El 20 de junio, París cerró el Pont Neuf para que Louis Vuitton celebrara allí su desfile de moda masculina. La firma de lujo, mascarón de proa del grupo LVMH, estrenaba director creativo, el rapero Pharrell Williams, y tiró la casa por la ventana. Reunió a un buen puñado de celebridades globales sobre el puente más antiguo de la ciudad, cubierto para la ocasión con una moqueta dorada. El show terminó con un concierto del marido de Beyoncé, el también rapero Jay-Z, mano a mano con Pharrell, en una opulenta celebración de la cultura urbana de pedigrí afroamericano que desde hace unos años viene conquistando todas las instancias del gusto, y que firmas como Vuitton instrumentalizan hábilmente para seguir aumentando exponencialmente sus beneficios.
Justo una semana después, un joven de 17 años llamado Nahel Merzouk conducía sin carné un Mercedes AMG A 45 amarillo por las calles de Nanterre. Quién sabe si escuchando a otro rapero, el marsellés JuL, en uno de cuyos vídeos, el del tema Ragnar, Nahel aparece fugazmente, sentado en una moto junto al cantante. Durante ocho segundos desde el minuto 5:32 del vídeo, publicado hace apenas dos meses, Merzouk hace con las manos el gesto de dos pistolas golpeando por la culata que identifica al músico, el más importante del género en su país. "Vengo de donde se oyen los gritos de las madres", dice uno de los versos de la canción.
El 27 de junio, Merzouk, francés de origen magrebí, recibió un disparo en el tórax cuando fue interceptado por una pareja de policías. Condujo unos metros antes de estrellarse contra una señal y fallecer poco después pese a los esfuerzos de la propia policía por reanimarle. Su muerte ha desencadenado una ola de protestas y disturbios, primero en la ciudad de la periferia parisina donde tuvo lugar el desgraciado suceso y luego en otros lugares de Francia, que se han prolongado durante casi una semana.
El balance: más de 3.000 detenidos (un tercio de ellos menores), 700 policías y gendarmes heridos, un millar de edificios y centenares de comercios atacados y saqueados, unos 6.000 vehículos incendiados y daños a la propiedad privada por valor de 300 millones de euros, según el Gobierno, al margen de los desperfectos causados en infraestructuras y vehículos de trasporte público, estimados en unos 20 millones de euros.
El reverso violento de la República
Tras la violencia desatada hace cuatro años alrededor de las protestas de los chalecos amarillos, y más recientemente por la reforma de las pensiones, Francia ha vuelto a arder. La República de las Luces ha mostrado una vez más un reverso violento que evidencia las contradicciones del sistema. Mientras París acogía su semana de la alta costura, los suburbios se revolvían contra los 45.000 efectivos movilizados por el Gobierno.
Macron ha apostado por una respuesta gradual, defendiendo con firmeza la labor de la policía y de la justicia pero dialogando con la familia y con las asociaciones que convocaron las primeras manifestaciones pacíficas. Mientras, desde la extrema izquierda, el líder de Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon se mostraba comprensivo con el estallido, exigía justicia y hablaba de una policía incontrolada que debe ser reformada. Y la extrema derecha hacía el enésimo llamamiento a endurecer la política migratoria, que buena parte de la población francesa relaciona directamente con la violencia callejera. Jean Messiha, un conocido comunicador vinculado con Reconquista, el partido de extrema derecha fundado por Éric Zemmour, organizaba una colecta pública a favor del policía autor del disparo, que permanece detenido. Ya ha superado el millón de euros.
Un origen: la guerra de Argelia
"Las manifestaciones de estos días, o motines sería quizá el término más adecuado, recuerdan a aquellos de Los Ángeles en los años 90, y antes en los 70, estallidos de una sociedad que vive completamente al margen del resto y que no tiene más horizonte que la destrucción", opina el filósofo Gabriel Albiac, gran conocedor de la realidad francesa. "Hay dos sociedades coexistiendo en un mismo territorio pero que viven de espaldas entre sí, absolutamente divorciadas, y una de ellas muestra una agresividad sin límites".
"Hay dos sociedades coexistiendo en un mismo territorio pero que viven absolutamente divorciadas, y una de ellas muestra una agresividad sin límites"
gabriel albiac
¿Pero cuál es el origen de esta agresividad? "El problema arranca en la guerra de Argelia", apunta Albiac. Aquel conflicto de ocho años y 200.000 muertos no sólo supuso un trauma nacional que desembocó en la independencia de la colonia y provocó una auténtica guerra interna en el ejército francés. Propició un primer movimiento migratorio hacia la metrópoli de argelinos "que se dan cuenta de que una Argelia bajo el control del FLN no presenta muchas garantías". Esa primera generación que huye de un modelo que no les atrae "se integra razonablemente. Será la segunda generación, la primera que nace en Francia, la que empezará a tener los primeros problemas. Son franceses de nacimiento, pero su situación no es equiparable a la del resto de sus compatriotas". Se enfrentan a los peajes diarios de la desigualdad y ese esfuerzo de integración comienza a cargarse de contradicciones.
La tercera generación y el surgimiento del islamismo
Según Albiac, la mayoría de sociólogos franceses está de acuerdo en que el problema viene con la tercera generación, los nietos de los que llegaron a Francia. "Yo lo viví directamente en diciembre de 1984. Estaba en París cuando llegó la llamada gran marcha por la igualdad de los que se autodenominaban beurs –expresión peyorativa equivalente a moro–. Su portavoz, Farida Belghoul, leyó entonces un manifiesto en el que lo formulaba explícitamente: vosotros, franceses, no habéis entendido nada. No queremos saber nada de vuestra república, queremos retornar al islam de nuestros mayores".
