En Libia llueve sobre mojado. La Yamahiriya de Muamar Gadafi era ya un país aislado y atrasado. Y desde su caída en 2011, con el asesinato del caudillo en una ratonera de su Sirte natal, las desgracias se han ido acumulando sin tregua. Como si se tratara de un saco desprovisto de fondo. Un abismo sin fin: dos gobiernos compiten por el poder; una amalgama de milicias y tribus rivales, con constantes interferencias de potencias extranjeras, imponen su ley; y el caos se ha vuelto propicio para el tráfico de seres humanos; el contrabando de armas o la corrupción.
La tragedia de Derna, una ciudad del este del país arrasada por las inclemencias del tiempo y el derrumbe de las dos presas que acumulaban las aguas de Yebel al Ajdar (Montaña Verde, en árabe) es la última calamidad de un Estado fallido enredado en una espiral sin fin.
“La inundación de Derna y otras ciudades del este es, por supuesto, resultado de un desastre natural, pero su impacto es mayor debido a los problemas causados por el hombre”; responde sin titubeos Tim Eaton, investigador experto en el avispero libio del think tank británico Chatham House. “El conflicto que vive Libia se caracteriza por la corrupción a gran escala de las élites políticas y el vaciamiento de las finanzas públicas. Esto conduce a una falta de inversión en el desarrollo y en el mantenimiento de infraestructuras, como la presa a las afueras de Derna”, agrega.
La mayor reserva de petróleo de África
Las desigualdades campan a sus anchas por Libia, que posee la mayor reserva de crudo de África. Una riqueza que, como en el caso de Irak, ha servido para alimentar la codicia y el dominio de unos señores de la guerra poco interesados en el orden y la paz. La producción de crudo ha sufrido interrupciones por los bloqueos y las amenazas a la seguridad de las empresas. El reparto de los ingresos generados por el petróleo ha alentado la discordia.
El país -con una población escasa, apenas 6,7 millones de personas, especialmente si se compara con la bomba demográfica de su vecino Egipto, con más de 100 millones de personas- carece de gobierno fuerte desde el ocaso de la dictadura de Gadafi. Dos Ejecutivos se disputan el poder: uno, reconocido internacionalmente, con sede en Trípoli, y Qatar, Turquía o Italia -la vieja metrópoli- como principales respaldos; y otro en Bengasi apoyado por países como Rusia, Egipto y Emiratos Árabes Unidos.
La participación corresponde a divisiones históricas entre la occidental Tripolitania y la oriental Cirenaica. En Trípoli, el primer ministro Abdul Hamid Dbeibah encabeza el gobierno de Libia con reconocimiento de la ONU. En Bengasi, el primer ministro rival es Ossama Hamad, respaldado por Jalifa Haftar, el comandante del Ejército Nacional Libio que desde 2014 se enfrenta al Gobierno respaldado por la ONU en Trípoli. Seis años de guerra civil -sobre el papel está vigente un alto el fuego desde octubre de 2020- ha dejado más de 15.000 muertos y unas tensiones que no se han disipado y que condenan al país a una parálisis perpetua, sin visos de progreso.
Parálisis política
El proceso político está empantanado desde que quedaran suspendidas las elecciones presidenciales y parlamentarias previstas para el 24 de diciembre de 2021. Apenas tres días antes de la celebración de los comicios, la comisión electoral decretó el aplazamiento sine die. Se había desatado una tormenta perfecta: disputas sobre la elegibilidad de los candidatos, polémica en torno a las leyes electorales y disputas sobre los poderes eventuales tanto del parlamento como del presidente. Desde entonces, y a pesar de los esfuerzos de la ONU, el consenso ha resultado imposible.
Los problemas de Libia solo aparecen en los titulares internacionales cuando se produce una catástrofe como ésta
Los espasmos de violencia tampoco han desaparecido. A principios de agosto dos milicias rivales de Trípoli se enzarzaron en unos combates que dejaron 45 muertos. El mes pasado también estallaron protestas después de que trascendiera una reunión secreta entre los ministros de Asuntos Exteriores libio e israelí que obligaron a huir a Turquía a la entonces jefa de la diplomacia libia.
Ignorada ampliamente en la escena internacional y rehén de los intereses de terceros países, la inestabilidad de Libia se ha convertido en un fértil caldo de cultivo para el contrabando de armas, las mafias que trafican con los sueños de quienes aspiran a buscarse la vida al otro lado del Mediterráneo o el terrorismo. “Los problemas de Libia solo aparecen en los titulares fuera de Libia cuando se produce una catástrofe como ésta. Pero es un problema cotidiano para la población que se presenta de muchas formas, como la falta de medicamentos disponibles y la escasez de electricidad y agua”, recuerda Eaton.
Negligencia y abandono de las infraestructuras
Unas penurias en las que Derna y su trágico sino -con decenas de miles de desaparecidos, cientos de cadáveres amontonados en las calles tras las inundaciones y una ayuda humanitaria que se enfrenta al desafío logístico de tratar con dos administraciones- se han convertido en símbolo. “Los últimos 12 años de inestabilidad política, económica y social han afectado a toda Libia, pero Derna en particular ha sido una de las ciudades más gravemente afectadas desde 2014, cuando se enfrentó a ataques terroristas y fue liberada en 2018. La falta de apoyo a la ciudad y la débil estructura general han contribuido a dejarla en una situación muy frágil”, señala a este diario Malak Altaeb, experta en política ambiental del Middle East Institute.
Derna se convirtió en bastión de grupos extremistas islamistas, fue bombardeada por la aviación egipcia y posteriormente sufrió el asedio por las fuerzas leales a Haftar
Tras la caída de Gadafi, Derna se convirtió en bastión de grupos extremistas islamistas, fue bombardeada por la aviación egipcia y posteriormente sufrió el asedio por las fuerzas leales a Haftar, que tomaron el control de la villa en 2018. Infraestructuras como la presa de Wadi Derna que derribó el medicán data de la década de 1970, cuando fue construida por una compañía yugoslava. Desde el consejo municipal de Derna se reconoce que la ciudad lleva más de dos décadas sin mejorar sus infraestructuras.
Prueba de la negligencia en la que se halla sumido el país es la ausencia de planes para afrontar los desafíos del cambio climático. Es el único país, según la ONU, que carece de una estrategia frente a los efectos ya totalmente perceptibles del calentamiento global. “Libia está mal preparada para afrontar los efectos del cambio climático y los fenómenos meteorológicos extremos", confirma Altaeb. La mayoría de la población vive en la costa, expuesta a inundaciones a medida que se incrementa el nivel del mar. Además, como en el caso de Derna, muchas de sus ciudades están ubicadas junto al cauce seco de ríos que aumenta las posibilidades de inundaciones.
Mientras las tareas de rescate comienzan a desembarcar en una Derna “fuera de control”, los nubarrones acechan el futuro de la ciudad y del país. “Es probable que la política de la tragedia de las inundaciones sólo se muestre claramente cuando llegue el momento de reconstruir Derna y reparar los daños. ¿De dónde saldrá el dinero para ello? Si nos guiamos por la experiencia anterior, cabe esperar que las élites políticas rivales se disputen el control de los fondos para dirigir este esfuerzo y quede clara la falta de coordinación. Los libios se merecen algo mejor de sus políticos”, concluye Eaton. Un auténtico polvorín para el que hace unos meses el príncipe heredero en el exilio se postulaba como mesías en las páginas de El Independiente: “Sé que mi país es hoy una jungla, pero no hay otra opción y tengo energía. Tenemos que resetear nuestra historia reciente. Por el camino actual, el país terminará desapareciendo”.
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