La invasión a gran escala de Ucrania, iniciada hace ahora un año por las tropas rusas, causó el mayor éxodo desde la II Guerra Mundial en Europa. La solidaridad de la población europea también resultó histórica. Más allá de las cifras, se esconden historias de carne y hueso, vidas que quedaron arrolladas por una contienda que pocos imaginaron posible. Biografías de dolor, resiliencia y lucha que durante este último año hemos contado en las páginas de El Independiente.
¿Qué pasó con Olena, la profesora de español refugiada en Villaconejos? ¿Y con la familia Lobo-Rassadin, unidos por la guerra y por 'Google Translate'? ¿Qué fue de Andrei, el pintor de iglesias ortodoxas, y su familia refugiada en un monasterio de Ávila? ¿Y de Tatiana, la periodista rusa exiliada en Barcelona por criticar la guerra? Con el primer aniversario de la invasión, sin visos de una resolución en el horizonte, hemos querido propiciar el reencuentro. Que los lectores vuelvan a saber de los rostros que estuvieron en primera plana.
El principal drama del ucraniano, como el de todos los conflictos bélicos, es el de los refugiados. Lo sigue siendo hoy. Según el Alto Comisionado para los Refugiados de la ONU, hay más de ocho millones de refugiados llegados de Ucrania repartidos actualmente por Europa. Son alrededor de un 19 por ciento de la población ucraniana. De ellos, 4,8 millones están acogidos al mecanismo de protección temporal aprobado a contrarreloj por la Unión Europea. El éxodo tuvo dimensiones mayores. Hasta 18 millones de personas abandonaron el país, pero más de 10 ya han retornado.
Los Babotenko, la familia de artistas ucranianos
A Andrei Babotenko lo conocimos en los andamios de la Catedral Ortodoxa Rusa de Madrid. Curtido en el arte religioso en monasterios y templos de Rusia o Ucrania, pintaba entonces los frescos de la iglesia. Nos contó que su familia había hallado refugio en un monasterio enclavado en el valle del Tiétar, en Ávila. Y, meses después, fuimos a su encuentro. Junto a su esposa Natalya y sus cuatro hijos, compartían convento con una treintena de monjas agustinas.
En plena sierra, la familia -originaria de la castigada Járkov- encontró un remanso de paz lejos del conflicto y estableció una sorprendente complicidad con las hermanas. La orquesta Babotenko, lo titulamos. Se convirtió en costumbre que los pequeños, apasionados músicos, amenizaran las veladas. María, de 18 años, al contrabajo; Simeón, de 14, al acordeón; Nina, de 12, al violín; y Olga, la benjamina de 6, a la percusión.
Un refugio que el inicio del curso académico obligó a dejar atrás. Desde septiembre residen en un piso de Madrid sufragado con la ayuda de Cáritas. “Nos ayudan en el alquiler del piso con terraza”, explica Andrei, siempre sonriente y agradecido a la solidaridad que ha mitigado la zozobra de este último año. Sus hijos estudian en un colegio de la capital y asisten al conservatorio. Natalya, también artista, ha encontrado trabajo en el mismo colegio. Andrei lleva unos meses en Hamburgo, dedicado a la Catedral rusa de la ciudad alemana. Cuida, además, de su madre. “Es refugiada de la ciudad de Donetsk y ha sufrido dos cirugías recientes. Espero que con la ayuda de los médicos germanos, se recupere y podamos regresar juntos a Madrid”, vaticina.
George, el combatiente que partió a la guerra desde España
Llevaba años afincado en España cuando la guerra en Ucrania comenzó el año pasado. De nacionalidad georgiana, George nos explicó que era una obligación para él socorrer a “los hermanos ucranianos”. “Está sucediendo lo mismo que pasó antes en Georgia”, advirtió a propósito de la invasión rusa de su país en 2008.
George empacó la mochila y se dirigió al frente, como miles de combatientes extranjeros que acudieron en los primeros compases del conflicto. Se alistó a la Legión Georgiana, la más numerosa de las unidades formadas por ex soldados llegados de medio mundo que desde 2016 y por decreto presidencial está integrada en el organigrama de las fuerzas armadas ucranianas.
“Es también mi guerra”, reconoció entonces. George, ex militar, regresó a España en septiembre, tras resultar herido en una de las misiones en la región del Donbás. Desde entonces, se recupera de las lesiones. Ha recibido, dice, amenazas de grupos prorrusos, que han difundido su imagen en las redes. “Yo no tengo miedo pero tengo que cuidar de mi familia”, alega. Asegura que terminará retornando a una guerra enmarañada y larga. “He estado luchando contra Rusia desde que era un niño. La mayoría de los georgianos saben qué nación de almas sucias es Rusia”, replica.
Olena, profesora desde Villaconejos
Olena es hispanista en la Universidad de Kiev, nos recibió en la casa en la que una asociación de Villaconejos (Madrid) le había alquilado a ella y su hermana. Se vinieron con sus hijos y sin sus maridos. "Físicamente estoy en España, pero mis pensamientos están en Ucrania con mi marido, con mis padres, con mis amigos. Cada día dedico mucho tiempo a la lectura de las noticias ucranianas tanto nacionales como regionales - sigo las noticias de las tres regiones en las cuales están mis familiares ahora. Tengo mucha suerte de poder seguir con mi trabajo de siempre - doy clases telemáticamente a los estudiantes de mi universidad ucraniana", nos confiesa Olena un año después de que Putin les destrozara su vida.
