El 7 de octubre de hace un año Yulie Ben Ami perdió violentamente el rastro de sus padres. Raz y Ohad fueron secuestrados en su casa del kibutz de Beeri y trasladados a la Franja de Gaza. Su madre Raz regresó a casa 54 días después, en el primer y único alto el fuego pactado entre Israel y Hamás. Desde entonces, en cambio, el silencio ha sepultado el destino de su progenitor Ohad, unido al de los habitantes de Gaza sometidos a continuos bombardeos. “No sabemos absolutamente nada de él. Lo último que tenemos es una fotografía de mi papá estando aún en casa con un boxer y una remera negra y cómo dos terroristas lo agarran y se lo llevan. Nada más”, dice Yulie en una entrevista con El Independiente.

Han transcurrido 365 días desde el inicio de su cautiverio. Decenas de tentativas de tregua después, con la mediación de Egipto, Qatar y Estados Unidos, Yulie sigue aceptando hablar de su padre. Lo hace con el español que aprendió -dice- viendo las telenovelas latinoamericanas. Demuestra entereza. Cerca de 42.000 gazatíes han muerto en este último año bajo el plomo israelí. De los 255 rehenes, 101 permanecen en Gaza, probablemente en la red de túneles que Hamás mantiene operativa. De ellos 35 han sido declarados muertos y la suerte del resto es realmente incierta.

El miedo a perder a los últimos rehenes

“Tengo mucha esperanza. Yo sé que mi papá va a regresar. La cuestión es cuándo”, desliza Yulie. “Es contable en el kibutz. Cumplió 55 ahí en Gaza. Le gustaba ayudar a quien fuera y tiene una enorme paciencia para explicar todo. En el kibbutz todos piensan que es muy serio, pero cuando llega a la casa hace muchas estupideces, es muy chistoso”. Su lucha ha resultado incansable. El Foro de las Familias, la asociación a la que pertenece, ha organizado protestas semanales y actos casi diarios. Han acampado en una céntrica plaza de Tel Aviv, rebautizada como Plaza de los Rehenes. Conscientes de que el tictac siempre jugó en contra, han tratado de presionar al Gobierno de Benjamin Netanyahu para que aceptar las propuestas de tregua presentadas por Washington y Doha. Todas las acciones han resultado en balde.

Situación del kibutz Beeri este pasado septiembre. | EFE

“Estamos en momentos muy difíciles. Primero porque no tienen qué comer o beber. Vimos cómo regresó una de las rehenes que murió allí, a la que Hamás mató. Retornó con 36 kilos. También por las condiciones en las que están viviendo, en túneles, y por su situación mental”, relata Yulie. “A los últimos cuerpos recuperados Hamás decidió matarlos. Tenemos mucho miedo de que eso mismo le puede pasar a cualquiera”, agrega.

Su madre Raz retornó el 29 de noviembre. “Ya estaba enferma antes del secuestro, pero durante el cautiverio recibió sus medicinas. Estamos intentando hacer todo lo posible para que esté bien, pero mentalmente no puede por mi padre. Está deprimida”, reconoce su hija. En estos meses, admite, ha hablado poco de su tiempo en manos de Hamás. “Dice que no tenían mucha comida, algo de pan y queso. Y en los mejores medio litro de agua. No había electricidad y bañarse era complicado. Les movían constantemente”.

“Queremos un acuerdo lo antes posible”, dice Yulie, consciente de que el tiempo se agota y también de la fragilidad de cada instante. “No siento que Netanyahu esté haciendo lo suficiente, pero tenemos otro lado que también tiene que decidir. Cada vez que el acuerdo parece cercano, uno de los lados pide más cosas”, murmura. “Netanyahu quiere proseguir con la guerra pero quienes lideran la seguridad en Israel dicen que ya es posible llegar a un acuerdo para liberar a los rehenes”.

