Durante semanas resistió el incesante plomo ruso sobre Azovstal, una de las mayores acerías de Europa, con un laberinto de túneles que se extiende por 24 kilómetros. Fue herido y capturado por las tropas rusas a mediados de mayo en la rendición final de la planta. Durante los cuatro meses siguientes, Mykhaylo Dianov malvivió en manos enemigas. Su liberación, fruto de un canje de prisioneros, le convirtió en la fotografía más cruda de la guerra iniciada el 24 de febrero de 2022. Hoy, lejos del campo de batalla, continúa con una recuperación lenta.

Le localizamos en Leópolis, la ciudad del oeste de Ucrania convertida en refugio para decenas de miles de desplazados por la contienda. Dianov sonríe. Se sabe un superviviente. En septiembre su cuerpo esquelético, reducido a huesos, y su mirada extraviada asaltaron al mundo. “El soldado ucraniano Mykhailo Dianov es uno de los afortunados: a diferencia de otros prisioneros de guerra, sobrevivió al cautiverio ruso. Así es como Rusia se 'adhiere' a las Convenciones de Ginebra. Así es como Rusia continúa el vergonzoso legado del nazismo”, tuiteó entonces el ministerio de Defensa ucraniano adjuntando las dos instantáneas, antes y después del cautiverio, hoy transfiguradas en historia fotográfica.

“Me considero un superviviente. Junto a otros camaradas, mantuve la moral frente a todas las atrocidades de los rusos. No arrojamos nunca la toalla”, replica Dianov en conversación con El Independiente. “Me siento un hombre afortunado porque yo quería sobrevivir. Quería regresar a casa y defender Ucrania y ese sentimiento fue tan fuerte que me permitió seguir con vida y no rendirme”, reconoce mientras libra otra batalla, la de la recuperación, con las secuelas físicas de la guerra.

Imágenes del soldado ucraniano Mykhailo Dianov. antes y después del cautiverio ruso.
Imágenes del soldado ucraniano Mykhailo Dianov. antes y después del cautiverio ruso. | MINISTERIO DE DEFENSA DE UCRANIA

Dianov, de 42 años, no ha olvidado el 24 de febrero de 2022, aquella madrugada que inauguró la invasión rusa a gran escala de su país. Era ya sargento mayor de la trigésimo sexta brigada de infantería de marina de las Fuerzas Armadas de Ucrania. Se hallaba en Mariúpol, la ciudad mártir que padeció dos agónicos meses de asedio hasta su caída el 20 de mayo. Según cálculos de Kiev, más de 20.000 civiles perdieron la vida bajo los intensos bombardeos y hasta 50.000 vecinos fueron deportados por orden de Moscú.

En la primera jornada bélica Dianov se hallaba a 20 kilómetros de Mariúpol. “Nos sorprendió que los rusos no nos atacaran directamente en el frente. Optaron por golpearnos desde el aire”, rememora. Una lluvia de plomo que condujo rápidamente al cerco de la urbe el 1 de marzo y, poco después, al comienzo de las misiones de rescate de los civiles atrapados en un callejero carcomido por los ataques aéreos.

En abril el militar fue víctima de las escaramuzas: resultó herido en ambas piernas y perdió 4 centímetros de hueso en el brazo derecho. Terminó siendo trasladado a la precaria clínica establecida en los sótanos de la acería.

Durante el cautiverio, los soldados rusos me decían que me había vuelto famoso por las fotos de Azovstal

FOTOGRAFÍA DE DIANOV EN AZOVSTAL: Dmytro Kozatsky

Operación en Estados Unidos

Una fotografía tomada poco después le muestra con una estructura metálica en el brazo a modo de soporte. Dianov aparece sonriente en la imagen, captada en las oscuras profundidades de Azovstal entre soldados también heridos y civiles que aguantaron penurias y hambre cuando el asedio redujo los víveres. Son heridas de guerra que aún trata de restañar. “Calculo que me queda un año de rehabilitación”, desliza. En diciembre fue operado en Estados Unidos, en una costosa cirugía sufragada por el FC Shakhtar Donetsk, un club de fútbol que gestiona un proyecto de 25 millones de euros destinado a las víctimas de Azovstal y sus familias.

