"Lo que resulta especial del último bombardeo ruso es que han utilizado seis misiles Kinzhal (daga en ruso) a la vez". El portavoz de las Fuerzas Aéreas ucranianas Yuriy Ihnat ha aludido al recurso a estas dagas hipersónicas en el ataque masivo realizado en la madrugada del jueves, en conversación con The Washington Post. También lo confirmó el Ministerio ruso de Defensa.
En total, cayeron 81 misiles, procedentes de la región rusa de Kursk, el mar Azov, el Caspio y el Mar Negro. De ellos, las fuerzas ucranianas han parado 34. "Es una buena señal", afirman fuentes ucranianos.
Los Kinzhal son indetectables para las defensas antiaéreas que ahora posee Ucrania. Al menos uno de ellos alcanzó un objeto de infraestructura, según declaró Serhi Popko, jefe de la autoridad militar de la región de Kiev. El ataque a infraestructuras críticas es considerado un crimen de guerra. Rusia persigue dejar sin agua, luz y calefacción a los ucranianos. Al menos nueve personas han muerto en estos bombardeos: cinco de ellas en Leópolis y cuatro en Jersón.
En teoría el sistema Patriot sí los puede interceptar pero aún no ha podido verse en la práctica. Por ello, las autoridades ucranianas insisten en que es fundamental que Occidente les ayude a mejorar sus capacidades. Es vital para evitar muchas muertes y el destrozo de infraestructuras, objetivo de esta última oleada de ataques.
Los 'invencibles' de Putin
La primera vez que Rusia recurrió a los Kinzhal en Ucrania fue en marzo pasado. El propio presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha reconocido que es "prácticamente imposible detenerlos". Uno de esos misiles hipersónicos destrozó en enero un edificio en Dnipro en un ataque en el que murieron 46 personas.
Rusia tiene un número limitado de misiles hipersónicos: 42, según fuentes ucranianas. Hasta noviembre pasado había usado 16, que ha repuesto, según el ministro ucraniano de Defensa, Oleksi Reznikov.
Putin, que presume de que Rusia es la gran potencia en armas hipersónicas, los considera "invencibles". Aunque el líder ruso exagera con fines propagandísticos, los misiles hipersónicos rusos ofrecen claras ventajas frente a los misiles balísticos convencionales. Debido a la baja altitud a la que vuelan, la gran velocidad, y su capacidad de maniobra, son casi imparables.
Siguen lo que se conoce como una trayectoria balística atmosférica baja. Esto significa que cuando un sistema de defensa antimisiles basado en radar los detecta, suelen estar tan cerca de su objetivo que es difícil detenerlos.
Sobrepasan la velocidad del sonido diez veces (Mach 10), según dijo el propio líder ruso, Vladimir Putin, en su estreno en 2018. Pueden alcanzar los 12.530 kilómetros por hora. En comparación el Concorde alcanzaba dos veces la velocidad del sonido.
A su vez, tienen un alcance de 2.000 kilómetros y pueden portar ojivas nucleares o convencionales. Incluso, según la agencia rusa Tass, pueden superar los 3.000 kilómetros, si son lanzados desde un bombardero Tupolev Tu-22M. Además, pueden cambiar su trayectoria en el aire y desviarse del rumbo inicial.
Pueden lanzarse desde el aire, en general desde aviones de guerra MiG-31. También pueden desplegarse desde buques y submarinos. El Kinzhal es una versión perfeccionada del misil Iskander, también utilizado en la guerra en Ucrania.
Rusia lleva investigando sobre armas hipersónicas desde los años 80. Ahora trabaja en el desarrollo de un vehículo de planeo hipersónico (HGV), como también lo hacen EEUU, China e incluso Corea del Norte. A su vez, Rusia está desarrollando otros dos programas de armas hipersónicas: el 3M22 Zircon y el Avangard.
Sin embargo, hasta ahora, las fuentes occidentales han quitado importancia a la capacidad hipersónica del armamento de Rusia, y a su impacto en el curso de la guerra.
Pero es cierto que cada vez que el Kremlin quiere dar un impulso recurre a estas oleadas de misiles en toda Ucrania, y el hecho de que recurra a los Kinzhal habla mucho de la necesidad de conseguir sus objetivos. Empantanada en Bajmut, donde ya llevan siete meses de enfrentamientos con un enorme gasto de munición y muchísimas bajas, esos ataques a infraestructuras muestran en realidad su debilidad.
Al igual que el intermitente recurso a sembrar el miedo con incursiones que afectan a la central nuclear de Zaporiya, la mayor de Europa, que por sexta vez se quedó el jueves sin energía durante unas horas. "Estamos jugando a los dados. Si permitimos que esto continúe, una vez se nos acabará la suerte", ha dicho el director general del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), que insiste en un compromiso para proteger la seguridad de la central.
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