Recaló en esta localidad de sur de Madrid porque fue interprete de niños ucranianos de Chernóbil que pasaban veranos en acogida en la localidad. Hoy son sus propios hijos los que se tienen que adaptarse a España. "Se han adaptado a la vida en España bastante bien. Mi hija que ha empezado primaria tiene muchas amigas y se le dan muy bien las clases en el cole. Mi hijo que está en la preadolescencia se adapta peor que mi hija: tiene vergüenza de hablar con sus compañeros de clase, se esfuerza mucho para estudiar bien, pero no le salen bien los exámenes y sufre bastante por eso. Mi hijo no ha podido encontrar amigos que le gusten la guitarra y el patinete. Aquí nadie tiene tales aficiones, y para hablar de otros temas todavía no puede por no dominar bien el idioma", relata.
Con todo se sienten muy agradecida. "Estamos muy bien aquí. Mis amigos del pueblo nos cuidan mucho y los vecinos nos tratan muy bien. Es un pueblo tranquilo y acogedor con gente muy amable. Pero tenemos muchas de volver a nuestra casa en Kyiv, de poder estar toda la familia juntos", nos escribe en un mensaje. No se ha equivocado con Kyiv, como hispanista reclama que España use los nombre en ucraniano de su país, no del ruso. La guerra también se pelea en el territorio de la lengua.
Román, el albañil ucraniano de Getafe que lucha en el Donbás
Dos días después del inicio de la invasión a gran escala, Román se fue a la guerra. Tenía entonces 23 años y hasta aquel viaje en furgoneta vivía junto a su madre y hermana en la ciudad madrileña de Getafe. Trabajaba de albañil. Se había establecido en España cuatro años antes. Lo relató a El Independiente desde Leópolis, donde recibía el curso de adiestramiento por el que tuvieron que pasar miles de voluntarios ucranianos y extranjeros que se sumaron a la lucha. “La guerra te cambia”, dice doce meses después.
Desde hace meses combate en el frente del Donbás, el más activo de la contienda. Su unidad se halla a unos kilómetros de Bajmut, la ciudad ucraniana que se enfrenta estos días a un asedio de las tropas. Llegó a tener 70.000 habitantes pero solo quedan 5.000. “Es muy complicado. He perdido a muchos amigos en la guerra”, desliza Román, integrado ya en las fuerzas armadas de Ucrania. “Vamos poco a poco”, admite.
Tatiana, la periodista rusa exiliada en Barcelona
Tatiana Ulianova aterrizó en Barcelona a mediados del pasado abril. Había ejercido de periodista en Rusia e incluso había cubierto los combates en el Donbás entre ucranianos y separatistas prorrusos. En marzo rompió su silencio y condenó en las redes sociales la guerra lanzada desde el Kremlin. “En Rusia está prohibido pronunciar el término ‘guerra’ pero lo es. Yo no voy a renunciar a llamarlo por su nombre”, nos dijo.
Ya entonces las autoridades rusas habían elevado las penas, de hasta 15 años de cárcel, contra quienes desafiaran la narrativa oficial. Tatiana, despedida por "extremista", huyó del arresto que padecen miles de ciudadanos rusos simplemente por discutir la contienda y sus supuestos objetivos. “Seguimos en Barcelona. Poco ha cambiado nuestra situación desde que llegamos”, reconoce.
Va a clase de español y junto a su marido, también del gremio, han comenzado un cursos de cortometraje en la escuela de cine. Tatiana, otra refugiada de la contienda, admite haberlo pasado mal. “Es muy difícil empezar la vida desde cero y construirla de nuevo con una profesión y unos amigos nuevos y en otra lengua. Seguimos adelante”, desliza, centrada ahora en la tarea de encontrar trabajo. “Sigue siendo muy peligroso. Una amiga, también periodista, fue detenida por haber publicado un comentario contra la guerra en las redes sociales y le han abierto un caso judicial”, comenta.
Le inquieta los niveles de propaganda que se respiran en Moscú. “La situación del periodismo es terrible en Rusia. La vida prosigue en Moscú pero hay empresas que están teniendo problemas de liquidez. Hay muchos detenidos, no solo periodistas sino también activistas o incluso intelectuales por simplemente expresar su rechazo a esta guerra”, concluye.
Los Rassadin viven en Tembleque
Raquel Sanfiz y Jorge Lobo quedaron impactados cuando vieron las noticias de la invasión de Rusia y la huida de los refugiados. No se lo pensaron, reunieron dinero y los medios que pudieron y se marcharon a la frontera de Ucrania con Polonia a recoger refugiados. Se volvieron a casa con la familia Rassadin, con la que han convivido hasta que se han ido a vivir a Tembleque (Toledo). Nos recibieron en su casa en abril y fuimos testigos de los esfuerzos por la convivencia entre las familias. Jorge Lobo reconoce que ha sido una gran experiencia pero que las dos familias necesitaban su propio espacio. "Encontramos un trabajo para Ania en Tembleque y ya tienen casa y colegios", afirma.
De las 160 de personas que llegaron huyendo de la guerra amparados por el colectivo Somos Ucrania 50 están en un colegio en Marín, Pontevedra. De los 110 restantes gran parte se ha vuelto a Ucrania, los demás, salvo contadas excepciones, se han conseguido independizar de sus familias de acogida. Los que lo han logrado viven casi todos en pequeños municipios. "Vivir en Madrid es muy caro y hay mucha competencia", afirma Jorge Lobo.
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