En los ochenta comienza a desarrollarse un islamismo radical en periferias que son guetos y que viven según sus propias reglas
El desconcierto fue enorme. Aquello no tenía que ver con las batallas clásicas políticas en Francia. "Comienza a desarrollarse un islamismo radical en periferias que son guetos y que viven según sus propias reglas. Desde los 80, las autoridades saben que hay zonas donde la ley republicana no opera. Con el ascenso del yihadismo, que básicamente surgió en las cárceles, comienza a haber armas en los barrios, y esto se irá fundiendo con el narcotráfico, que es el que controla materialmente, como una auténtica policía, las periferias".
Parte de aquellos jóvenes radicalizados irán a combatir a Siria e Irak. Cuando después de los atentados contra la sala Bataclan, el 13 de noviembre de 2015, el presidente de la República François Hollande comparezca en televisión anunciando que Francia ha bombardeado Raqqa, capital del Estado Islámico en Siria, es cualquier cosa menos un capricho: "Era bombardear el origen de Bataclan". El caos se agravará cuando acabe la guerra y una parte importante de los jóvenes yihadistas franceses retornen por vías clandestinas a su país, que no es otro que Francia. "Cuentan con una práctica de armas, con arsenales. Y con una vía de financiación que es el narcotráfico. A partir de ese momento la convivencia entre las dos comunidades se ha vuelto imposible".
Territorio "de imanes y narcos"
"En esos barrios mandan los imanes y los narcos. Todo el mundo sabe que es un polvorín. Pero lo que pasa allí no le importa a los franceses blancos, ni siquiera a los periodistas progres, hasta que no bajan al centro", explica el periodista Iñaki Gil, que ha sido en dos periodos distintos y durante muchos años corresponsal del diario El Mundo en París. Y que acaba de recoger toda esa experiencia en un libro de reciente y oportuna aparición, Arde París, la nueva revolución francesa (Círculo de Tiza). Aunque lo concluyó a comienzos de junio, es una guía de excepción para entender este y otros estallidos de violencia en el seno de la sociedad francesa.
"En esos barrios mandan los imanes y los narcos, pero lo que pasa allí no le importa a los franceses blancos hasta que los problemas no bajan al centro"
iñaki Gil
"Francia es una sociedad mucho más violenta que la nuestra. Cuando en el País Vasco había kale borroka, si se incendiaban dos coches ya era noticia. En Francia, cada Nochevieja se queman mil coches y no pasa nada. Con cualquier pretexto la cosa se desmadra muy fácilmente". Según Gil, en Francia "el uso de la violencia política tiene mucho predicamento. El sistema republicano es hijo de una revolución que decapitó a sus reyes. Y la V República es muy estable, pero muy poco flexible, y parece que hasta que no rompes cosas no te hacen caso. Entre mucha gente la violencia está comúnmente aceptada como una forma de protesta más".
Francia es, además "un país de gente cabreada y pesimista. España es un país de gente amable, porque sabemos que no somos gran cosa, y el contraste entre la realidad y las expectativas no es tan grande. Pero el francés se siente hijo de la Revolución, de las Luces. Y luego se monta en el autobús para ir al trabajo, hay un moro que le ha mira mal y le estropea el día. El pesimismo, y ese carácter histórico de la violencia, hace que las capas sociales descontentas se expresen violentamente". Y que "los ladrones profesionales aprovechen las noches de grandes disturbios para ir a robar a las tiendas". Con guantes, embozados y con el teléfono apagado para no ser rastreados.
Gil recuerda en su libro el balance de las protestas de los chalecos amarillos: casi 2.000 heridos entre las fuerzas del orden, y cerca de 2.500 entre los manifestantes, de los cuales 24 perdieron un ojo por el impacto de pelotas de goma y cinco una mano. Hubo 10.000 detenidos, de los cuales 5.000 fueron llevados a juicio y 400 ingresaron en prisión. Los destrozos tuvieron un coste de 4.500 millones de euros, según el Ministerio de Finanzas.
El complejo de Benzema
En cualquier caso, el problema de la integración persiste, y no tiene fácil remedio. Es lo que Gil llama el complejo de Benzema: el de los hijos de inmigrantes de segunda y tercera generación que cuando les preguntan qué son o qué se sienten no saben qué decir. Para Albiac, este es "uno de esos conflictos que no tienen solución. Y que llevan a Francia a un callejón sin salida del cual el desenlace es completamente imprevisible". Con un horizonte, el de las próximas elecciones presidenciales de 2027, a las que Macron no puede presentarse "y en las que puede haber una segunda vuelta terrible entre Mélenchon, que está como una cabra, y Le Pen, que casi seguro ganaría, y que abriría un interrogante absoluto", prevé el filósofo.
Pero para eso queda mucho todavía. Antes habrá centenares de desfiles en París y más de una algarada en los barrios. En su última novela, Aniquilación, el polémico Michel Houellebecq, una de las figuras públicas que con más frecuencia ha alertado de los riesgos de la islamización de Francia, imagina a un ministro de Finanzas, trasunto del Bruno Le Maire de Macron, que prepara su candidatura a las presidenciales mientras se enfrenta a la amenaza multiforme de un grupo terrorista que siembra el caos en el mundo real y el virtual. Una parábola de la Francia atenazada por los conflictos y las contradicciones pero que, pese a todo, sigue emergiendo de sus cenizas, fascinando y exportando lujo a todo el mundo y esgrimiendo sus principios republicanos como guía política –manchada, arrugada, con alguna hoja arrancada, pero guía al fin y al cabo– para tiempos de incertidumbre.
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