Condenados a sobrevivir en celdas donde el hacinamiento y la insalubridad campan a sus anchas. Con las visitas de familiares reducidas a quince minutos cada dos semanas y sometidos a torturas físicas y psíquicas. Es el calvario diario que padecen decenas de presos políticos en Marruecos, desde activistas rifeños y saharauis a periodistas críticos con el régimen alauí. Una realidad de violaciones y corrupción alejada de los pasillos palaciegos que transitaron esta semana Pedro Sánchez y su comitiva en busca de la hasta ahora esquiva fotografía con el rey Mohamed VI. El presidente del Gobierno llegó a declarar que “no tiene nada que reprocharle” al régimen.
Las penurias y vejaciones en las prisiones del país vecino constituyen la cara B de un Marruecos alternativo al de las postales turísticas y las visitas oficiales de mandatarios como Sánchez. Familiares de presos, ex detenidos y organizaciones de derechos humanos locales e internacionales reconstruyen para El Independiente la sórdida realidad de las mazmorras que pueblan el reino de Mohamed VI, las densas sombras del "Reino de la luz", su eslogan turístico.
Omar al Radi, un periodista de investigación marroquí condenado a seis años de cárcel por ejercer libremente su profesión, fue enviado el pasado junio a una celda superpoblada donde ni siquiera había lugar donde dormir. “Las condiciones son antihigiénicas y su salud es precaria”, advierten parientes a este diario. Souleiman Raissouni, otro de los reporteros encarcelados, permanece en régimen de aislamiento y es obligado a dormir en el suelo. Rida Benotmane, un defensor de derechos humanos que cumple tres años de cárcel por denunciar la violencia del aparato policial, también padece el aislamiento y tiene prohibido comunicarse con el resto de reclusos.
Un ex preso saharaui al frente del sistema carcelario
“Las condiciones en las prisiones marroquíes son inhumanas”, reconoce a este diario Ali Salem Tamek, un histórico activista saharaui que ha pasado en media docena de ocasiones por cárceles del reino alauí como castigo por su defensa de la independencia del Sáhara Occidental, ocupado por Marruecos desde 1976.
“La administración penitenciaria marroquí es uno de los mecanismos punitivos del régimen dictatorial marroquí que ocupa el Sáhara”, replica. Al frente del sistema contra el que se rebela está su tío Mohamed Salah Tamek, oficialmente el delegado general de la Administración Penitenciaria y la Reinserción, un ex miembro del Frente Polisario reconvertido en alto cargo de Marruecos.
“Mi tío fue víctima del régimen marroquí junto a su hermano Hassan Tamek, quien fue víctima de asesinato político el 21 de mayo de 1977 en Rabat a manos de la inteligencia marroquí”, explica Ali. “Mohamed Salah Tamek vivió 5 años de secuestro, detención política y tortura en un centro secreto llamado Moulay Al-Sharif en Casablanca y otras prisiones marroquíes en los años setenta. A su salida eligió otro camino que contradecía mis ideas y las convicciones por las que fue secuestrado y detenido”, agrega. Hoy es el principal rostro del entramado de cárceles del país y un defensor a ultranza de sus condiciones.
Terribles condiciones de salubridad
Un alegato que no comparten las organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional, que han documentado el martirio al que son sometidos los presos, castigados con “prolongados confinamientos solitarios, denegación de una asistencia médica adecuada y otras vejaciones”. Además de los casos de Al Radi y Raissouni, Amnistía cita como ejemplo del maltrato carcelario a Nasser Zefzafi, líder del movimiento rifeño condenado a 20 años entre rejas. “Zefzafi y los demás presos de Hirak el Rif, seis en total, están recluidos en celdas de dos por dos metros. Zefzafi estuvo recluido en régimen de aislamiento entre septiembre de 2017 y agosto de 2018. Fue tras un juicio basado en 'confesiones' extraídas bajo tortura y otros malos tratos, tal y como denunció Zefzafi”, recuerdan desde la organización.
