En los últimos meses las protestas de las minorías indígenas de Oceanía se han sucedido, desde los maoríes de Nueva Zelanda hasta los aborígenes de Australia. Una lucha por sus derechos, la preservación de su cultura y contra aquellos que quieren tirar por tierra todo lo conseguido.

Los vídeos de la legisladora maorí Hana-Rawhiti Maipi-Clarke con su haka de protesta en el Parlamento neozelandés, y de la senadora aborigen australiana Lidia Thorpe gritándole al rey Carlos III, han corrido como la pólvora en redes sociales.

Los maoríes neozelandeses

Los maoríes representan aproximadamente el 20% de los 5,3 millones de habitantes de Nueva Zelanda. Aunque no siempre ha sido así. Cuando se firmó el Tratado de Waitangi en 1840 entre la Corona británica y 500 jefes maoríes, la población indígena constituía un 90% de los habitantes. Este tratado es considerado como el documento fundacional de Nueva Zelanda y prometía a los maoríes los derechos y privilegios de los ciudadanos británicos. No obstante, las versiones en inglés y maorí diferían en cuanto al poder que los jefes cedían sobre sus asuntos, tierras y autonomía.

Durante décadas, la corona vulneró ambas versiones. Para mediados del siglo XX, el idioma y la cultura maoríes habían disminuido: a menudo se prohibía a los indígenas practicarlos, se confiscaban tierras tribales y los maoríes estaban en desventaja en muchas métricas. En la actualidad los maoríes sufren penurias materiales; tienen peores indicadores de salud; y son encarcelados en porcentajes mucho más elevados que la población en general.

Lo único que les amparaba era el Tratado Waitangi. Pero cada vez tienen menos garantía de que eso siga siendo así. Un partido conservador de reciente creación llamado Act ha presentado un proyecto de ley para reinterpretar ese documento, lo que tiraría por tierra todos los derechos alcanzados por los maoríes en los últimos años. Act explica que quieren “igualdad de derechos” para todos, y que las disposiciones especiales para las personas basadas en su origen étnico han sido divisorias para la sociedad neozelandesa.

El pasado 15 de noviembre, durante la primera lectura del proyecto de ley en el Parlamento neozelandés, se hizo visible el disgusto y enfado de los maoríes. Cuando el presidente de la cámara preguntó a la legisladora maorí Hana-Rawhiti Maipi-Clarke cómo votaría su partido, ella se levantó, rompió lo que parecía ser su copia de la legislación y empezó a realizar una haka (danza tradicional maorí). Se unieron a ella otros miembros de la oposición en el hemiciclo, así como personas que se encontraban en la tribuna con vista a la cámara.

El presidente de la cámara, Gerry Brownlee, interrumpió temporalmente la sesión. Maipi-Clarke, quien ejecutó la haka en el Parlamento tras ser elegida el año pasado, fue suspendida por la protesta, que Brownlee calificó de irrespetuosa.

Las desigualdades en Australia

Australia es el único país de la Commonwealth (Mancomunidad británica) que no tiene ningún tratado con su población indígena. Tampoco los reconoce en la Constitución vigente desde 1901, cuando la excolonia británica se convirtió en un Estado federado. Los aborígenes y los isleños del Estrecho de Torres -de origen melanesio y habitantes de un territorio insular en el noreste de Australia- representan el 3,8% de los más de 27 millones de habitantes que tiene Australia.

Los indígenas poblaron lo que hoy se conoce como Australia hace 65.000 años. A finales del siglo XVIII, la Corona Británica declaró que este territorio estaba deshabitado y se amparó en el concepto de Terra Nullius (Tierra de Nadie) para reclamar su posesión. Desde entonces estos pueblos originarios han sido víctimas de discriminación y han denunciado maltratos, además de haber sido desposeídos de sus tierras.

Si bien se han dado algunos avances en materia del reconocimiento de los derechos consuetudinarios, aún hay heridas abiertas. Entre ellas la Generación Robada, que abarca a unos 100.000 menores aborígenes que fueron separados de sus familias entre 1910 y 1970, para posteriormente ser entregados para su educación a familias o instituciones de blancos. A esto se suma el fracaso de un referendum celebrado el año pasado para crear un organismo que diera una voz a los indígenas en el Parlamento, entre otros problemas de desigualdad social y económica.

En esta línea de diferencias jerárquicas, la senadora aborigen Lidia Thorpe irrumpió el mes pasado en el Parlamento australiano al término del discurso del rey Carlos III para protestar por los derechos de los indígenas del país. "Devuélvenos nuestras tierras", "No eres nuestro rey" o "Queremos un tratado" han sido algunas frases que le ha gritado al monarca, que es jefe de Estado de Australia, un país que se rige por un sistema monárquico con democracia parlamentaria.

La senadora Thorpe, ataviada con una piel tradicional de canguro, también se había puesto previamente de espaldas al entonarse en el Parlamento Dios salve al rey, en señal de protesta por la visita de Carlos III y la reina Camila, quienes realizaron una gira por Australia y Samoa entre el 18 y el 26 de octubre.