado en el teatro Colón de Bogotá. Desde entonces, entablaron un amor furtivo, siempre evitando el radar de la inteligencia rusa. Alejandra nació en Madrid en 1975, cuando Aleksandr trabajaba como espía en Moscú. Ella jamás conoció a su padre y, durante los dos años siguientes, previos a su muerte, él tampoco fue informado de la existencia de un retoño. / En la fotografía, Aleksandr y Pilar en la casa de la española en Bogotá.
"Un idealista inocente"
En sus memorias, Aleksandr desgrana el viaje hacia el desencanto de un “idealista inocente”, como él mismo se define, un soviético convencido al que le terminó defraudando la élite política y las acciones de las que fue testigo como funcionario. “Solo deseo contaros cuáles fueron los motivos que me causaron una serie de sensaciones, desilusiones, frustraciones y tremendas depresiones que durante mucho tiempo han supuesto una preocupación, una inconformidad, una inquietud de conciencia… que me han llevado a la conclusión de que tal vez escribiendo este libro y a través de él puedo hacer algo por mi querido pueblo”, comenta en la introducción.
- Su padre escribe: “Según la historia oficial soviética, entramos en Polonia no como conquistadores, sino como libertadores de nuestros hermanos ucranianos y bielorrusos. Si hubiera un solo acontecimiento de aquel periodo que hubiera querido presenciar, habría sido la reacción del pueblo soviético a las explicaciones del Gobierno sobre el pacto nazi-soviético…”. Sus palabras son de enorme vigencia. ¿Se ha preguntado alguna vez qué pensaría él ahora de lo que está sucediendo?
- Sí. Existe un paralelismo total. Esa frase entraña la misma excusa que está utilizando ahora Vladímir Putin para hacer todo lo que está haciendo. Encuentro muchísimos paralelismos en el engaño que sigue sufriendo el pueblo ruso, de cómo les hacen creer en una serie de cosas. A pesar de cómo ha cambiado el mundo y de que existe más información y resulta más difícil la manipulación. Pero aún así, la censura que ejerce el gobierno ruso sigue haciendo que el pueblo se mantenga muy engañado en muchas cuestiones.
Según la historia oficial soviética, entramos en Polonia no como conquistadores, sino como libertadores de nuestros hermanos ucranianos y bielorrusos
Aleksandr Ogoródnik en SUS MEMORIAS
Destapar la impostura soviética
Una de las misiones de su padre al traicionar a los suyos y desfilar hacia el bando enemigo era precisamente acabar con esa impostura a la que -consideraba- se hallaba sometida la sociedad soviética. “Por todos aquellos que, como yo, viven en un estado de angustia y desacuerdo por lo que ocurre alrededor y, que, sin embargo, están sometidos injustamente, sin esperanzas ni soluciones posibles, al menos por ahora”, indica en las memorias.
Una constatación que su heredera también comparte, tras una larga décadas de indagaciones sobre su figura, y que la invasión rusa en Ucrania del último año ha vuelto a aflorar. “Cuando comenzó la invasión de Ucrania, me sentí identificada. No se nos cuenta toda la verdad a Occidente porque no interesa. A veces olvidamos que Ucrania también es una república ex soviética y que en este caso les ha tocado hacer de víctima, pero que no debemos perder eso de vista”, esboza.
“Si estuviera vivo, mi padre sin duda seguiría con ese sentimiento de dolor. Probablemente al no haber vivido la desintegración de la Unión Soviética, sería muy firme en eso y le hubiera costado no ser defensor de lo que llaman la 'Gran Rusia'. En cualquier caso, no estaría de acuerdo en absoluto con los métodos de Putin”, opina Alejandra, quien rechaza la idea de que su padre fuera un agente doble. “Nunca fue un agente del KGB. Hizo, como otros diplomáticos de la época, algunos trabajos para la agencia. Si no se hubiese cambiado de bando, y con su carrera militar previa y su pertenencia a las juventudes comunistas, habría terminado posiblemente en el KGB”, sostiene.
Selló su acuerdo con la CIA en un baño turco
El fin de su lealtad a la URSS se fraguó en un baño turco del desaparecido hotel Hilton de Bogotá. Corría enero de 1974. A cambio de su colaboración, recibía una jugosa cantidad de dinero: unos 10.000 dólares mensuales que sirvieron para ofrecer una infancia acomodada a Alejandra. La familia -su madre y su abuela, asistidas por una sirvienta- tuvo en propiedad dos viviendas en el distrito madrileño de Peña Grande, que la adicción al juego de su progenitora -con quien mantuvo una relación tóxica- terminó dilapidando.
