El Hotel Solvay es un hotel particular, en todos los sentidos posibles. No tiene habitaciones disponibles, tampoco una recepción con uno de esos timbres para pedir que le atiendan a uno cuando llega a un establecimiento. Le llaman hotel, porque un día fue un hôtel particulier, es decir, una mansión en mitad de la ciudad y hogar de una sola familia, un tipo de construcción típica de Bélgica.
El edificio es hoy un museo y antes fue la casa Solvay y un taller de alta costura de una pareja que lo compró para evitar que esta joya modernista fuese demolida. Lejos de la Grand Place, el Hotel Solvay no está en los itinerarios para los turistas que vienen un fin de semana a la ciudad del niño meón, pero es un imprescindible para los que recorren sobre el mapa de Bruselas la belle époque de la ciudad.
Casi 10 años tardó Víctor Horta en levantar una casa para Armand Solvay, el hijo de Ernest Solvay. Ernest fue un químico y filántropo que inventó un método para hacer carbonato de sodio, que se utiliza en la industria del vidrio. Su éxito profesional le permitió ser un mecenas de artistas como Horta, a quien le pidió que utilizase todos los materiales que considerase necesarios para la mansión que iba a ocupar Armand Solvay.
Horta aprovechó este cheque en blanco y consiguió convertir el Hotel Solvay en su obra maestra, completada en 1902. Las vidrieras, el acero y los marcos con curvas son protagonistas en este palacio de la Avenida Louise de Bruselas. Las innovaciones tecnológicas de la época como la calefacción y la iluminación eléctrica también están presentes en la mansión Solvay, fue la primera casa de Bélgica en tener electricidad.
Al abrirse la puerta número 244 de la Avenida Louise, se accede a un pasillo por el que hace un siglo entraban carros y que acaba en un jardín interior. A mitad del pasillo está la puerta principal a un lado y una escultura de Pierre Braecke que representa a la ciencia, al otro. Al atravesar la puerta principal, la escalera preside el recibidor. A mano derecha, un vestidor, con percheros y una mesa y al lado, un toilette. A la izquierda está la cocina, que también era la zona de comedor para el servicio. Desde allí, hay un sistema telefónico para contactar con cualquiera de las habitaciones.
En la segunda planta está el salón, la sala de billar, una habitación con piano y el comedor. En el distribuidor, hay un mosaico en el techo que nunca ha sido restaurado. El edificio cuenta con un sistema de ventilación natural que evita la condensación y esto ha permitido mantenerlo intacto. El visitante puede observar desde este espacio las demás habitaciones, algunos sillones fueron diseñados adrede para el lugar que ocupan. Es una casa señorial, pensada para vivir, pero también para aparentar cuando vengan las visitas. Papeles pintados y alfombras completan la escena que enmarca la madera, protagonista en todo el edificio.
La zona privada está en la tercera planta. Para acceder a ella, hay que atravesar los jardines del Generalife de Granada. Este es uno de los cuadros impresionistas que preside la escalera. En el resto de habitaciones hay láminas que recuerdan a las de Alphonse Mucha. Además, del dormitorio, donde ya no está la cama, en esta parte de la casa hay un despacho para el señor y otro para la señora de la casa.
Alexandre Wittamer es hoy el dueño de este emblemático edificio y explica a El Independiente que fue el sueño de sus abuelos. La familia Wittamer lo compró en 1957 porque la casa había quedado vacía después de la Segunda Guerra Mundial, cuando los Solvay se habían mudado a un castillo a las afueras de Bruselas. “Mis abuelos pidieron un crédito, en un momento en el que esto no era habitual, para comprar esta casa”, comenta el propietario.
Los Wittamer salvaron de la demolición el Hotel Solvay, por el que también pujaban algunos constructores que querían usar el solar para construir más viviendas. “En ese momento, no había protección del patrimonio, estaba totalmente permitido derribar un edificio como este”, indica. Pero la familia no solo cuidó el edificio, también mantuvo el mobiliario y la decoración originales. “Es la única casa de Horta en Bruselas que mantiene todo como él lo diseño”, precisa el nieto de los compradores originales.
Los abuelos de Alexander decidieron ir a contracorriente. Cuando los movimientos artísticos ya apuntaban hacia líneas rectas y decoraciones más minimalistas, decidieron rescatar el modernismo de Horta. “Mi abuelo contaba que se ponía en la calle e invitaba a entrar a la gente que pasaba, para que visitara el edificio, pero le respondían que no estaban interesados”, recuerda. Esto ha cambiado y desde 2021, suele haber grupos de visitantes esperando en la calle para descubrir esta joya. “Creo que mis abuelos estarán contentos ahí arriba, este fue el sueño de su vida”, explica sonriendo.
Fue en el Hotel Solvay donde los Wittamer instalaron su taller de alta costura Valens. Allí pasó su infancia Alexander, y considera que por ello se contagió "del virus de la casa Solvay" que ha sabido transmitir a sus hijos. El mayor, de 11 años, a veces acompaña a los guías en las visitas de los fines de semana.
En la era de las redes sociales, Wittamer ha diseñado visitas “como las de antes, para que se disfruten con los ojos”. Por ello, las fotografías solo se pueden realizar durante los últimos 10 minutos, de los 40 que dura la visita. “No queremos que la gente nos visite solo por la foto, queremos que disfruten del edificio”, subraya. Asegura que no ganan dinero y que el precio de las entradas se destina a mantener la Casa Solvay, en la que también se pueden celebrar eventos privados.
Antes de cerrar la puerta, recomienda observar desde lejos un cuadro del pintor impresionista belga Théo Van Rysselberghe, el más grande que pintó el artista y que sigue presidiendo la escalera del Hotel Solvay. Considera que este edificio debería visitarlo "cualquiera" y sugiere que después de hacerlo pongan una reseña en Google: "A veces nos dejan comentarios negativos porque no se pueden reservar habitaciones en el Hotel Solvay".
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