"Eu serei sempre abril (Seré siempre abril)". Lourenço, de nueve años, tiene preparado su clavel de cartulina con este lema para desfilar este 25 de abril en conmemoración del 50º aniversario de la Revolución de los Claveles. Lourenço sabe que se celebra el "día de la libertad", una libertad que hoy damos por hecha en Portugal, España, Grecia, y los países de Europa Central y Oriental que siguieron la estela democratizadora que empezó en el extremo más occidental de Europa en 1974. También sabe que había una guerra en Angola y que sus abuelos lucharon en ella. Lourenço no tiene colegio este jueves pero los últimos días en el colegio le han explicado qué pasó entonces.
João Gomes Cravinho tenía la misma edad que tiene ahora Lourenço cuando tuvo lugar la Revolución y asegura que tenía "plena conciencia" de que vivía en una dictadura. Quien fuera ministro de Exteriores del último gobierno de António Costa procede de una familia crítica con el régimen, pero consciente de lo que suponía vivir en una dictadura.
"Recuerdo bien cómo un día, unos años antes, cuando íbamos de camino al colegio, mi madre paró el coche, se apartó a un lado de la carretera y nos explicó muy seriamente que estaba prohibido criticar a Salazar [el dictador que rigió Portugal hasta que se retiró por enfermedad en 1968 y le sucedió Marcelo Caetano], que era el tema de nuestra conversación aquella mañana. De modo que, incluso para un niño tan pequeño, con una infancia bastante protegida, en la Revolución del 25 de Abril esa enorme sombra que se cernía sobre el país dejó de existir", explica el ex jefe de la diplomacia portuguesa.
"La historia de nuestra revolución puede entenderse de forma muy sencilla (y hermosa) como el derrocamiento de un régimen autoritario anacrónico, que insistía en luchar en tres frentes en el continente africano porque consideraba que sin las colonias el país no existiría. Esa es la lectura más fácil, pero no deja de ser cierta", explica Gomes Cravinho.
Grandola Vila Morena a las 00h
Otelo Saraiva de Carvalho, Vasco Lourenço y Vitor Alves crearon en septiembre de 1973 el Movimiento de Capitanes, que abogaba por una transición hacia el socialismo con medidas como la independencia de las colonias y la celebración de elecciones libres. En marzo de 1974 intentaron un golpe de Estado pero fracasó y el régimen aumentó la represión.
Los militares rebeldes tenían claro que había que acabar con la dictadura con un golpe y no con una negociación. La señal para tomar puntos estratégicos fue la emisión de Grandola Vila Morena, una canción de Jose Afonso prohibida por el régimen, a las 00h del 25 de abril. Los sublevados hicieron llamamientos a la calma pero el pueblo se lanzó a la calle en apoyo de esta revuelta.
Mario Soares, el modernizador
La eurodiputada portuguesa Margarida Marques, del grupo socialista, recuerda que aquel 25 de abril era el cumpleaños de su madre. "Tenía clase a las ocho y fui a la universidad, aunque ya sabía que había empezado la revolución porque mis padres no habían podido venir a Lisboa por esa razón. Las puertas de la asociación de estudiantes estaban cerradas pero forzamos a abrirlas y luego fuimos a las calles. Ahora veo las imágenes de aquel día y recuerdo que estuve allí", señala en los pasillos del Europarlamento en Estrasburgo, en los últimos días antes de su retiro como eurodiputada. "Para nosotros fue de un día para otro", señala y remarca que aquello fue una revolución, no un golpe al uso, aunque participara el movimiento de los militares sublevados.
El proceso revolucionario fue complejo y pasó por etapas conflictivas en 1975. En noviembre de ese año se establece el carácter democrático del régimen y se integra al Partido Comunista en el nuevo régimen. "Algunos hablan de la victoria de los mencheviques sobre los bolcheviques. En realidad, fue la victoria de Mário Soares, el principal articulador de una visión moderna, europea y cosmopolita para el país", indica Gomes Cravinho.
