Los esclavos circulaban por las animadas calles de la ciudad arrastrando sus cadenas y cepos, mezclados entre corsarios, bereberes, turcos, moriscos exiliados, mercaderes o espías. En aquel paisanaje diverso y frenético se desenvolvió Miguel de Cervantes, que pasó hasta cinco años de cautiverio en una de las principales urbes portuarias del Mediterráneo, fortín y refugio de corsarios.
Cervantes había sido uno de los noventa y tres mil cristianos que habían luchado y vencido a los turcos otomanos en la batalla de Lepanto el 7 de octubre de 1571. El escritor logró sobrevivir a las escaramuzas aunque no salió indemne de ellas. Recibió al menos dos arcabuzazos que le “estropearon” una de las manos, “por mil partes ya rompida”, diría años después el propio Cervantes.
Argel es, según barrunto, arca de Noé abreviada: aquí están de todas suertes, oficios y habilidades
En su camino de retorno de las campañas militares de Italia, la galera Sol -en la que Miguel viajaba junto a su hermano, Rodrigo de Cervantes- fue atacada y apresada por tres galeras de corsarios berberiscos entre Cadaqués y Palamós, a punto de tomar tierra en España. Desde 1575 y hasta 1580 Miguel penó por las arterias de Argel, convertido en botín, en “cautivo de rescate”.
Su hermano fue entregado al beylerbey Ramadán Bajá, capitán general de Argel, mientras que Miguel cayó en manos del griego Dalí Mamí, capitán de la galera que lo había apresado. “Con esto entretenía la vida, encerrado en una prisión o casa que los turcos llaman 'baño', donde encierran los cautivos cristianos, así los que son del rey como de algunos particulares; y los que llaman del 'almacén', que es como decir cautivos del concejo…; tienen muy dificultosa su libertad…”, relataría años después.
Un rescate millonario
Por Miguel de Cervantes y en virtud de las cartas de don Juan de Austria que se le requisaron se fijó un rescate de 200.000 maravedíes, unos quinientos escudos de oro, una auténtica fortuna. Por aquel entonces, unas sesenta mil personas habitaban el enclave.
“Argel era una ciudad muy rica que vivía de los asaltos y robos a los navíos cristianos y de las razias en las costas de Italia y España, también de los rescates de los cautivos. Era un puerto internacional al que llegaban tanto caravanas del interior de África como embarcaciones otomanas y europeas”, escribe la filóloga Isabel Soler en Miguel de Cervantes: los años de Argel, un libro que da cuenta de las desventuras del alcalaíno, de cuya muerte se cumplen este martes 408 años.
Su traumática experiencia en Argel le sirvió años después para convertirla en material literario, de La Galatea a El trato de Argel, Los baños de Argel, Persiles o un pasaje de Don Quijote de La Mancha. “Argel es, según barrunto, arca de Noé abreviada: aquí están de todas suertes, oficios y habilidades, disfrazadas calidades”, escribió Cervantes en Los Baños de Argel.
En la ciudad que una vez fue su cárcel, en cambio, la memoria se reduce a una cueva encaramada en una de las colinas de la ciudad, con vistas al Mediterráneo. La gruta de Cervantes, como se la conoce popularmente, está ubicada en el Boulevard Cervantes, entre hileras de viviendas y junto a un parque abandonado.
El descuido, tanto como la desmemoria, han hecho estragos en su perímetro. A la sombra de un viejo olivo y un puñado de palmeras, un monolito de piedra recuerda al autor cumbre de la literatura española. “Esta cueva debe su nombre al gran escritor español, gracias al papel que desempeñó en uno de sus numerosos intentos de evasión. Nacido en 1547, Miguel de Cervantes Saavedra fue capturado en 1575 por los raïs de la flota argelina. Fue esclavizado durante cinco años y llevó a cabo cuatro intentos de fuga”, rememora una placa colocada en la fuente seca. Pareciera que de las fauces del león esculpido en la piedra jamás hubiera brotado agua.
Esta cueva debe su nombre al gran escritor español, gracias al papel que desempeñó en uno de sus numerosos intentos de evasión
Segundo intento de huida
Fue durante su segundo intento de fuga, datado en 1577, cuando Cervantes recaló en las entrañas de la gruta, oculta en un jardín y horadada por un cómplice llamado Juan, esclavo oriundo de Navarra. Durante algún tiempo se guarecieron en ella una veintena de esclavos cristianos. En el verano de aquel mismo año su hermano menor Rodrigo fue liberado tras las negociaciones y el pago del rescate de las órdenes cristianas de La Trinidad y La Merced. Consciente de que la suma de dinero que pedían por su libertad excedía los fondos de los frailes, fue Miguel quien cedió su puesto a su hermano.
