El tiempo parece haberse detenido de súbito. Como si se tratara de una pequeña Pompeya, el kibutz Nir Oz permanece tal cual quedó el 7 de octubre: con las pertenencias de sus otrora habitantes esparcidas por el interior de sus viviendas y el rastro del violento ataque de cientos de militantes de Hamás perceptible en cada rincón de la comuna. A punto de cumplirse nueve meses, las paredes de las casas que fueron pasto de las llamas siguen desprendiendo el olor a quemado.

Irit Lahav, hija de uno de los fundadores del kibutz, deambula por Nir Oz bajo un sol de justicia. Se detiene en algunas de las viviendas y explica la biografía de sus antiguos moradores, algunos de ellos asesinados aquella fatídica jornada y otros aún secuestrados en la Franja de Gaza, esa realidad paralela que asoma en el horizonte, tras los campos de cultivo, a menos de 7 kilómetros de distancia. “Era uno de los kibutz más bonitos de Israel y teníamos uno de los 14 jardines botánicos del país. El primer jardinero lo creó pensando en las sombras que proyectaban los árboles”, rememora Lahav, convertida ahora en cicerone de las delegaciones que visitan el complejo.

En Nir Oz, donde residían unas 400 personas, el ataque segó la vida de 46. Alrededor de 70 fueron secuestrados y llevados a la Franja de Gaza. “Si contamos con que algunos residentes estaban de vacaciones, uno de cada tres fue asesinado o secuestrado”, relata Irit, quien sobrevivió tras pasar horas escondida junto a su hija en la habitación de seguridad y forcejear con los militantes que arrasaron su casa. “La estancia estaba preparada para el impacto de misiles pero para un ataque como aquel. Cuando nos llegó el mensaje por móvil de que el kibutz estaba lleno de terroristas, traté de bloquear la puerta con todo lo que tenía a mi alcance. Coloqué hileras de libros por si disparaban desde fuera y aguardamos juntas a lo peor. Llegamos a despedirnos y decirnos cuánto nos queríamos”, evoca.

La cocina de una de las viviendas del kibutz Nir Oz. | FRANCISCO CARRIÓN

Una reconstrucción incierta

A pesar de los repetidos intentos de acceder a la estancia, Irit y su hija consiguieron resistir atrincheradas en su interior. “Hasta cinco veces lo intentaron. Venían y se iban”, murmura mientras transita por el interior de algunas de las casas. “El 60% de las viviendas están quemadas casi por completo”, comenta.

La idea es demolerlo todo y construirlo de nuevo. Calculamos que nos llevará tres años

Nueve meses después, el recinto apenas ha sufrido alteraciones. Los cristales rotos siguen recibiendo a los visitantes en el comedor común, escenario de la vida comunitaria del kibutz. La operación militar israelí, iniciada en represalia por unos ataques que se cobraron 1.200 vidas el 7 de octubre, continúa desarrollándose en sus proximidades. El ruido de los bombardeos y las columnas de humo que emergen de la poblada Franja levantan acta de la guerra.

“La idea es demolerlo todo y construirlo de nuevo. Calculamos que nos llevará tres años hacerlo”, desliza Irit, de 57 años. Desde octubre, cinco personas han retornado y se han establecido en mitad de la destrucción. El resto sigue desplazado. “¿Volverán todos? No lo sabemos. En tres años hasta yo misma puedo cambiar diez veces de opinión. La situación sigue sin estar clara”, admite.

Durante los últimos meses los trabajos, mínimos, han ido desvelando algunas de las incógnitas que permanecían sin respuesta desde el 7 de octubre. “Llamamos a unos arqueólogos y, tras sus análisis, encontraron restos humanos de uno de los desaparecidos en esta pila de cenizas”,  dice junto al jardín de una de las viviendas, entre una sucesión de objetos oxidados.

El plan de algunos de sus otrora moradores es resucitar Nir Oz, como un ave fénix decidida a reemprender el vuelo por azarosas que resultan las circunstancias. “Queremos reconstruirlo de cero y hacer de este lugar un espacio ecológico, que se abastezca con energía solar, con agua reutilizada y con la menor huella de carbono posible. Queremos contar con mejores instalaciones deportivas. Nuestro objetivo es hacerlo aún más atractivo para que quienes consideran que es arriesgado se den cuenta de que puede ser un buen sitio para vivir. Y eso me lo aplico también a mi”, esboza. Irit no esquiva las preguntas. “Dentro de tres años seguirá habiendo riesgos”, admite.