“Pasé apenas diez días en Estados Unidos y regresé a Leópolis, donde acudo con regularidad al hospital para ejercitar el brazo derecho”, señala el soldado, que dice llevar bien la popularidad. “Ya durante el cautiverio, los rusos me decían que me había vuelto famoso por las fotos de Azovstal”, esboza. Es de las pocas conversaciones que recuerda con los uniformados del bando opuesto. “Los rusos son los enemigos y no hay espacio para ningún tipo de amistad con quienes asesinan incluso a civiles indefensos”, replica sin titubeos.

Tras la rendición de las tropas ucranianas en Azovstal, Dianov penó durante tres meses por un centro de detención. “Solo en agosto me enviaron a un hospital en Donetsk. El trato del personal médico fue horrible. Todas las intervenciones que me hicieron fueron sin anestesia”, denuncia. Unas semanas después, regresó a un edificio convertido en cárcel antes del intercambio de prisioneros, en el que fueron liberados 215 militares ucranianos de alto rango que habían dirigido durante semanas la resistencia en la acería.

El "menú" del cautiverio

Entendimos pronto que los rusos habían decidido proporcionarnos la ración estrictamente necesaria para sobrevivir

“Los soldados rusos que ejercían de nuestros captores tenían miedo de nosotros, incluso cuando estábamos completamente desarmados. Sabían lo poderosos que habíamos sido en Azovstal y nuestra determinación para resistir”, murmura quien se alistó al ejército en 2015, empujado por la anexión de la península de Crimea y el comienzo de los combates en la región oriental del Donbás, el preludio del conflicto actual. Bajo control del enemigo, Dianov asegura haber sufrido torturas y vejaciones. “Me aplicaron electroshocks en el pedazo de metal del brazo y me golpearon muchas veces con la culata en la cabeza. También me colocaron agujas bajo las uñas”.
 
Al hambre de Azovstal, donde las raciones se fueron reduciendo mientras se estrechaba el cerco, el cuerpo del sargento sumó el exiguo “menú” del cautiverio. “Tres veces al día nos repartían una rebanada de pan. Para cenar preparaban una sopa a base de agua y repollo. Ni siquiera echaban algo de sal o azúcar a la comida”, detalla. “Entendimos pronto que los rusos habían decidido proporcionarnos la ración estrictamente necesaria para sobrevivir”. Cuando recobró la libertad, pesaba alrededor de 60 kilos. “Hoy peso 76 kilos pero antes de la guerra tenía 86”.

Regresar a las trincheras

Fotografía actual de Mykhailo Dianov | CEDIDA

Dianov rehúye la pregunta sobre sus recuerdos de Azovstal y esa crónica anunciada de su final tras el duro hostigamiento ruso. “No recuerdo nada en concreto de aquellas semanas, porque todo aparece como un tiempo oscuro de mi vida. Cada día de los que pasé allí me sorprendió algo y cada día había nuevos desafíos, desde los bombardeos hasta las heridas. Pero no hay nada específico que mi memoria conserve. Son todos recuerdos negros”.

Una confesión que está entrelazada a una preocupación: por los camaradas que permanecen bajo el yugo ruso. “Hay al menos 2.200 militares encargados de la defensa de Azovstal que siguen bajo cautiverio, en Rusia o en Crimea”, dice quien está comprometido con su regreso. “

La guerra se prolongará en el tiempo, pero si nuestros aliados nos proporcionan armas y munición podríamos lograr el final pronto”, dice provisto de una esperanza que el parte de guerra, estancado en el Donbás, vuelve aún más incierta y utópica.

Volveré a la guerra si dura demasiado. Espero que no haga falta

Unos combates que evoca con la sensación de no haber capitulado. “Llegamos a llevar granadas en los bolsillos por si los rusos se aproximaban y teníamos que unir nuestro destino al de ellos”, comenta. A la pregunta de la simpatía filonazi del batallón de Azov que defendió la planta, Dianov responde rápido: “No hay miles de nazis en Ucrania. Puede haber tal vez un puñado de personas que reivindican o siguen ese legado, pero los ucranianos no somos fascistas”.

Si la contienda le espera y las trincheras siguen entonces mutilando el territorio, regresará al ejército una vez recuperado. En otro tiempo su deseo era establecer una pequeña acería. Ahora, en cambio, solo piensa en la batalla. “Aspiro a curarme el brazo. Todos mis sueños pasan por vencer y reconstruir mi país. Volveré a la guerra si dura demasiado. Espero que no haga falta”, señala quien mantiene a su familia, sus hermanas e hija, desperdigadas entre Ucrania y Portugal. “No tengo duda de que, por muy costoso y doloroso que nos resulte, terminaremos cantando victoria”.