Aamer Zaidan observa el partido pertrechado de gafas de sol y la tradicional “thawb” blanca y el “ghutra” (pañuelo). El cielo se ha abierto tras una mañana de tormenta de arena y lluvia. A unos metros, al otro lado del vallado, Nacho Figueras, uno de los polistas argentinos más reconocidos del mundo, juega un partido de polo bajo la mirada atenta de Zaidan, un magnate saudí que promueve el desarrollo de este deporte entre la élite de Arabia Saudí.

“En realidad, los saudíes jugamos polo en el pasado. Somos un país ecuestre”, explica Zaidan, el presidente de la federación saudí de polo y un habitual de Sotogrande. “Suelo jugar al polo en el club de Sotogrande”, comenta. El empresario, al frente de un conocido conglomerado de empresas saudíes, pasa largas temporadas en la joya de las urbanizaciones de lujo del litoral andaluz, el hogar estival en pleno Campo de Gibraltar de Ana Rosa Quintana o Luis Alfonso de Borbón.

En el árido extrarradio de Riad, la capital saudí, el reino levanta su propio Sotogrande, con los ecos del destino creado en la década de 1960 por el empresario estadounidense Joseph McMicking. Como en la urbanización gaditana, el megaproyecto -una de las multimillonarias iniciativas impulsadas por el príncipe heredero Mohamed bin Salman en su deseo de acabar con la adicción al petróleo y diversificar la economía local- fía la prosperidad de Wadi Safar a un campo de golf, un club de polo y una promoción de exclusivas viviendas al precio de 22 millones de euros, al alcance solo de la jet set local e internacional.

Un espejismo entre dunas

El proyecto se halla aún en fase embrionaria y por sus confines han comenzado a asomar las primeras excavadoras. La futura promesa del campo de golf, de 27 hoyos, es hoy apenas un porción de césped que surge como un espejismo en mitad de las dunas y los montículos parduscos. Su diseño lleva la firma de Greg Norman, un ex golfista australiano que dirige el emporio Liv Golf Investments. “Es un proyecto increíble y gigante entre estas montañas tan pintorescas y lindas. La cancha de golf es de Norman y al lado habrá un club de polo y ecuestre”, explica Nacho Figueras, un jugador de polo argentino fichado para dar forma a las instalaciones que promueven un deporte poco practicado en el reino. El club tendrá unos establos con capacidad para 180 caballos y dos campos de polo.

Le agradezco a su excelencia su visión por todo lo que está pasando en este país

NACHO FIGUERAS, POLISTA ARGENTINO

“Los árabes tienen mucha cultura del caballo. Creo que muy pronto el polo crecerá mucho acá. Todo lo que está pasando en este país es increíble. Estoy muy orgulloso de ser parte de todo esto”, se jacta Figueras, transfigurado en el enésimo embajador de un país que a golpe de talonario convirtió hace un año a Cristiano Ronaldo en el rostro de una transformación que persigue rehabilitar su imagen exterior, asociada durante décadas al conservadurismo religioso y el aislamiento internacional. “Le agradezco a su excelencia su visión por todo lo que está pasando en este país”, agrega Figueras en alusión a Bin Salman, el rey “de facto” que rige los designios de Arabia Saudí.

La compañía dice estar comprometida con la sostenibilidad. Asegura contar con la certificación LEED (Liderazgo en Energía y Diseño Ambiental, por sus siglas en inglés), un sistema de certificación para edificios sostenibles creado por el Consejo de Edificación Sostenible de Estados Unidos.

Un proyecto de proporciones faraónicas

El oasis sobre el que se construye el campo de golf, las instalaciones de polo y las primeras villas forma parte de un proyecto aún mayor, de proporciones faraónicas: Diriyah, un páramo en el noroeste de Riad cargado de simbolismo porque fue hace tres siglos la capital del primer Estado saudí, la cuna de la Casa de Saud, la actual familia real saudí. Establecido en 1727, el antecedente de Arabia Saudí tuvo su corte en At Turaif, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y hoy un enjambre de edificios de adobe que tras años de rehabilitación alberga en su laberinto un museo dedicado a la familia real.

