Ha perdido la cuenta de las veces que ha regresado al lugar de la tragedia pero no puede olvidar aquella noche de bailes que acabó al amanecer entre el sonido de los disparos y el pánico de la huida. Azaf Aharon sobrevivió a la carnicería del Nova Festival. Cinco de los amigos con los que compartió aquella jornada, en cambio, no pueden contarlo. “Recuerdo que corrí y corrí. Primero tomé mi coche, pero el atasco era enorme y tuve que bajarme y seguir a pie”, relata el veinteañero bajo la sombra que proyecta uno de los árboles que rodean la que fuera la zona de baile.
La matanza del festival, a bordo de motocicletas, camionetas y parapentes motorizados, se cuenta entre los episodios más sangrientos de los que acaecieron el 7 de octubre en el ataque coordinado de cientos de militantes de Hamás que lograron acceder de la Franja de Gaza en uno de los mayores errores de seguridad de la historia de Israel. 364 civiles fueron asesinados y otros 40 resultaron secuestrados. En el árido páramo, enclavado a 5 kilómetros al este de la Franja, ha crecido desde hace meses un tributo espontáneo a los fallecidos y los rehenes que no han regresado a casa.
Autobuses y turistas
El espacio se ha convertido en un lugar de peregrinación, también para el joven Azaf. “He debido volver más de diez veces. En la primera ocasión me acompañó mi padre para intentar encontrar mi coche pero no lo conseguimos. Habían retirado los cuerpos y los restos de sangre pero las cosas habían quedado exactamente como las dejó la gente, incluido el escenario. Cuando regresé la segunda vez lo habían limpiado todo y comenzaron a aparecer las banderas y las fotografías”, rememora el superviviente mientras la familia de una de las víctimas reza a unos metros.
A primera hora de la mañana los autobuses estacionan en los alrededores junto a decenas de coches. En mitad del silencio que solo quiebra una canción que un hombre interpreta con un saxofón, los visitantes se pierdan por el bosque de retratos que recuerda a los muertos. Las flores conviven con las velas ya apagadas. “Cuando uno viene aquí, empieza a entender un poco lo que pasó. Puedes pasar la mañana viendo las caras de los fallecidos y escuchando sus historias”, admite Evi Cohen, un joven de 24 años perdió a dos amigos en el festival. “Es un lugar que no deja de crecer. Y todo está hecho por gente corriente. Entre todos y sus aportaciones lo están convirtiendo en un lugar muy significativo para la memoria”, desliza.
El sencillo memorial va actualizando a diario su exhibición, con nuevos mensajes y pancartas. “Amada y dulce Shani, el tiempo pasa pero el dolor permanece. Te echamos mucho de menos. Gracias por los recuerdos, siempre permanecerán en nuestros corazones”, esboza una carta escrita a mano y colocada junto al fotograma de una de las víctimas. El páramo ofrece una suerte de oasis para una sociedad que trata aún de digerir las secuelas de los ataques, con una operación militar en la vecina Gaza que ha dejado más de 37.500 palestinos muertos y devastado la Franja; el destino incierto de los 120 rehenes que aún permanecen en manos de Hamás, entre las críticas de las familias que exigen alcanzar un acuerdo que el Gobierno israelí rechaza; y un debate apenas abierto sobre el futuro de la coexistencia con los palestinos y su reivindicación de un estado propio, tras décadas alimentando ambas partes el laberinto.
En realidad me siguen faltando las palabras para describir todo aquello. He decidido seguir con mi vida
Muchos de los que acuden hasta el memorial siguen preguntándose por aquel amanecer y por el porvenir. “Las historias son terribles. En muchos casos fue cuestión de azar. Habían venido hasta aquí para bailar. Podría haber sido yo el que estuviera ahora entre esas fotografías”, murmura Evi, llegado desde Jerusalén para ofrecer tributo a los amigos que no sobrevivieron al festival. “Y pensar que estamos aquí mientras la guerra sigue. Todo es tan frágil…”, comenta. Por el horizonte, al fondo, se elevan columnas de humo de los bombardeos en Gaza.
Un futuro incierto
Azaf sigue prendido a las imágenes de la estampida aunque dice haber decidido “tratar de avanzar, no quedarse en aquel momento”. “Aparqué el coche en la cuneta y recuerdo haber salido del coche mientras nos disparaban. Corrí hasta los campos. Pasé ocho horas escondido. Al principio éramos dos y terminamos siendo diez. Todos sobrevivimos”, narra. Llegó a casa al atardecer. “En realidad me siguen faltando las palabras para describir todo aquello. He decidido seguir con mi vida. Me llamaron del ejército, pero les dije que tenía que cuidarme. Creo que aún sigo sufriendo estrés postraumático pero tengo que continuar. No puedo quedarme en este suceso”.
Ojalá fuera posible la paz, pero yo estuve aquí y pasé por esto. Vi como nos mataban
Cuando se le pregunta por el futuro y por la posibilidad de paz con quienes viven al otro lado de la frontera, Azaf titubea. “Es una pregunta muy difícil, porque antes del ataque pensaba que podíamos llegar a tener paz. Ahora ya no lo sé. Al principio pensé que era cosa solo de Hamás, pero con el tiempo he comprendido que entre quienes nos atacaron también había civiles gazatíes. Si hicieron lo que hicieron, ¿por qué tengo que compadecerme de ellos? Ojalá fuera posible la paz, pero yo estuve aquí y pasé por esto. Vi como nos mataban. ¿Cómo pensar ahora en hacer la paz?”.
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