Ha convertido su casa en una auténtica fortaleza. Abdelatif Abu Alia, un constructor palestino de 53 años, ha blindado las ventanas con un forjado que oscurece las estancias y ha añadido pestillos y cierres adicionales a las puertas. “He tratado de proteger mi hogar con cosas sencillas, lo que tengo a mano”, explica mientras deambula por su vivienda y enseña las innovaciones en seguridad. El inmueble está situado a unos metros de la colina en la que una torreta del ejército israelí marca un asentamiento de Cisjordania.
Abdelatif reside en primera línea, a un tiro de piedra de la vigilancia israelí que rodea el asentamiento. Su casa, en la que reside una veintena de miembros de su familia y la de su hermano, está situada a las afueras de Al Mughayer, una aldea palestina en la que, según el último censo, vivían unas 2.800 personas. El pueblo emerge entre campos de olivos a 27 kilómetros al noroeste de Ramala, en Cisjordania ocupada.
24 horas bajo vigilancia
Desde su azotea la imagen del promontorio cercano es nítida. Por el horizonte, entre tierras sin cultivar color pajizo, asoman los puestos de control del ejército israelí. “Al principio era una base militar y en 2016 la convirtieron en un asentamiento. En realidad viven 25 colonos protegidos por decenas de soldados israelíes. Son los mismos. Cuando se quitan el uniforme, son colonos”, explica Abdelatif apoyado en el alféizar de la ventana.
Hace unos meses un brutal ataque de colonos -en mitad de un incremento generalizado desde el inicio de la operación militar israelí en la Franja de Gaza- hundió a la familia de Abdelatif en el luto. Uno de sus parientes, Yihad Abu Alia, de 24 años, fue asesinado mientras se hallaba en la vivienda. “Había venido a visitarnos cuando los colonos llegaron y comenzaron a atacar la casa. Eran cientos y Yihad intentó impedir que asaltaran y prendieran fuego a la vivienda. En el interior había dos ancianos que no pueden moverse”, comenta Abdelatif. “Los colonos disparaban con armas de fuego y lanzaban piedras. En una de las ocasiones en las que Yihad se levantó para devolverle las piedras uno de los tiros le alcanzó”.
La muerte fue inmediata. Las mejoras en la seguridad fueron introducidas por Abdelatif tras el asalto. Los restos de sangre aún permanecen en la fachada de piedra de la casa como recordatorio de una jornada que propagó el miedo entre los vecinos de Al Mughayer. En la azotea las piedras han sido apiladas en previsión de un eventual próximo ataque. “Son todas las piedras que nos arrojaron. Las he reunido por si nos atacan de nuevo para estar preparados”, murmura.
"Destruyeron mi negocio y mi forma de vida"
A unos cientos de metros de su casa, en uno de los extremos de la aldea, los colonos firmaron la primera agresión. “Lo recuerdo como si estuviera sucediendo ahora. Lo intentaron un primer día y vinieron cien colonos. El segundo eran 300”, narra Mohamed Abu Ali, un joven de 25 años que regentaba un taller mecánico a las afueras de Al Mughayer. “Destruyeron mi negocio, mi forma de vida”, lamenta sentado en el bajo que ocupaba el taller. La señal del incendio que se llevó por delante su pequeña empresa aún salta a la vista. Sobre el suelo están esparcidas aún las herramientas y los escasos restos del naufragio. Las paredes permanecen ennegrecidas.
“Quemaron 16 coches, muchos de ellos estaban aquí para ser reparados”, indica el veinteañero, que el primer día logró extinguir el fuego desde la planta superior, donde reside junto a su esposa. “Prometieron volver y así lo hicieron. Cuando los vi acercarse el segundo día, envié a mi mujer al pueblo y pedí ayudar. Pero eran tantos que no tuve otra opción que escapar”. Desde el pueblo, Mohamed observó cómo el fuego iba devorando su negocio. “Llegaron a bordo de Toyotas. Además de prender fuego, me robaron los animales que cuidaba en un corral junto a mi casa”.