Los caminos de la nueva Diriyah conducen hasta el fondo soberano saudí PIF (Public Investment Fund), el propietario de la Saudi Telecom (Stc) que el pasado septiembre anunció su intención de controlar el 9,9% del accionariado de Telefónica. Una rápida y sorpresiva operación que hizo saltar las alarmas del Gobierno español. En diciembre el Ejecutivo de Pedro Sánchez comunicó que la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (Sepi) se haría con un 10% del capital para impedir que los saudíes, a través de uno de los fondos soberanos más potentes del planeta, controlaran la teleco.

Imagen de Diriyah, con una extensión de 14 kilómetros cuadrados. | FRANCISCO CARRIÓN

Financiada a través de las ganancias que reporta a las arcas públicas Aramco, la petrolera estatal saudí y una de las compañías más rentables del planeta, el PIF -con un catálogo de inversiones repartido por todo el mundo- dedicará unos 57.000 millones de euros al proyecto de Diriyah, que a lo largo y ancho de 14 kilómetros cuadrados ofrecerá en 2030 42 hoteles, más de un centenar de restaurantes, nueve museos y unas 30.000 viviendas. “Cada año iremos abriendo nuevas instalaciones hasta 2030”, explica Jerry Inzerillo, un estadounidense curtido en el sector hotelero que es el director ejecutivo de Diriyah Company.

Inspiración occidental

Jerry a secas -como repiten sus colaboradores, fascinados por el áurea profética que desprende el empresario en sus alocuciones públicas- sueña con crear por donde hoy se elevan grúas un exclusivo trasunto de Occidente, parajes a los que escapaban los saudíes más acaudalados. De París a Beverly Hills. El bulevar, bautizado Rey Salman en honor del octogenario monarca, está inspirado en los Campos Elíseos, con la misma longitud y anchura que la avenida parisina. En sus inmediaciones abrirá la primera Ópera del país.

¿Qué sentido tiene ir a Dubái o San Francisco y tener la misma arquitectura?

El paisaje de Diriyah ha comenzado a mudar velozmente. Se han plantado ya seis millones de árabes y se ha puesto la primera piedra de los primeros tres hoteles de lujo. Cuando se completen las obras para 2030, cuando Riad acogerá la Exposición Universal, su población rondará las 100.000 personas. Jerry espera que se convierta en la capital cultural del país. En uno de los rincones que muestra los principales avances constructivos, acaba de inaugurarse Diriyah Art Futures, un inmueble consagrado al arte digital e inspirado en la identidad local.

“¿Qué sentido tiene ir a Dubái, San Francisco o China y tener la misma arquitectura y ni siquiera saber dónde estás? La cultura, las artes y el pensamiento son completamente distintos. Debe haber diversidad y riqueza”, explica a este diario Amedeo Schiattarella, el arquitecto italiano artífice de una mole que juega en diferentes alturas y volúmenes que juega con “la porosidad de las casas, la luz y la sombra, la importancia del viento o el patio que reúne a las familias”.

En Diriyah, que los cárteles que cubren las zonas aún en construcción han bautizado como “la ciudad de tierra” por el tono ocre de su distrito histórico, la nueva Arabia Saudí que busca desprenderse de los fantasmas del pasado ha proyectado una suerte de Arcadia. "Si Dios quiere en un año estaremos jugando en el pasto", vaticina Figueras seducido por la tierra de los petrodólares.

Saudíes pasean por la zona comercial de Diriyah. | FRANCISCO CARRIÓN

Diriyah, en cifras

Acogerá a más de 100.000 residentes, una vez completado el proyecto.

La inversión alcanza los 63.200 millones de dólares y las autoridades prevén que aporte 7.200 millones al PIB del país. Creará más de 178.000 puestos de trabajo y aspira a atraer más de 50 millones de visitas al año.

Más de 40 marcas hoteleras se han comprometido a abrir establecimiento en Diriyah.