A Yildiz Ikhabar le cuesta recordar. Hace justo un año perdió su casa y pasó días instalada junto a su marido en el coche, la única pertenencia que sobrevivió al terremoto que asoló entonces el sur de Turquía cobrándose 55.000 vidas. “Durante el día vivíamos en la calle, calentándonos en torno a una hoguera, y teníamos hambre”, evoca Yildiz. Después de pasar algunas semanas en una de las tiendas de campaña levantadas entre los esqueletos malheridos por el seísmo, halló refugio en el Süheyla Sultan, un barco que un astillero turco ha convertido en una aldea flotante atracada en los restos del que fuera el puerto de Iskenderun, la antigua Alejandreta.
“No tengo la sensación de vivir en un pequeño pueblo sino más bien en un cuento de hadas. Todo el mundo tiene aquí un papel que cumplir y estamos tan ocupados con la rutina diaria que no disponemos de demasiado tiempo para pensar lo que nos pasó”, desliza Yildiz, una mujer menuda de pelo ondulado y sonrisa contagiosa que, además de ser huésped en el barco, trabaja como maestra de los talleres a los que asisten las mujeres y niños que residen también en el Süheyla Sultan. La mole es una suerte de Arca de Noé que, doce meses después de uno de los terremotos más devastadores en tres siglos, aún alberga a más de 1.500 supervivientes. Tiene capacidad para medio centenar más y presume de ser autosuficiente, sin necesidad de contar con infraestructura en tierra.
De guardería a clínica, un universo a bordo
Sus entrañas son un laberinto que ofrece los servicios que arrasó el seísmo, cuyas consecuencias son perceptibles aún en los edificios abandonados que jalonan el camino hacia el muelle construido tras el terremoto. “Su principal misión es la de servir de alojamiento pero cuenta con áreas deportivas, salas de formación, una clínica y un centro para la asistencia psicológica”, relata Karen Kumbasar, responsable de comunicación de Karpowership, la empresa turca especializada en la construcción de barcos para generación de energía que ha sufragado esta experiencia piloto. “Casi 12.000 personas han pasado por aquí como huéspedes. Cientos siguen viviendo y otros lo usaron como una solución temporal. Fue uno de los momentos más trágicos de la historia de Turquía”, explica Karen.
La actividad en el barco es frenética. Nunca se detiene
A mediodía los niños juegan en la cubierta del Süheyla Sultan, a unos metros de los contenedores que sirven de guardería y no lejos de la otrora sala de control del navío ocupada por las mujeres a las que Yildiz enseña manualidades, desde accesorios hechos de lana a muñecas. En los pisos inferiores los camarotes sirven de habitaciones para las familias cuyas viviendas esperan ser aún demolidas o rehabilitadas en la provincia de Hatay, una de las más afectadas por el cataclismo. La actividad en el barco es frenética. Nunca se detiene. Entre el centenar de trabajadores que velan por su funcionamiento, figura Tanar Han, asistente de la administración de la urbe flotante. “Mi único propósito es proporcionar un refugio a los supervivientes”, relata.
Tanar habla en tercera persona de quienes lograron contar el terremoto pero, en realidad, él es uno de ellos. “Lo recuerdo perfectamente. Me había quedado esperando a que mi hijo regresara de la calle. El temblor nos lanzó a la calle pero era difícil bajar por las escaleras”, rememora. “Las paredes se derrumbaron pero tuvimos la suerte de que los pilares resistieran”, murmura. Un año después, Tanar titubea cuando se le pregunta por el futuro. “He pensado moverme a otra provincia en busca de trabajo, pero de momento hemos optado por quedarnos aquí. Sigue siendo muy duro para nosotros vivir en la ciudad”.
Sigue siendo muy duro para nosotros vivir en la ciudad
La de albergar a los supervivientes del terremoto es la primera misión del Süheyla Sultan, un barco que la compañía turca reconvirtió hace un lustro en “barco salvavidas” preparado para desplegarse en aquellas zonas arrasadas por catástrofes naturales, en un tiempo en el que el cambio climático ha exacerbado su número e intensidad, desde incendios hasta inundaciones o terremotos. “Es su primer despliegue y ha demostrado ser una solución sostenible y más que suficiente para una crisis humanitaria. Nuestra empresa fabrica las mayores centrales eléctricas flotantes del mundo y creemos que este tipo de infraestructuras flotantes son resistentes a cualquier tipo de desastres naturales, terremotos o tsunamis. Pueden servir en cualquier parte del planeta tras un desastre natural”, apunta.
La 'tripulación' que vela por los supervivientes
Se cuentan entre quienes sufrieron el terremoto pero, además de residir en el barco, trabajan proporcionando servicios a sus vecinos
Yildiz Ikhabar se encarga de los talleres que se ofrecen en el barco para las mujeres residentes. También coordina las actividades para los más pequeños en las salas dispuestas en la cubierta de la nave.
Tanar Han es asistente de la administración del barco. Su tarea es cuidar de unas instalaciones que incluyen cocinas y lavandería y su buen funcionamiento diario.