En los ataques 25 vecinos resultaron heridos. El ejército israelí no actuó para detener a los colonos. “Nos tienen vigilados. Ni movernos nos dejan. En cuanto alguien quiere salir o entrar del pueblo, lo detectan las cámaras y las torretas de seguridad y se plantan aquí los soldados”, reconoce Abu Wahid Abu Naim, miembro del consejo municipal de Al Mughayer. “El día de los ataques llamamos a la policía palestina pero ni siquiera vinieron”, señala.
"Envalentonados" desde la guerra en Gaza
El sentimiento de impunidad y la ofensiva miliar en Gaza han multiplicado los ataques de colonos desde octubre. "Los colonos israelíes acosan, aterrorizan y matan a palestinos en Cisjordania en mayor número y con mayor frecuencia y fervor. Están envalentonados por un gobierno empeñado en profundizar el control sobre Cisjordania y frustrar la creación de un Estado palestino”, advierte Mairav Zonszein, analista principal del Crisis Group.
El think tank ha publicado un informe esta semana en el que alerta de la aceleración de los ataques. Según datos de la ONU, entre el 7 octubre y mediados del pasado agosto se han registrado 1.264 ataques de colonos contra palestinos que han dejado 21 muertos, 643 heridos y destruido 23.000 árboles de cuyo cultivo dependían. La violencia se ha disparado: de tres incidentes diarios en 2023 a siete desde el 7 de octubre. Además, 1.378 palestinos, incluidos 656 niños, fueron desplazados por al acoso y la intimidación de los colonos.
Cisjordania bajo ocupación
Los acuerdos de Oslo no incluían una disposición que prohibiera explícitamente la creación de nuevos asentamientos -uno de sus principales defectos, advierte Crisis Group- pusieron en marcha un proceso que muchos israelíes y palestinos creían que conduciría a una solución de dos Estados para el conflicto palestino-israelí. El establecimiento de asentamientos se ralentizó después de Oslo hasta el estallido de la segunda intifada (2000-2005) pero los acuerdos condujeron a una reorganización y, en última instancia, a un afianzamiento del control israelí del territorio palestino.
Los acuerdos crearon un mecanismo que, incluso mientras las partes negociaban, acabó allanando el camino para la continuación de los asentamientos israelíes al tiempo que aliviaba a la potencia ocupante israelí de la carga de atender las necesidades de la población civil. Este mecanismo consistía en externalizar la administración diaria de partes de Cisjordania a la recién creada Autoridad Palestina (AP), al tiempo que se dividía Cisjordania en tres: la zona A formada por los centros urbanos palestinos, en los que la Autoridad Nacional tenía nominalmente pleno control administrativo y de seguridad; la zona B estaba formada por ciudades y pueblos palestinos sobre los que la Autoridad Palestina ejercía el control administrativo pero compartía el control de seguridad con Israel; y la zona C, que seguía estando totalmente controlada por Israel y que, según los acuerdos, se transferiría gradualmente a la jurisdicción palestina. La zona C, que abarcaba el 60% de Cisjordania, comprendía zonas rurales donde se encontraban los asentamientos israelíes en expansión. Se suponía que los palestinos administraríos los asuntos civiles de la escasa población palestina que vivía en la zona C, pero los permisos y otros requisitos de Israel significaban que, de hecho, mantenía el control absoluto de todos los aspectos de la vida.
A las agresiones se suma la imparable expansión de los asentamientos. En 1993, cuando se firmó el primer acuerdo de Oslo, 110.000 colonos israelíes vivían en 128 asentamientos en Cisjordania; hoy son más de 500.000 colonos en 300 asentamientos, sin incluir la Jerusalén Oriental ocupada. En 2023 se aprobó un número récord de permisos de construcción para nuevas viviendas de colonos -cerca de 13.000- y se erigió un número sin precedentes de nuevos puestos de avanzada de colonos -26-. Desde principios de este año Israel ha declarado la propiedad estatal de 23,7 kilómetros cuadrados. A finales de junio designó más de 3.000 acres en el valle del Jordán como tierra estatal, la mayor confiscación de tierra en tres décadas.