La celda en la que está recluido ni siquiera tiene ventilación
Otro de los reclusos icono del tormento de las prisiones al otro lado del Estrecho es el saharaui Mohamed Lamine Haddi, encarcelado en Tiflet, a 50 kilómetros al este de Rabat. Lleva desde 2017 en aislamiento y ha denunciado torturas sistemáticas, incluidos golpes y amenazas de muerte lanzadas por sus carceleros. Ni siquiera se le permite salir una hora de la celda y en los inviernos se le niega ducharse con agua caliente. “La celda en la que se encuentra no reúne condiciones de salubridad. Ni siquiera tiene ventanas para la ventilación y cuenta en su interior con un pequeño retrete y una cama de cemento”, relata uno de sus parientes en conversación con este diario. “Ha sufrido numerosos abusos. En una ocasión le cortaron la barba durante una discusión con un empleado de la prisión”, agrega.
De hachís a favores sexuales
Las cárceles marroquíes son en sí mismas un microcosmos del país vecino. En 2014 corrieron como la pólvora por las redes sociales marroquíes las imágenes del jefe de la prisión de Aït Melloul, en las inmediaciones de la ciudad de Agadir, manteniendo relaciones sexuales con un ex recluso tunecino a cambio de favores en la prisión, entre ellos, disponer de teléfono móvil durante su cautiverio. El ex preso compartió también selfies en los que posaba con el uniforme oficial de los guardias de prisiones.
Es imposible dormir por la luz, el humo de los porros, la música alta y las peleas que estallan
En el libro En el corazón de una prisión marroquí, el periodista local Hicham Mansouri -que pasó diez meses en el penal de Zaki por sus investigaciones- relata los pormenores de un tráfico ilegal a gran escala, con complicidades al más alto nivel y una corrupción rampante.
"Desde el primer día, me sorprendió ver que los presos consumían las mismas sustancias por las que muchos de ellos habían sido encarcelados, sobre todo cannabis. Cuando les pregunté si estaban seguros con un porro en la mano, uno de ellos me contestó sonriendo: '¿Qué me van a hacer, meterme en la cárcel? Ya estoy allí. Aquí no hay policía'", rememora en la obra. "Las discusiones se prolongan hasta altas horas de la noche, a menudo hasta el amanecer. Es imposible dormir por la luz, el humo, la música alta y las peleas que estallan a todas horas. La celda sólo tiene una ventana y el humo me asfixia...", escribe.
Las huelgas de hambre como recurso de protesta
Para denunciar su padecimiento Lamine Haddi se ha llegado a pasar meses en huelga de hambre, un recurso al que se acogió hace unos días Mohamed Ziane, un ex ministro marroquí de 81 años enviado a la cárcel tras pedir la abdicación de Mohamed VI. Hasta 1.158 presos se declararon en huelga de hambre en 2021, según el Observatorio Marroquí de Prisiones. Una de las razones esgrimidas fue la situación de los centros penitenciarios. Prison Insider, una ONG francesa que examina las condiciones de las cárceles a nivel internacional, alerta de que el hacinamiento es una de las alargadas sombras de las prisiones marroquíes.
Marruecos tiene más de 100.000 reclusos y solo 64.000 camas en las cárceles
“La superficie media por preso es inferior a 2 metros cuadrados. La superpoblación es especialmente intensa en las prisiones locales, donde se encuentran normalmente las personas en detención temporal y aquellas con condenas de corta duración”, apunta la organización a este diario. En 2022 la tasa de ocupación de las cárceles del país vecino superaba el 150%. Por entonces la población reclusa alcanza la cifra récord de 100.000 personas, repartida por 75 centros penitenciarios. Según los datos oficiales, las cárceles solo contaban con 64.400 camas. En la prisión de Ain Sebaâ, en Casablanca, más de 10.000 detenidos pugnan por 3.800 camas. En un estudio publicado este mes, Prison Insider alerta del número de suicidios reportados en las cárceles alauíes, 29 en 4 años.
El pasado octubre el Parlamento aprobó una controvertida ley para frenar el hacinamiento a base de reducir días de prisión a cambio de dinero. "A menudo recurrimos a otros medios para aliviar la presión en las cárceles. Con este procedimiento, las arcas del Estado se beneficiarán de ingresos adicionales", prometió el ministro de Justicia, Abdellatif Ouahbi, en una medida que sus detractores censuran porque beneficia a los reclusos con más recursos económicos en un país arrasado por los abismos sociales. En la última década Rabat ha abierto hasta 23 nuevas prisiones.