"La presión militar mata"

Una de las lecciones de este año, subraya la joven, es que la liberación de los rehenes debe ser fruto de un acuerdo. Las operaciones de rescate firmadas por Israel han tenido suerte dispar. “Vimos que más de 11 rehenes murieron por la presión militar. Los últimos fueron asesinados con un tiro en la cabeza porque sintieron la presión militar en Gaza y que los soldados estaban muy cerca. No culpo a los soldados. Ellos hacen lo posible y todo lo que puedan para traerlos a casa, pero reciben órdenes. Y el rescate militar no es la manera”.

La última fotografía de Ohad, padre de Yulie.

En los últimos mensajes de propaganda difundidos por Hamás, que incluían vídeos con testimonios de los rehenes asesinados, se lanzaban advertencias contra cualquier tentación de mantener la operación militar. “Los rehenes no volverán a ver la luz del sol si Israel no acepta alto al fuego”, fue una de las proclamas. “Hay amenazas todo el tiempo y el terror psicológico funciona. Mi padre era civil. Lo sacaron de la cama con su pijama. Hamás ni siquiera ha aceptado publicar una lista con los rehenes que siguen vivos. Todo lo que recibimos es por las noticias. A veces nos dicen que el acuerdo está cerca y otras que no será posible”.

Una “montaña rusa” que Yulie trata de sobrellevar. “Y también es una ruleta rusa porque nadie sabe quién será el siguiente en morir”. Un laberinto que aún resulta más farragosa desde esta semana, con la invasión terrestre israelí del Líbano tras semanas de intensos bombardeos sobre el país vecino. “Tenemos mucho miedo por la continuación de la guerra en el Líbano. La operación allí significa que no volveremos a ver a los rehenes o que la solución se alargará mucho. Es sepultar la esperanza del acuerdo de alto el fuego, porque la guerra es hoy mucho mayor”, confiesa.

En las semanas previas a la incursión en el Líbano, con los preparativos en curso, las familias trataron de imprimir ese ritmo de urgencia. “Se tendría que haber solucionado antes el tema de los rehenes”, apostilla. “No creo en las guerras. Estamos perdiendo a mucha gente. Son ya más de 700 soldados además de los secuestrados”.

Falta de voluntad política

Sobre las familias y su impotencia ha sobrevolado todos estos meses la sensación de que los políticos no eran conscientes de su dolor y la necesidad urgente de negociar en mitad del ruido de las bombas. “Si hubieran sido sus hijos los secuestrados, los líderes políticos lo habrían solucionado y llevarían ya tiempo libres”, opina Yulie, muy crítica con su falta de voluntad. “Quieren hacer otras cosas. Piensan que primero es acabar con Hamás, pero no es verdad. No sé si no lo entienden o no lo quieren ver”.

Un sector muy minoritario de las familias, representadas por comunidades ultraortodoxas, se ha mostrado favorable a que la contienda prosiga. “Conozco a esas familias. Por desgracia, no ven lo que está pasando. Si ellos quieren volver a ver a sus familiares, la guerra tiene que parar. Están muriendo poco a poco. Nadie merece vivir lo que es recibir a un ser querido en un ataúd”.

En pleno aniversario de los ataques, Yulie dice que regresar al kibutz, en proceso de reconstrucción, es aún un debate pendiente. “Depende de a quién preguntes. Mi mamá todavía no decidió porque está esperando a mi papá para decidir juntos. Mis hermanas y yo queremos regresar. Es nuestra casa, nuestro lugar protegido”. Su sueño más inmediato es lograr el reencuentro. "Mi sueño es que esté en casa y poder abrazarle o estar con él".

Paralela a la rehabilitación física del kibutz, debería producirse una rehabilitación de la confianza entre palestinos e israelíes, una herida aún completamente abierta. “No sé qué responder. Perdí la confianza en los palestinos y también un poquito en nuestro país. Ayudamos mucho a los palestinos e igual entraron y nos mataron. Siento una falta de confianza para hacer con ellos la paz. El tiempo dirá qué va a pasar con el futuro”.