“Si las cosas hubieran salido de otro modo, hubiera tenido hermanos y habríamos vivido probablemente en Estados Unidos, que era la promesa que la CIA le había hecho a mi padre. Mi madre tampoco hubiera visto truncada su vida, un hecho que influyó en su comportamiento posterior”.
A pesar de sus esfuerzos, la historia de Alejandra y su estirpe continúa encontrándose con obstáculos. Los diarios finales de su padre permanecen clasificados en algún archivo de Moscú; la CIA tampoco ha aportado todo el dossier a pesar de las peticiones de su heredera. “Es una asignatura pendiente que la CIA le proporcione un mayor reconocimiento. Entiendo que resulta complicado porque mi padre era soviético y podría crear un conflicto diplomático”. La madrileña asegura que ha logrado reconciliarse con su pasado, al menos con los pasajes asociados a la figura paterna que nunca tuvo. “Lo que hoy prevalece es un sentimiento de orgullo”.
Con los ecos de la contienda en Ucrania, Alejandra considera que “seguimos en la Guerra Fría”. “Es patente en el conflicto actual. Sigue habiendo dos bandos”, narra, inquieta por el futuro de la sociedad rusa. “Les estamos condenando a una serie de bloqueos y castigos. El gran responsable de todo es quien ha iniciado esta locura, Putin. No aprendemos porque hay una obsesión por borrar el pasado”.
Presumido y trabajador incansable, el retrato de un padre ausente
Alejandra incluye en el libro algunas anécdotas que trazan un retrato del hombre que jamás llegó a conocer. Como la petición recurrente a la CIA de que le enviara lentes de contacto. "Eran una constante en los paquetes intercambiados con mi padre en Moscú. En esta y en otras ocasiones, mi madre me dijo también que mi padre era bastante presumido y que compraba unas lentes especiales que le aclaraban un poco el azul de sus ojos", narra. Gran deportista y nadador, era también férreo en sus quehaceres diarios. "En aquella época yo era un joven comunista ideal. Creía en el sistema y trabajaba mucho; todo el día y gran parte de la noche, los siete días de la semana, y no había diversiones ni muchachas . Además de mi programa de estudios, conferencias, clases, reuniones políticas, discursos, prácticas de idiomas y redacción de artículos, seguía un horario regular de atletismo, ya que tanto el deporte como el cuidado de la dieta y la salud eran entonces, y lo son todavía, una parte importante de mi vida", detalla en las memorias. / En la fotografía, inédita hasta la publicación del libro, Aleksandr en Colombia.
Una cápsula de cianuro
La biografía de Trigon, cuya luz reivindica ahora su descendiente, escribió sus últimas líneas a principios del verano de 1977. Con su identidad comprometida por un traductor checo, fue detenido y trasladado a la prisión de Lubianka. Los acontecimientos se sucedieron veloces. Sobre sus últimos días de vida existen diferentes versiones -una sitúa su óbito en su propio apartamento; otro en la cárcel-, pero Alejandra apuesta por el suicidio.
En su viaje desde Bogotá Aleksandr había puesto como condición a la CIA la entrega de una cápsula de cianuro oculta en un bolígrafo, en previsión del peor de los escenarios. Y entonces, ante el horizonte de unos largos y terribles interrogatorios, solicitó escribir su confesión. En cuanto pudo, mordió el bolígrafo y falleció súbitamente. El calendario debía marcar el 22 de junio de 1977.
La realidad es que tanto él como su enlace estadounidense actuaron en sus narices durante muchísimo tiempo
“Ese pasaje final no está del todo claro”, admite Alejandra. “Es evidente que para los soviéticos, mi padre fue un traidor. Les dolió porque en los libros de texto de la agencia de inteligencia rusa se sigue estudiando la historia de mi padre”, desliza. “Ahora el FSB y anteriormente el KGB se vanagloriaban mucho de cómo detuvieron a mi padre, cómo consiguieron llegar a él, pero la realidad es que tanto él como su enlace estadounidense estuvieron actuando en sus narices durante muchísimo tiempo sin que se enteraran de nada”.
“No creo que sepamos nunca los detalles de ese momento”, lamenta, empecinada en hallar respuestas a los interrogantes pendientes. “Debe ser que he heredado el lado aventurero de mi padre”, dice con una sonrisa. No ha podido cumplir todavía con la visita a su tumba en un cementerio de Moscú ni ha logrado identificar a sus parientes rusos. “Me lo han desaconsejado pero lo haré. Ahora no es evidentemente el momento”, murmura. Tampoco entiende que su padre no aceptara salir antes, cuando existía un plan para rescatarlo en un vehículo con un pasajero oculto. “Lo importante es que, con una condena a muerte asegurada, mi padre, 'Trigon', decidió morir cómo y cuándo quiso. Y lo hizo como un héroe”.
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