"Este sitio es un 98% paraíso y 2% infierno. Pero ahora los porcentajes se han dado la vuelta". Lo cuenta Janet Cwaigenbaum, que lleva 26 años viviendo en el kibutz de Nir Itzjak, ubicado en el desierto del Neguev, al sur de Israel y a sólo 3,8 kilómetros de la frontera de Gaza. Allí el pasado 7 de octubre Hamás mató a tres personas en un ataque sorpresa, que dejó 60 víctimas en todo el consejo regional. Y no fue algo aislado, porque la organización palestina irrumpió en varios kibutz cercanos a la Franja con consecuencias parecidas: decenas de muertos y rehenes.
¿Qué es un kibutz?
Los kibutz son un fenómeno inherente de Israel. Surgieron hace más de 100 años -el primero se fundó en 1909- y han tenido un peso trascendental en la historia del país. Se crearon bajo los ideales de la vida comunitaria y de la agricultura, como una especie de granjas colectivas donde todos los individuos eran iguales. Pero con el paso del tiempo han ido evolucionando hacia la privatización y perdiendo peso en la sociedad. Actualmente existen unos 270, pero sólo el 3% de la población de Israel vive en ellos.
Cwaigenbaum ha dado alguna charla para explicarle a los extranjeros en qué consisten estas comunidades. Y en ellas siempre destaca que sirvieron para desarrollar la agricultura del país (incluso en zonas áridas), para promover el desarrollo industrial y para colonizar y defender las fronteras de lo que tiempo después acabaría siendo el país de Israel.
"Son todos bastante parecidos. Tienen barrios con viviendas, zonas de edificios agrícolas e industriales y en el centro edificios de educación y públicos. Las diferencias son a nivel humano, entre las personas que los fundaron y las que se fueron incorporando con el tiempo", relata Cwaigenbaum. Y añade: "A lo largo de la frontera de Gaza hay 22 kibutz. Está claro que Hamás planificó los ataques con tiempo para lograr la mayor cantidad de víctimas posibles".
En su kibutz viven unas 600 personas, aunque la mitad son niños, jóvenes menores de edad y trabajadores de distintas nacionalidades. El lugar funciona como una especie de "cooperativa", en la que las decisiones se toman siempre de forma democrática, discutiendo las diferentes posturas en asambleas y votando posteriormente.
Allí la vida, relata Cwaigenbaum, es totalmente "normal". Y está en lo cierto, porque algunos son auténticas ciudades. En Nir Itzjak cuentan con todo: guardería, un pequeño zoológico, un criadero de pollos, un establo que produce alrededor de 200.000 litros de leche cada semana y multitud de cultivos (patatas, zanahorias, cacahuetes, trigo...). Pero también con un taller mecánico, un comedor comunitario, un supermercado, una lavandería, una enfermería y una clínica dental, además de pistas de fútbol, baloncesto y tenis y una piscina.
La casa de Cwaigenbaum es una construcción "modesta" y de baja altura, que cuenta con 110 metros cuadrados, cuatro dormitorios y un salón con cocina. Uno de los dormitorios ejerce como búnker antimisiles, algo necesario teniendo en cuenta la cercanía de un lugar tan conflictivo como la Franja Gaza. De hecho, muchas casas de su kibutz cuentan con uno, y también hay varios situados en las zonas comunes.
Sus habitantes suelen destacar la tranquilidad y la seguridad de los kibutz, que están vigilados regularmente por soldados israelíes. Allí todos se conocen, y en muchos casos tienen la confianza suficiente como para dejar las puertas de sus casas abiertas o las llaves de sus coches puestas. Pero cuando Hamás atacó todo eso se esfumó.
"El perímetro del kibutz está cercado con rejas, sensores y con cámaras de seguridad. No hay guardia fija, pero existía un pequeño grupo de seguridad que tenía como misión dar respuesta en caso de alarma hasta que el Ejército llegara, que en teoría era un plazo máximo de 30 minutos. Pero cuando Hamás se presentó aquí el Ejército tardó casi 8 horas en llegar, porque las fuerzas militares establecidas en la frontera fueron atacadas y neutralizadas y las fuerzas de choque tuvieron que venir de lugares lejanos del país", rememora Cwaigenbaum.
Eso fue lo que provocó los muertos y los desaparecidos, que aún hoy siguen siendo una incógnita. Uno de ellos es Iván Illarramendi Saizar, el español de 46 años que vivía junto a su esposa de origen chileno en el kibutz Kissufim, situado a dos kilómetros de Gaza. Nueve días después aún no se sabe nada de ellos.
Origen e importancia de los kibutz
Los primeros kibutz fueron fundados a comienzos del siglo XX, por lo que se remontan a una época anterior incluso a la creación del propio Estado de Israel, que data de 1948. Aquellas comunidades funcionaban bajo los principios del sionismo y del socialismo.
Como ilustran desde la Agencia Judía por Israel "el miembro del kibutz es parte de una unidad que es más grande que su propia familia". Y eso se aplica a todos los aspectos de su vida, empezando por la educación, la cultura y la vida social. Y también a los ingresos económicos de todos los individuos, que solían ir a un fondo común.
Históricamente todos sus miembros recibían el mismo salario, que se calculaba según el tamaño de la familia y era totalmente independiente de su puesto. Y todos los niños recibían la misma educación y tenían las mismas oportunidades.
"Durante los primeros años y durante muchos años después, los kibutz asumieron papeles destacados en casi todas las esferas del país en desarrollo. Y han dejado una huella importante en la producción, la cultura y la ideología israelíes", explican desde la agencia.
Crisis de los kibutz
Pero hoy en día la situación es distinta. En los años 80 los kibutz entraron en una crisis y se endeudaron, algo que echó por tierra su modelo comunal. The Times of Israel relaciona esto directamente con el colapso de la Unión Soviética comunista y con la crisis económica de Israel en esa época.
El mismo medio apunta que los jóvenes abandonaron las comunidades rurales en busca de la vida urbana, y en la década de 1990 los ideales socialistas dieron paso a valores individualistas. En ese momento la mayoría de los kibutz comenzaron un proceso de privatización (en el de Cwaigenbaum, por ejemplo, se externalizaron servicios como el comedor o la lavandería) y algunas labores que hasta ese momento eran de dominio público pasaron a ser responsabilidad de cada miembro o familia a título personal.
Esto queda patente en el hecho de que actualmente en muchos de ellos sus miembros ya reciben salarios diferentes en función del trabajo que realizan. Aunque en esos casos también existe una especie de salario mínimo, que asegura que todos sus individuos tengan las necesidades básicas cubiertas.
No obstante, esta crisis ha creado una discusión permanente entre aquellos que están a favor de la transformación y los que defienden el estilo de vida que tenían antes. Algo que ha generado que haya kibutz más modernos y más tradicionales.
Aunque su pérdida de peso es innegable, estas comunidades todavía representan el 40% de la producción agrícola de Israel y el 11% de su manufactura. Muchos de ellos han optado por reinventarse y ahora son centros donde se desarrollan industrias punteras, como la tecnológica.
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