“Qué destino pavoroso el de dos pueblos que se matan mutuamente sin saber lo que quieren y proponiéndose metas inalcanzables”, maldice Meir Margalit, político israelí de origen argentino y una de las cientos de voces que durante este año que acaba se citaron en las páginas de El Independiente para seguir contando el desgarro de la enésima guerra entre palestinos e israelíes. 2024 fue otro año que pulverizó registros en un conflicto de un siglo de vigencia. Doce meses que desterraron cualquier perspectiva de un día después en la devastada Franja de Gaza, con más de 45.000 muertos al cierre de esta publicación; multiplicaron el riesgo de una guerra regional de consecuencias impredecibles con ataques abiertos y cruzados entre Irán e Israel, dos países que hasta ahora habían saldado cuentas en zonas grises y escenarios intermedios; y llevaron las fronteras bélicas hasta el sur del Líbano.
“Israel no puede permitirse que el monstruo de Hizbulá vuelva a crecer como sucedió tras la guerra de 2006”, declaró a este diario Yaakov Amidror, general del ejército israelí y ex asesor de Seguridad Nacional del primer ministro de Israel, uno de los rostros de la arquitectura de defensa del Estado hebreo. “La guerra total con Irán es una opción. Israel tiene que pensar en su propia seguridad, no en la de la región”, advirtió sin titubeos.
Si por algo será recordado de 2024 fue por el hecho de que Israel aplicó una aspiración urdida durante años: cambiar el mapa de Oriente Medio y trastocar para su propio beneficio los equilibrios de poder. Con el apoyo incondicional de la administración Biden, incapaz de ejercer la presión necesaria para que Benjamin Netanyahu aceptara un alto el fuego tras sucesivas e infructuosas rondas de negociaciones, el país se embarcó en la tarea de eliminar a los principales rostros de los grupos que forman el Eje de Resistencia diseñado por Irán y su Guardia Revolucionaria. Los naipes fueron cayendo sin tregua. En julio fue eliminado el líder político de Hamás Ismail Haniyeh mientras se hallaba en Teherán como huésped de los Ayatolás para asistir a la toma de posesión del nuevo presidente Masoud Pezeshkian.
En septiembre un ataque aéreo en las afueras de Beirut liquidó a Hasan Nasralá, máximo dirigente de la milicia chií libanesa Hizbulá, tras sembrar el terror entre sus militantes con una cadena de explosiones en buscapersonas. Al mes siguiente, tras meses de búsqueda, una unidad localizó fortuitamente al sucesor de Haniyeh, Yehia Sinwar, el cabecilla de la organización en Gaza. Su muerte propinó un duro golpe al movimiento islamista palestino. El enésimo desde los ataques del 7 de octubre de 2023 que abrieron una nueva y sangrienta espiral de violencia entre palestinos e israelíes.
La supervivencia de Hamás y Hizbulá
La supervivencia de Hamás y Hizbulá está fuera de toda duda, según los expertos. Ambas son organizaciones curtidas en la pérdida y reemplazo de su dirigencia. La incógnita ahora es el efecto que las acciones de Israel surtirán en la radicalización de una nueva generación de líderes. “Hamás tiene más atractivo ahora que antes del 7 de octubre, y no necesariamente por su ideología islamista, porque los palestinos lo ven como un movimiento de resistencia y como una forma de autodefensa contra el genocidio de Israel”, aseveró a este diario Tareq Baconi, uno de los principales expertos en el grupo.
Con los generales israelíes vaticinando un año más de escaramuzas en la Franja y con la escalada de la presión en Cisjordania ocupada y Jerusalén Este en forma de redadas y ampliación de los asentamientos, la “victoria total” prometida por Netanyahu se antojó una proclama más remota si cabe. “La idea de Netanyahu de una victoria total me parece infantil. La victoria que quiere no va a suceder. No erradicaremos a Hamás. No va a ser una victoria gloriosa y no va a cambiar mucho”, admitió en una entrevista el exministro israelí Yossi Beilin, una referente de la izquierda local.
Infierno en Gaza y sin noticias de los 101 rehenes israelíes
El Gobierno israelí, el más ultraderechista de la historia del país, lidió durante el año con la angustia y la indignación de las familias de los rehenes. 101 permanecen aún cautivos en los confines de Gaza, al menos una treintena de muertos. “Es mejor que vuelvan por un acuerdo que por una operación militar”, suplicó en conversación con El Independiente Luis Har, israelí de origen argentino que pasó 129 días de cautiverio en la Franja de Gaza y que fue rescatado en una de las escasas operaciones militares que concluyeron con éxito.
Desoyendo las llamadas de las familias, Netanyahu ordenó a principios de octubre el inicio de la invasión terrestre del Líbano, complicando aún más cualquier negociación para un alto el fuego en Gaza. En noviembre, Qatar anunció que suspendía su mediación ante “la falta de voluntad” de las partes en liza. A finales de noviembre Israel, Líbano y varios países mediadores, entre ellos Estados Unidos, firmaron un acuerdo de alto el fuego, con una duración inicial de 60 días y que ha sufrido desde entonces violaciones de ambas partes.
De la caída de Asad a la incertidumbre de Trump
En diciembre la debilidad de Irán y Hizbulá, la retirada del apoyo de Rusia y la ofensiva lanzada por Hayat Tahrir el Sham, un grupo opositor sirio que controlaba hasta entonces la provincia de Idlib, certificaron el fin de Bashar Asad, tras 24 años en el poder, los últimos 13 en una cruenta guerra civil que ha dejado más de medio millón de muertos y más de cinco millones de refugiados. Desde entonces el país trata de afrontar una transición incierta, con Turquía como principal aliado.
La victoria de Trump añadió más incertidumbre al escenario, entre un fervor hacia Israel que podría abonar la política de asentamientos en Cisjordania y la cercanía a las petromonarquías del golfo Pérsico que podría precipitar algún final a la actual contienda en Gaza. En el año en el que España reconoció a Palestina junto a Irlanda y Noruega, uniéndose a otros 146 países, la solución de los dos Estados que trató de revivir la diplomacia occidental siguió en el coma. “Si Israel continúa viviendo por la espada, entonces tarde o temprano llegará el momento en que la espada fallará. Si queremos un futuro a largo plazo para Israel, debemos tener paz por puro egoísmo”, sostiene Adam Keller, veterano activista por la paz israelí.
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