"A cinco minutos en bici de Gaza"

Unos peligros que conoce bien Banny Avital, otro de los vecinos y una de las diez personas que pertenecían al equipo de primera respuesta con el que contaba el kibutz en caso de ataque. “Somos civiles pero contábamos con armas, ropa y chalecos y, en caso de alerta, nos desplegamos como primera respuesta. Pero nuestro cometido era solo mantener la seguridad durante los primeros 15 minutos, hasta la llegada del ejército”, narra Avital, de 41 años, que se había mudado hacia seis años con su esposa y sus hijos al kibutz. “Pensábamos que era el mejor lugar para criar a nuestros hijos”.

Los niños estudian en las escuelas que matar judíos es una buena idea. Hace un año pensaba diferente pero hoy creo que Hamás y los palestinos son lo mismo

El recuerdo de la pesadilla de aquel día apenas ha remitido. Irit sigue en shock. “Cuando era niña y me iba sola al salón comunitario a practicar con el piano pensaba a veces en la posibilidad de que llegara uno o dos atacantes, pero el 7 de octubre fueron cientos”, señala. La desconfianza sigue presente nueve meses después. “Estamos a cinco minutos en bicicleta de Gaza. Recuerdo que antes del ataque algunos residentes conducían hasta el cruce y esperaban allí a los palestinos enfermos de cáncer y otras dolencias para llevarlos a hospitales israelíes. Uno de aquellos voluntarios, de 83 años, sigue secuestrado. Es terrible”, apunta Irit.

El terror de aquel día ha transformado el alma de los kibutz, otrora el reducto más progresista de Israel. El odio se ha abierto paso. “Pensaba que los palestinos en Gaza eran pobres, pero los soldados que han estado allí me cuentan que sus casas son mucho mejores que las nuestras. Que tienen piscinas y pantallas planas de grandes proporciones. Que sus carreteras están pavimentadas aunque saquen imágenes de calles sin aslfatar”, arguye. “Si es posible un acuerdo para parar la guerra, lo quiero. Pero no porque sean inocentes. Los niños estudian en las escuelas que matar judíos es una buena idea. Hace un año pensaba diferente pero hoy creo que Hamás y los palestinos son lo mismo. Una nación preparada y dispuesta a asesinar. No creo que sean inocentes ni quieran la paz”.

Guardar la memoria

Irit dice que no quiere dejarse llevar por “la sed de venganza, la maldad y la crueldad” del otro lado. “Quiero ser una buena persona”, balbucea. Pero la animosidad en sus palabras es tan perceptible como la devastación en el kibutz. “La revancha es uno de los sentimientos más básicos de los seres humanos y es mucho más natural querer venganza que ser noble y buscar la paz. Hay gente llena de odio y de sed de venganza”, confiesa Adam Keller, un histórico activista israelí por la paz.

“Los kibutz son uno de los espacios más progresistas de la sociedad israelí pero, por otro lado, desempeñaron un papel muy importante en la tarea de tomar la tierra de los palestinos en 1948 [el año de la Nakba, la expulsión de cientos de miles de palestinos]. En muchos casos fueron construidos sobre pueblos palestinos y sus habitantes originales enviados a campos de refugiados”, relata Keller. “Algunos residentes en los kibutz se sienten incómodos con la historia de su creación, pero esa es la verdad”.

Un cartel recuerda la vivienda destruida de Amitai, uno de los residentes asesinados. | FRANCISCO CARRIÓN

Irit no ha olvidado ningún detalle del 7 de octubre. “La primera ayuda la recibimos a las 6 de la tarde. Alguien me habló en hebreo al otro lado de la puerta y desconfíe, pero terminé abriendo la puerta. Lo que vi entonces fue el kibutz en llamas, como un campo de batalla”, admite. Pasó la noche durmiendo al raso y junto al resto de supervivientes fueron evacuados el día siguiente. Irit reconoce que el nuevo kibutz que resucitará de las cenizas rendirá homenaje a quienes perdieron la vida el 7 de octubre.

"Aún no hemos decidido cómo lo haremos. También tenemos que buscar la manera de construir habitaciones de seguridad más preparadas para ataques como éste", murmura. "No fue Hamás; fueron los palestinos los que nos atacaron", concluye. Las últimas palabras de Irit quedan suspendidas en la azotea de un estructura que sobrevivió al baño de sangre, sita a la entrada del kibutz. En uno de sus extremos, una placa recuerda que desde allí su otrora propietario, Amitai Ben Zvi, asesinado el 7 de octubre, solía observar los atardeceres con el horizonte de Gaza.