Un internado entre camarotes
En el embarcadero de Iskenderun, la antigua Alejandreta establecida por Alejandro Magno y una ciudad industrial y portuaria que contaba con unos 200.000 habitantes hasta el terremoto, el Süheyla Sultan no está solo. A su izquierda se halla varada otra nave de la compañía turca, el Karadeniz Lifeship Rauf Bey, un ferry que conectaba Irlanda con Inglaterra y transformado ahora en una escuela de secundaria administrada por el ministerio de educación turco. En su segunda vida, el buque ha sido reacondicionado para servir como cuartel temporal de una de las academias cuyo inmueble quedó seriamente dañado por el seísmo en Antioquía, capital de la provincia de Hatay y emplazada a unos 60 kilómetros de Iskenderun.
Los carteles con los menús del ferry original -a razón de 25 libras esterlinas- aún decoran la amplia estancia que servía de comedor, hoy establecida como lugar de reunión para los 500 adolescentes que preparan su acceso a la universidad. Los espacios cercanos fueron reformados en tiempo récord en las instalaciones de la empresa en Estambul -“apenas tres o cuatro semanas”, musita Karen- para servir de aulas, salas de informática, biblioteca, copistería y dormitorios, dispuestos en dos alas reservadas a varones y féminas. “Es un internado para supervivientes del terremoto. Desplegamos el barco el pasado abril y durante su primer curso académico estuvo abierto a 1.200 estudiantes en los grados superiores de la educación secundaria. Como los daños fueron realmente grandes, muchos de ellos no pudieron retornar a sus escuelas”, comenta la portavoz de la empresa.
Llegada de Ankara, Zeinep Sahin trabaja como coordinadora del internado. Se encarga de las tareas administrativas de esta singular experiencia educativa a bordo. “Cuando me ofrecieron este trabajo, mi primera reacción fue de sorpresa. Nunca pensé que un barco pudiera convertirse en una escuela”, admite. Se enroló en el proyecto el pasado mayo y desde entonces vive junto a su marido y su hijo de diez años en uno de los contenedores habilitado como residencia en la cubierta del barco. “Ahora lo considero un edificio cualquiera”, dice entre risas. “Al principio me preguntaba si sería capaz de asumir esto. Desde el punto de vista profesional me siento afortunada por estar aquí. He trabajado en muchas escuelas antes y este barco tiene muchas ventajas en comparación con los centros en tierra firme”.
Nunca pensé que un barco pudiera convertirse en una escuela
Zeinep recorre las instalaciones pasadas las 7 y media de la tarde, cuando la megafonía interior avisa a los escolares que la hora y media dedicada a la cena y el descanso ha expirado. “ En muchas de las escuelas que trabajé, cuando suena la sirena, todos nos vamos a casa. Aquí los estudiantes y los profesores pasan mucho tiempo juntos y se ha creado una comunidad y unos lazos emocionales”, arguye la profesora. Los jóvenes ocupan las mesas del comedor y hunden sus cabezas en los libros de texto. “No hay ninguno de nuestros estudiantes que no haya perdido a algún ser querido o un vecino en el terremoto”, comenta Zeinep.
Al otro lado de las ventanas de la sala de estudio, en el barco anejo, la chiquillería recorre la cubierta. Algunos juegan al fútbol en el campo; otros en los toboganes cercanos. En la primera planta los adultos se reúnen junto a una pantalla gigante que retransmite las noticias. La noche ha caído sobre Iskenderun y las luces de ambos barcos iluminan la costa. En tierra firme cuesta encontrar ventanas iluminadas entre los armazones malheridos de los edificios. El despliegue de las naves carece aún de fecha de caducidad, con las tareas de las excavadoras y las grúas aún muy lejos de concluir. “Sabemos que llegará un tiempo en el que habrá que volver a tierra pero, mientras tanto, tenemos la misión de mantener nuestra esperanza y la del resto de personas a bordo”, dice Yildiz con una sonrisa perenne dibujada en su rostro.
Un futuro de catástrofes al alza
Es una de las consecuencias palpables de un cambio climático ya imparable. En el último medio siglo los fenómenos meteorológicos cada vez más extremos han provocado un aumento de los desastres naturales, afectando desproporcionadamente a los países más pobres, han alertado la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR). Según el Atlas de Mortalidad y Pérdidas Económicas por Fenómenos Meteorológicos, Climáticos e Hídricos de ambos organismos, entre 1970 y 2019, estos peligros naturales representaron el 50% de todos los desastres, el 45% de todas las muertes reportadas y el 74% de todas las pérdidas económicas reportadas. El año pasado las inundaciones de la ciudad libia de Derna, que borraron parte de la urbe, se convirtieron en el último recordatorio.
Con estos datos, los “barcos salvavidas” diseñados en Turquía volverán a usarse en el futuro. “Nos gustaría que fuera su primera y última misión pero sabemos que, por desgracia, su uso en cualquier parte del mundo es una posibilidad cierta”, replica Karen Kumbasar, responsable de comunicación de Karpowership. “Lo sabemos bien en Turquía, situada en una zona sísmica. La razón por la que preparamos estas naves hace como seis años fue un potencial terremoto en Estambul”, concluye.
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hace 9 meses
Reportaje interesante y soluciones ingeniosas, nos queda mucho que aprender