Han construido su hogar en una calle que baja desde la iglesia de la Natividad de Belén, ahora huérfana de peregrinos. Un grupo de monjas originarias de América Latina resiste en los confines de la ciudad palestina en mitad de los estertores de uno de los episodios más sangrientos del conflicto palestino-israelí, en una geografía demediada por los muros de hormigón y todo tipo de trincheras, las físicas pero también las invisibles.

“Lamentablemente cada vez hay más tensión”, cuenta María del Cielo, la superiora de la congregación del Verbo Encarnado, fundada en la década de 1980 en Argentina y presente en Tierra Santa desde hace tres décadas. “Cuando llegamos aquí hace 30 años, nos comentaban que había personas de Israel que venían a comer con un amigo aquí en Belén o a hacer compras. Se conocían entre ellos. Esa situación ha cambiado drásticamente y creo que una razón ha sido evidentemente la separación del muro”, desliza la religiosa, procedente de Argentina.

Un centro de acogida de menores discapacitados

La orden regenta en una casa de acogida de discapacitados abandonados por sus familias en la Cisjordania ocupada. “La abrimos hace 18 años. Acogemos a 38 menores, cristianos y musulmanes. Es nuestro modo de hablar con Dios a través de la caridad”, explica la hermana mientras deambula por los pasillos que llevan hasta el salón principal donde se reúnen los menores. Es viernes y una barahúnda de pequeños baila con la música a todo volumen mientras espera la tarta. “Un viernes al mes celebramos los cumpleaños de todos los internos”, señala Cielo.

En los pasillos de la congregación, más allá de las sonrisas que despierta la parroquia más joven, son conscientes del contexto cada vez más hostil que les rodea. “La situación de guerra hace que exista una desconfianza hacia el otro”, desliza la religiosa. La situación es incluso más volátil e incierta desde el 7 de octubre del pasado año. “Nos apoyábamos mucho en los voluntarios que venían a visitarnos. Desde el 7 de octubre ha mermado muchísimo. Hemos sentido un gran impacto. Hay momentos en los que se escuchan bombardeos y hay que bajar a los niños a un lugar seguro. Y luego está el sentimiento de inseguridad. Vivimos lo que viven el resto de habitantes”.

La hermana María del Cielo junto a los menores discapacitados que atiende la congregación.
La hermana María del Cielo junto a los menores discapacitados que atiende la congregación. | FRANCISCO CARRIÓN

La construcción del muro que separa Belén de Jerusalén ha dejado a las monjas varadas en medio de las trincheras, las alambradas y los puestos de control. “Los israelíes ya no pueden acceder a Belén y los que viven aquí no pueden salir. Hay gente que ha quedado separada para siempre, incluso de una misma familia. No se pueden ver porque unos viven fuera del muro y otros adentro. Esa es una situación dolorosa. Nuestro ejemplo aquí es ayudar a que vivan el perdón, que es la característica del cristiano. Y desear la paz vivamente y trabajar por ella”, murmura Cielo.

“La paz es un don de Dios y para cogerla uno tiene que vivir lo más unido a Dios. La situación se vuelve difícil cuando uno busca sus propios intereses sin ver lo que le está pasando al otro, que también puede ser muy doloroso. Es una actitud que hace mucho más difícil conseguir la paz”, receta la superiora desde la humilde capilla que reúne a la congregación. “Falta empatía y es esa la realidad. El dolor es tan grande que hace que nos encerremos en nuestro dolor”, arguye.

La situación se vuelve difícil cuando uno busca sus propios intereses sin ver lo que le está pasando al otro

Un refugio en Gaza

Su esperanza, dice, son aquellos que aún tratan de ver más allá y reconocerse en los otros. “Hay muchos casos de ambos lados que desean tanto la paz y que quieren que se le acabe el dolor al otro. Nosotros conocemos muchas personas, sea de la parte de Palestina o de la de Israel. No es una división tan tajante. En general, la gente de ambos lados está cansada de la guerra. Esa es la realidad”, añade.

Y, en mitad de ese escenario cada vez más enrarecido, Cielo admite que los cristianos también sufren. Los casos de agresiones de judíos ultraortodoxos hacia cristianos se han incrementado en los últimos años. “Hay situaciones difíciles que han experimentado algunos cristianos y para eso hay una comisión conformada por judíos y cristianos para darle una situación porque existe buena fe de ambas partes. Es una cuestión de educación y que tiene que comenzar desde pequeños. Es una tarea difícil pero no es imposible”.

La orden mantiene casas en otras zonas de Palestina, incluida la Franja de Gaza. “Hay tres religiosas y tres sacerdotes. Desde el inicio de la guerra hay 500 cristianos refugiados. Primero eran 700; algunos murieron en los ataques, otros porque pudieron llegar al hospital y otros se marcharon”, relata. “Lo más sobrecogedor es que las hermanas son extranjeras y pudieron salir, pero se quedaron porque no podían dejar a la gente, entre ellos, niños, ancianos y personas heridas. Esa es nuestra función en Tierra Santa, demostrar el amor en la práctica y dar la vida resulta necesario”, esboza. “Sufren los mismos bombardeos que sufren todos. Hace poco entraron esquirlas en estos ataques y padecen la misma incertidumbre. Viven una situación límite porque no hay agua ni comida ni hospitales”.

Cielo admite que no son pocos los que les sugieren que preparen las maletas y emprendan el regreso a casa. “Nos lo dicen a veces. ¿Por qué no se van a Argentina o Italia, lugares más tranquilos y rezan desde allá? Es que no es lo mismo. No es lo mismo estar rezando por esta gente y por la paz, escuchando los mismos bombardeos, que estar afuera cómodo. Nosotras decidimos vivir la situación y sufrirla. Y rezar por la paz. Mi experiencia en todos estos años tiene un valor incalculable porque va unido al sacrificio que hace la persona”.

Esa justicia de Dios tiene que llegar a los corazones para que se frene esta guerra

Una férrea voluntad de permanecer que Cielo preserva a contracorriente. “Es el peor momento que hemos vivido desde que estamos aquí. Nunca habíamos vivido este odio que se respira y esa inseguridad completa desde que sales de la casa”, admite. Sin peregrinos y con un cierre casi total que alimenta la desesperación de los habitantes de Belén, la monja conjuga el futuro con cierto optimismo: “Tengo esperanza. Esta guerra se tiene que terminar, porque hay mucha gente que está rezando, mucha gente que está haciendo sacrificios personales, personas que están agonizando y que nos dicen: Estamos ofreciendo nuestros dolores por el fin de esta guerra. Y yo creo que esa justicia de Dios tiene que llegar a los corazones para que se frene esta guerra. Esa es nuestra esperanza”, concluye.