Con el talud apuntalado hoy por un esqueleto de andamios, en su húmedo interior reside ahora un perro que recibe con sonoros ladridos a los pocos curiosos que se dejan caer por el páramo. Es un inquilino incómodo con las visitas a un lugar que durante siglos permaneció oculto y olvidado. “Cervantes regresó a Europa y se dedicó a escribir, produciendo el célebre Don Quijote de La Mancha; murió en 1616, pero su memoria sigue viva. En 1887 se le rindió el primer homenaje y se colocó una lápida”, explica el monolito.
De los detalles del hallazgo de la cueva y la colocación de dos “preciosas lápida” y “un busto del Manco de Lepanto” da cuenta Adriano Rotondo y Nicolau. “La gruta fue hallada, con gran entusiasmo de propios y extraños”, rememora el diplomático, uno de los artífices de su apertura al público el 24 de junio de 1894. No queda ni rastro del busto pero, en su lugar, se reproduce en español y árabe un fragmento de "La historia del cautivo" incluida en la primera parte del Quijote: “Me dijo, en lengua que en toda la Berbería, y aun en Constantinopla, se halla entre cautivos y moros, que ni es morisca, ni castellana, ni de otra nación alguna, sino una mezcla de todas las lenguas con la cual todos nos entendemos”.
Una gruta escondida en el jardín de un esclavo navarro
En la guarida escondida en mitad de un jardín ya extraviado, emplazada en “el Levante de Argel a unas tres millas de distancia de la ciudad”, Cervantes diseñó su fuga en dirección a Orán, donde debía tomar un barco rumbo a la península. La maquinación nunca llegó a buen puerto porque fue rápidamente apresado. De su cautiverio dio cuenta por boca de algunos de sus personajes: “el moro que le tenía cautivo no le daba de comer ni vestir”, escribió. Incansable, Cervantes volvió a intentar la huida en otras dos ocasiones pero no fue hasta 1580 cuando consiguió ser liberado y regresar a casa.
Durante aquel lustro, su madre, Leonor de Cortinas, llamó a todas las puertas y se arruinó tratando de unir el rescate. En septiembre de 1580 Cervantes concluyó su martirio argelino. Retornó a casa con Información de Argel, un documento judicial con una docena de voces que relatan su heroicidad y valentía en mitad de un Mediterráneo por cuyo dominio pugnaban el Sultán otomano y el rey Habsburgo. Argel persiguió a Miguel de Cervantes que escribiría tiempo después: “A las orillas del mar, que con su lengua y sus aguas, ya manso, ya airado, llega del perro Argel las murallas, con los ojos del deseo están mirando a su patria cuatro míseros cautivos que del trabajo descansan; y al son del ir y volver de las olas en la playa, con desmayados acentos esto lloran y esto cantan: ¡Cuán cara eres de haber, oh dulce España!”.
Argel, según Cervantes
«Ésta, señores, que aquí veis pintada, es la ciudad de Argel, gomia y tarasca de todas las riberas del mar Mediterráneo, puesto universal de cosarios, y amparo y refugio de ladrones, que, deste pequeñuelo puerto que aquí va pintado, salen con sus bajeles a inquietar el mundo, pues se atreven a pasar el plus ultra de las colunas de Hércules, y a acometer y robar las apartadas islas, que, por estar rodeadas del inmenso mar Océano, pensaban estar seguras, a lo menos de los bajeles turquescos. Este bajel que aquí veis reducido a pequeño, porque lo pide así la pintura, es una galeota de ventidós bancos, cuyo dueño y capitán es el turco que en la crujía va en pie, con un brazo en la mano, que cortó a aquel cristiano que allí veis, para que le sirva de rebenque y azote a los demás cristianos que van amarrados a sus bancos, temeroso no le alcancen estas cuatro galeras que aquí veis, que le van entrando y dando caza. Aquel cautivo primero del primer banco, cuyo rostro le disfigura la sangre que se le ha pegado de los golpes del brazo muerto, soy yo, que servía de espalder en esta galeota, y el otro que está junto a mí, es este mi compañero, no tan sangriento porque fue menos apaleado. Escuchad, señores, y estad atentos: quizá la aprehensión deste lastimero cuento os llevará a los oídos las amenazadoras y vituperosas voces que ha dado este perro de Dragut (que así se llamaba el arráez de la galeota: cosario tan famoso como cruel, y tan cruel como Falaris o Busiris, tiranos de Sicilia); a lo menos, a mí me suena agora el rospeni, el manahora y el denimaniyoc, que con coraje endiablado va diciendo; que todas estas son palabras y razones turquescas, encaminadas a la deshonra y vituperio de los cautivos cristianos: llámanlos de judíos, hombres de poco valor, de fee negra y de pensamientos viles, y, para mayor horror y espanto, con los brazos muertos azotan los cuerpos vivos.»
Los trabajos de Persiles y Sigismunda, Miguel de Cervantes
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