Es el primer momento de una ola democrática que tuvo su primer eco en España tras la muerte del dictador Francisco Franco en noviembre de 1975. Dejó todo atado y bien atado para que la transición fuera pacífica y estuviera encabezada por un jefe de Estado que él designó a dedo, el príncipe Juan Carlos de Borbón, hijo de Don Juan, el heredero de la última casa reinante en España. Antes había caído el régimen de los coroneles en Grecia, en el verano de 1974.
El modelo español, reflejo del portugués, inspiró también la Mesa Redonda polaca, la Revolución de Terciopelo en la entonces Checoslovaquia o el proceso de derrocamiento del comunismo en otros países del bloque del Este.
Según Cravinho, resulta muy interesante comparar y contrastar la ruptura portuguesa con la transición acordada en España. "Son dos países ibéricos, dos dictaduras de derechas instaladas desde hace décadas, dos países enfrentados a la necesidad de superar sus anacronismos y, sin embargo, con importantes diferencias sociológicas que hacen que el proceso de transición a la democracia sea profundamente diferente. Algunas de las consecuencias de estas diferencias pueden sentirse todavía hoy".
Los jóvenes miran a Chega
Cincuenta años después de aquella revolución en la que confluyeron los militares, hartos de las guerras coloniales, y los jóvenes, ansiosos de libertades, acaban de celebrarse unas elecciones en las que un partido de ultraderecha, Chega, cuyo líder, André Ventura, evoca el lema de Salazar (Dios, patria, familia) ha llegado al 18% de los votos. Fue el tercer partido y a punto estuvo de ser decisivo para formar gobierno. Los socialistas lo impidieron al prometer su respaldo puntual para impedirlo al nuevo gobierno de Luis Montenegro, de centroderecha.
Chega ha conquistado sobre todo a los jóvenes, hartos de salarios bajos y alquileres altos. Uno de cada cuatro jóvenes entre 18 y 34 años votó a Chega. "Muchos jóvenes creen que la vida antes de 1974 era mejor", reconoce la eurodiputada portuguesa. Vivienda, corrupción, salarios y sanidad son las principales preocupaciones de los portugueses.
El economista Lucio Vinhas de Souza sostiene que, a falta de reformas radicales en el momento de la caída de la dictadura, el país perdió la oportunidad que ofrecía la adhesión a la Unión. Portugal alcanzó su máximo desarrollo, el 73% de la renta per cápita media de la UE, en 1972: entonces era el 99%, pero ahora esta cifra se ha reducido al 22%.
A medida que nos alejamos en el tiempo del recuerdo de las dictaduras y guerras, la gente pierde de vista la fragilidad de la democracia"
JOAO GOMES CRAVINHO, EX MINISTRO DE EXTERIORES DE PORTUGAL
La aparición de Chega no pone en cuestión lo alcanzado en estos 50 años, según el ex ministro del gobierno del socialista Costa. "La democracia es en cierto modo un régimen de insatisfacción organizada, y a medida que nos alejamos en el tiempo del recuerdo de las dictaduras y las guerras, vemos que la gente pierde de vista la fragilidad de la democracia. Lo estamos experimentando en toda Europa, y hoy nos damos cuenta de que Portugal no es inmune a esta dinámica".
"Si bien es chocante que Chega obtuviera el 18% de los votos, no es menos cierto que el 82% de los electores rechazaron claramente votar a Chega. La democracia nunca está garantizada, pero si estamos atentos no hay razón para ser pesimistas. La desatención democrática, la complacencia ante la evolución de la historia, son peligros que debemos combatir", concluye Cravinho.
Las encuestas le dan la razón: según un reciente estudio, realizado por el Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa y el Instituto Universitario de Lisboa, el 57% de los portugueses está satisfecho con la democracia. El 65% ve la Revolución de 1974 como el hito más importante en la historia de Portugal. Decenas de miles lo suscriben este jueves en las calles. Entre ellos estará Lourenço, con su clavel de cartulina.
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