Era uno de los favoritos para suceder al líder supremo, el ayatolá Ali Jameneí, de 85 años pero un accidente de helicóptero se interpuso el domingo en su destino. El presidente iraní Ebrahim Raisi, de 63 años, murió junto a su ministro de Asuntos Exteriores y otros funcionarios iraníes en las montañas de la zona de Varzeqan, en la provincia de Azerbaiyán Oriental, cuando regresaba de la inauguración de la presa de Qiz Qalasi.
Durante horas la televisión estatal iraní mostró los rezos de cientos de compatriotas y mantuvo la esperanza de hallar con vida a Raisi. A primera hora de este lunes, tras el hallazgo de los restos del helicóptero, Irán confirmó “el martirio” del octavo presidente de la República Islámica. Durante las últimas décadas el clérigo había sido uno de los máximos líderes del sistema judicial iraní. Una labor que es también su principal obra. “El legado de Raisi no tiene tanto que ver con los logros y fracasos individuales como con la contribución al gobierno iraní como sistema: Recompensar la convicción ideológica por encima de la competencia y creer que consolidar la conformidad en la cúspide es más importante que buscar la legitimidad desde abajo”, señala a El Independiente Ali Vaez, director del Proyecto Irán del Crisis Group.
Las ejecuciones masivas de 1988
Raisi ocupó todos los peldaños del sistema judicial iraní, al que accedió en la década de 1980. Entre 2019 y 2021, antes de ocupar la presidencia del país, fue el máximo dirigente del poder judicial. Con anterioridad, había sido vicepresidente de la Asamblea de Expertos, vicepresidente primero del Poder Judicial (2004-2014) y Fiscal General de Irán (2014-2016).
Su singladura por los tribunales iraníes le valió alguno de los calificativos de su biografía. En 1988 fue uno de los funcionarios implicados directamente en la ejecución masiva de presos. Miles de opositores fueron ajusticiados en las llamadas “comisiones de la muerte” al final de la guerra entre Irán e Irak. En los juicios se pedía a los acusados que se identificaran. Quienes respondían “muyahidines” eran enviados a la muerte, mientras que a otros se les preguntaba sobre su disposición a “limpiar campos de minas para el ejército de la República Islámica”, según un informe de Amnistía Internacional fechado en 1990. Los grupos internacionales de derechos humanos calculan que hasta 5.000 personas fueron ejecutadas.
Los grupos internacionales de derechos humanos calculan que hasta 5.000 personas fueron ejecutadas
Apodado el “juez de la horca” por su participación en aquel episodio, el Tesoro de Estados Unidos le sancionó en 2019 “por su supervisión administrativa de las ejecuciones de personas que eran menores de edad en el momento de cometer su delito y por la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes infligidos a presos en Irán, incluidas las amputaciones”. Washington también mencionaba su implicación en las ejecuciones de 1988.
Nacido en diciembre de 1960 en la ciudad santa de Mashad, Raisi se reivindicaba como hijo de una familia religiosa descendiente del imán chií Husein y heredó la vocación de su padre y abuelo, también clérigos. Inició su formación religiosa en Mashad antes de viajar a la ciudad de Qom, donde fue alumno del líder supremo y cursó un doctorado en Jurisprudencia y Derecho Privado.
Unas elecciones sin rival
Con el reclamo de su trayectoria judicial, disputó sin éxito la presidencia del país en 2017 a Hasan Rohani, un clérigo relativamente moderado que alcanzó el acuerdo nuclear de 2015 entre Teherán y las potencias mundiales, deshecho más tarde por el estadounidense Donald Trump y su retirada unilateral del pacto. Impermeable al desaliento y con el apoyo de los sectores más conservadores del país, volvió a presentarse en 2021, esta vez, en una cita marcada por la exclusión de sus principales rivales, las críticas a la limpieza de la convocatoria y la apatía general. Raisí obtuvo el 62% de los votos -unos 18 millones de sufragios- en las elecciones con la menor participación de la historia, apenas el 48,8%.
Tras su toma de posesión en agosto de aquel año, Raisí -fiel a su propia singladura vital- confirmó un giro conservador en el país. Respaldó el programa de enriquecimiento de uranio hasta niveles próximos a los de armamento, en mitad de la falta de avances de las negociaciones con Occidente; y apoyó la feroz represión para acallar la ola de protestas que desató la muerte de Mahsa Amini en 2022. La respuesta del régimen ala contestación en las calles dejó más de 500 muertos y más de 22.000 detenidos. En marzo, un grupo de investigación de las Naciones Unidas concluyó que Irán era responsable de la “violencia física” que condujo a la muerte de Amini tras su detención por no llevar el hiyab (pañuelo islámico). Una represión que no cesó durante todo su mandato, con arrestos recientes de mujeres por no llevar velo o las sentencias a muerte contra raperos como Tomaj Salehi por dar su apoyo a las manifestaciones.
Ataque de drones contra Israel
Receloso de Occidente, Raisi avaló el pasado abril el insólito ataque contra Israel en respuesta al asesinato en la embajada iraní de Damasco de varios generales iraníes. Un hito en la guerra en la sombra que han protagonizado ambos países en las últimas décadas, con el trasfondo de la operación militar israelíe en la Franja de Gaza que lanzó desde suelo iraní unos 300 drones y misiles contra Israel.
Una sucesión presidencial no presagia un cambio radical en la forma en que Irán formula sus intereses en el exterior y actúa en consecuencia
Quien fuera visto durante años como el favorito para suceder a Jamenei -con amplias conexiones con el poder religioso- desaparece de la escena en plena escalada regional, con la guerra en Gaza contestada por el llamado Eje de Resistencia que Irán ha patrocinado en la región, desde los hutíes en Yemen a Hizbulá en Líbano o las milicias chiíes en Siria e Irak. El propio Hamás en Gaza ha sido uno de los beneficiados de la estrategia iraní. Su óbito, llorado en las calles de Teherán y celebrado en los despachos occidentales, no marcará el cambio. El vicepresidente Mohamed Mokhber asumirá el poder tras su muerte y, según la Constitución, en caso de fallecimiento o incapacidad del presidente, se celebrarán elecciones en un plazo de 50 días.
“Por un lado, una sucesión presidencial no presagia un cambio radical en la forma en que Irán formula sus intereses en el exterior y actúa en consecuencia. Es el líder supremo quien toma las decisiones estratégicas en materia de política exterior, si bien se basa en las opiniones de otros actores clave, incluido el presidente. Sin embargo, será el sucesor de Raisi quien lleve a cabo esas decisiones, incluso tomando el timón de las delicadas negociaciones con Estados Unidos”, pronostica Vaez.
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