“Antes los colonos tenían un límite y todo el mundo sabía cuál donde estaba la frontera. Con la llegada al Gobierno de ministros como Itamar Ben-Gvir [ultraderechista] la fórmula ha cambiado: empiezan colocando una caravana o una tienda de campaña en lo alto de una colina. El Gobierno les proporciona agua, electricidad y seguridad. Entonces el número de tiendas y caravanas empieza a crecer y se va haciendo un asentamiento cada vez más grande”, detalla Abu Wahid con amargura.
Una táctica reflejada en las propias estadísticas. Crisis Group denuncia que “la violencia de los colonos se ha disparado desde que el último gobierno de coalición de Netanyahu, que incluye a ministros de partidos de extrema derecha, asumió el poder en diciembre de 2022”. “Incluso antes del ataque de Hamás del 7 de octubre, los colonos israelíes habían matado al menos a diez palestinos en 2023, al tiempo que participaban en actos de acoso, vandalismo y agresión en cientos de ocasiones, incluidos varios ataques masivos”, subraya. Los datos del primer semestre de 2023 contabilizaban un aumento del 39% en los ataques, al alza por sexto año consecutivo.
“Nos sentimos abandonados y solos. Solo tenemos a la familia y los vecinos para protegernos”, se queja el miembro del consejo municipal. “Los colonos, en cambio, tienen a la policía y el ejército de su lado”. En virtud de los acuerdos de Oslo, la aldea se halla en una zona en la que no está permitida la labor de la policía de la Autoridad Palestina. “Solo nos queda rezar. La gente tiene miedo porque el acoso no acaba nunca. En los últimos meses han cerrado una de las carreteras que conducían al pueblo y cada día, de 7 a 11 de la mañana, los soldados irrumpen en los accesos y complican todo lo que pueden que la gente pueda moverse para ir a sus puestos de trabajo”. Los asentamientos han ido poblando los alrededores. “Uno de ellos empezó por 45 hectáreas y hoy ocupa ya 95. No solo roban la tierra, también a nuestros animales para construir sus propios ganados”.
Empiezan colocando una caravana o una tienda de campaña en lo alto de una colina. El Gobierno les proporciona agua, electricidad y seguridad. Así van haciendo un asentamiento cada vez más grande
Una de las últimas normas impide a los vecinos acceder a sus propias tierras agrícolas. Parte de los olivares que rodean el pueblo quedaron sin cosechar la pasada campaña y ahora, a las puertas de otra, corren la misma suerte. “A esos olivos que ves allí ni siquiera puedo acercarme. Si pusiera un pie, tendría a los pocos minutos a una unidad de soldados pidiéndome que me marchara”, apunta Abdelatif desde la azotea sometida a vigilancia durante las 24 horas del día. “Soy el propietario de una tierra y unos olivos que ni siquiera puedo cosechar”. “No tenemos ningun problema con los judíos. Tenemos familia que trabaja en Israel. El problema es con los sionistas, que no quieren ver a ningún palestino aquí y desean que nos vayamos de la zona. No es fácil permanecer y vivir juntos como muchos países quieren”, arguye Abu Wahid.
El constructor que ha fortificado su vivienda de tres plantas hasta convertirla en un búnker admite que la “invitación” a emigrar es constante en boca de los uniformados israelíes que suelen visitarle. “Es lo que buscan con todo esto; que nos vayamos. Los colonos nos gritan que huyamos a Siria o Jordania”, balbucea. “Ésta es mi tierra. Estoy preparado para resistir. No nos van a echar. Me voy a quedar aquí. Solo contemplo dos opciones: vivir aquí o morir”, concluye.
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