Hacinamiento y enfermedades
En Marruecos las celdas individuales no abundan y están únicamente reservadas a los que han sido castigados, los considerados de alto riesgo y algunos condenados a muerte. “Son confinados en celdas colectivas, normalmente de entre cinco y doce personas, pero en algunos casos el número total supera esas cifras”, detalla la organización.
“Hay habitaciones con capacidad para ocho personas, en las que viven más de 20 a 35 presos, sin que la administración penitenciaria proporcione materiales de limpieza, lo que ha provocado la propagación de enfermedades”; comenta a este diario Babouzeid Labbihi, presidente del Colectivo Saharaui de Defensores de Derechos Humanos (Codesa). “La alimentación no es menos desastrosa y se han producido intoxicaciones masivas como la que se produjo en 2016 en la prisión de Loudaya”.
Las condiciones resultan incluso más crudas para los presos políticos o de conciencia, entre ellos, disidentes políticos o activistas saharauis y rifeños. La ley no prevé el encarcelamiento por estos motivos y el gobierno no reconoce la existencia de estas personas, denuncia Prison Insider. “Estos presos suelen ser condenados por delitos penales sobre la base de confesiones obtenidas bajo coacción ni están sometidos a un régimen penitenciario concreto. Suelen ser objeto de tortura y malos tratos”, agrega la ONG.
La opacidad del régimen alauí dificulta conocer el número exacto de opositores que permanecen entre rejas. Hace dos años llegaban a 120 personas, según la Asociación Marroquí de Derechos Humanos, que también identificó decenas de citaciones, detenciones y procedimientos judiciales por motivos similares. En las cárceles marroquíes hay cerca de medio centenar de disidentes saharauis, estiman datos de la Liga para la Protección de los Presos Saharauis.
Persecución política
Uno de los grupos más castigados es precisamente el de los defensores de derechos humanos y activistas saharauis. “Los presos políticos saharauis están formados principalmente por los detenidos en Gdeim Izik [un campamento de protesta desmantelado violentamente por los agentes marroquíes en noviembre de 2010], que llevan más 13 años de padecimientos, y un grupo de estudiantes que permanecen desde hace ocho años entre rejas”, detalla Labbihi. “A las torturas que sufrieron en las comisarías les siguieron juicios ilegales y ahora padecen la dispersión y el traslado fuera del territorio ocupado, lo que constituye un delito de secuestro según la Convención de Ginebra”, apunta.
“Los presos políticos saharauis reclaman que no se les confine en los mismos espacios de presos por delitos comunes y delincuentes marroquíes, que terminan trabajando como informadores para la administración penitenciaria y están implicados en el acoso y abuso. Exigen que se les acerque a sus familias y se les traslade a prisiones de las ciudades ocupadas como derecho garantizado por las normas del derecho internacional humanitario”, desliza Labbihi.
Unas demandas que Rabat desprecia y que Amnistía Internacional lleva años exigiendo. “Marruecos debe garantizar que todos los presos reciben atención médica adecuada, no permanecen recluidos en régimen de aislamiento prolongado, tienen acceso regular y sin restricciones a sus abogados y familiares y las condiciones de reclusión se ajustan a las normas internacionales”, subrayan desde Amnistía a propósito de una realidad que Sánchez y su séquito han obviado en la semana en la que consiguió el trofeo de la buscada fotografía con Mohamed VI.
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hace 10 meses
Me faltan adjetivos para elogiar en su justa medida este clarificador trabajo de Francisco Carrión. Mientras la inmensa mayoría del periodismo español calla cobardemente ante las tropelías del Gobierno marroquí, El Independiente vuelve a denunciarlas con pruebas y testimonios.
Tengo la vana esperanza de que nuestro presidente, defensor de los derechos humanos de ucranianos y palestinos -y lo apoyo en eso- pero no de saharauis ni de marroquíes díscolos, encuentre cinco minutos en su apretada agenda para enterarse de cómo funcionan las mazmorras de su chantajista vecino y «amigo» del otro lado del Estrecho.
Si Pedro Sánchez no estuviera anulado por la necesidad de comprar el silencio de un Mohamed VI que conoce las vergüenzas del «resistente», de su entorno y de varios de sus ministros, recapacitaría. Y entonces, se daría cuenta de la ignominia que supone apoyar que los saharauis se conviertan por la fuerza en súbditos de una monarquía cruel y despiadada que lleva desde 1975 queriendo acabar con ellos y con su legítimo derecho a la autodeterminación.