Danil soñó siempre con vivir a orillas del mar, en un clima más benigno que el de su natal Moscú. Ahora, cuando lo piensa, sonríe. La Rusia de Vladímir Putin le permitió cumplirlo, a pesar incluso del desgarro y la incertidumbre de la diáspora. Danil, nombre ficticio por miedo a las represalias, era un próspero empresario hasta que el activismo político de un pariente le colocó en la diana del Kremlin y sus sucursales mediáticas. Un rostro del exilio que rompe por primera vez su silencio desde una ciudad costera española.
Danil acepta conversar de su periplo con la condición de que la ubicación de su residencia actual y los detalles de su biografía permanezcan a buen recaudo. Su familia ha solicitado asilo político en España y sigue a la espera de respuesta. “Estamos felices. Nos gusta el país, el idioma, el clima y la gente. Es tan diferente la situación aquí a la de mi país”, desliza quien recuerda con cierta nostalgia su existencia en Moscú. “Mi vida era muy buena. Trabajaba en compañías internacionales y estaba más que satisfecho. Teníamos un buen piso en una buena zona de Moscú. Era afortunado”, esboza.
Admite, en cambio, que el clima político -con un deterioro progresivo de las libertades públicas, tras dos décadas de Putin en el poder- acabó convirtiendo su acomodada vida en la capital rusa en una zozobra. Acusado de financiar a la oposición -representada por Alexei Nalvany, hoy entre rejas-, Danil optó por abandonar Rusia antes de la catástrofe, la que supuso el inicio de la invasión rusa de Ucrania a gran escala cuyo aniversario se cumple esta semana. Lo hizo en la primavera de 2020. Primero, a un país cuyo nombre prefiere mantener a resguardo, y más tarde a España.
No añoro el clima general que se respira hoy en la Rusia de Putin. No querría vivir en Moscú, con este nivel de propaganda
La huida
“Nunca presentaron cargos judiciales contra mí pero ejercieron todas las presiones que pudieron. De repente, mi socio no quiso que continuáramos trabajando juntos y me acusaron, además, de haber sufragado las campañas de la oposición. Estando en el extranjero, me llamaron las autoridades rusas y tuve que dar explicaciones. Lo negué todo”, evoca. Consciente de la situación, Danil enfiló discretamente el camino de salida. Hasta que una televisión rusa localizó su nueva ubicación en el extranjero. “Y me dedicaron el episodio de un programa, con información falsa”, asevera.
Su rostro, que evita exhibir en las fotografías en las que observa ese mar que tanto deseaba, es el de cientos de miles de compatriotas rusos que han abrazado la diáspora. Desde febrero de 2022 cerca de un millón de personas han abandonado el país por razones diversas. En el listado figuran desde migrantes económicos hasta refugiados políticos -como Danil y su familia- y objetores de conciencia que huyen de la movilización parcial decretada por Putin el pasado septiembre.
“Echo de menos a mis amigos y la vida apacible que perdimos a partir de 2014 [inicio del conflicto en la región oriental ucraniana del Donbás y anexión de la península de Crimea]. Tal vez también el ambiente cultural, pero no añoro el clima general que se respira hoy en la Rusia de Putin. Conozco bien la situación actual y no querría vivir hoy en Moscú, con este nivel de propaganda”, agrega. No ha perdido el contacto con quienes permanecen bajo un Estado que persigue a quienes desafían la narrativa oficial y recuerda con nitidez el día en el que asistió a una redada en su casa.
Me preocupan los intentos de regresar a los viejos ideales de la Unión Soviética. Resulta imposible volver al pasado
Régimen de terror
“Hicieron una redada en la casa. Unas diez personas aparecieron con armas y buscaron entre nuestras pertenencias. No sé qué buscaban realmente. Fue una provocación, un momento desagradable y peligroso que afectó gravemente a mi familia”, detalla. Un episodio que desencadenó la mudanza y su travesía hasta encontrar refugio en España, donde barrunta proyectos de un futuro aún en vilo, pendiente del asilo y el permiso de trabajo. “Quiero escribir un libro sobre mi tránsito y sobre la emigración rusa. Ojalá pueda ayudar a otros en su integración”.
Desde su cobijo español, Danil observa con inquietud su país, aislado de Occidente e inmerso en un conflicto de incierto porvenir. “Es un episodio muy difícil de nuestra historia. En realidad, del de toda la humanidad. Me gustaría ayudar más porque va a tener efectos en mucha gente, no solo ahora sino en el futuro, pero no sé cómo”, admite. “Veo con preocupación los intentos de regresar a los viejos ideales de la Unión Soviética. Resulta imposible volver al pasado”, esboza.
Tampoco se arrepiente de haber abandonado el país ni del activismo político de su hijo. “Si siguiera en Moscú, él estaría en la cárcel. Él no quería vivir fuera de Rusia, pero era la única opción. La represión no ha terminado aún”, asevera.
Un país obligado a cambiar
Su aspiración es también la de los disidentes que han ido sumándose al exilio: “Rusia tiene que cambiar y lo terminará haciendo, no solo en la política sino también en la economía. Esta coyuntura actual abre oportunidades que debemos aprovechar”. Del ex espía del KGB que reina en el Kremlin y trata de vender su proyecto de la Gran Rusia, Danil es directo: “Putin es un dictador, un hombre que se apropió ilegalmente del poder y que carece de cualquier buen propósito para el país. No creo que se hayan producido resultados positivos en estos 20 años en el poder. Tampoco entiendo a quienes aún le apoyan. Está equivocado”.
No creo que Putin pueda tener un buen final. No hay que descartar que el cambio surja de entre quienes le respaldan
Danil ha engrosado la comunidad rusa en España, alrededor de 80.000 personas en 2021, frente a los 160.000 nacionales ucranianos. “Jamás he sufrido rusofobia en España”, dice antes de relatar las coincidencias que ha ido viviendo, en mitad de un conflicto entre países vecinos que ha dividido a familias enteras. El casero de la vivienda que alquila es ucraniano. “Y juego a voleibol con ucranianos. Los amigos de mi hija también lo son y le gusta su idioma y sus canciones. Tengo buenos amigos en Kiev y Járkov”, replica.
Danil asegura que jamás tuvo contacto con el círculo de oligarcas que rodea a Putin. “Pero sí considero a Putin responsable de haberme arruinado la vida”, indica. “No creo que él pueda terminar bien. Y no hay que descartar que el cambio surja de entre quienes le respaldan. Muchos oligarcas están perdiendo dinero y conexiones con Occidente. Solían viajar a Europa y enviar a sus hijos a las mejores escuelas de Reino Unido. No creo que estén contentos con la situación, con haber tenido que renunciar a sus costumbres”, comenta con cierta esperanza. “Ignoro cuántos años harán falta para derribar este régimen. Podrían ser un año, cinco o diez. Nadie, en realidad, lo sabe. Pero caerá”.
Una represión sin tregua
Desde el inicio de la invasión de Ucrania, el pasado febrero, la policía rusa ha detenido a casi 20.000 activistas por oponerse a la guerra. Las protestas han sido casi diarias en diferentes ciudades de la Federación. Según el recuento que manejan los activistas, los arrestos no han cesado durante estos 12 meses: en el último año solo hubo 18 jornadas sin detenciones ni encarcelamientos.
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