Ochenta años después, las huellas siguen estando ahí. En medio de la espesura del bosque de Hürtgen, como heridas sin cicatrizar, aún habitan búnkeres o montañas de piedras que señalan la sepultura improvisada de un soldado. La de Hürtgen fue una de las batallas más largas de la II Guerra Mundial en suelo alemán y resultó una carnicería para ambos bandos en los estertores del conflicto.
“De algún modo, la guerra sigue muy viva aquí”, cuenta a El Independiente Volker Lossner, capitán retirado del ejército alemán que se dedica ahora a hacer de cicerone en los senderos que conducen hasta el que fue uno de los escenarios de las sangrientas escaramuzas entre las tropas de Hitler y los aliados. Entre el 12 de septiembre de 1944 y el 10 de febrero de 1945 los encarnizados combates tomaron el bosque de Hürtgen. Meses de fuego cruzado que quedaron grabados en su geografía.
“Es que hay muchos vestigios que nos recuerdan a la batalla. Por un lado, están los restos de la línea secreta, los búnkeres y las trincheras. Y por otro, las tumbas de los soldados alemanes y estadounidenses que lucharon el bosque”, explica Lossner mientras se interna en el monte, en la región alemana de Eifel, en el límite con Bélgica. Se estima que hasta 30.000 soldados estadounidenses y alemanes perecieron en su páramo.
Los rastros de aquellos enfrentamientos son visibles en antiguos búnkeres, restos de tanques o trincheras. Ni siquiera la maleza que ha crecido durante ocho décadas ha desfigurado sus huellas. El bosque de Hürtgen era el último obstáculo que se interponía entre las fuerzas estadounidenses y el río Rin. El 12 de septiembre de 1944 los primeros soldados estadounidenses cruzaron la frontera alemana por las inmediaciones del pueblo de Roetgen, en las afueras de Aquisgrán.
Hoy son los nietos de aquellos soldados los que vienen con el interés de ver dónde lucharon sus abuelos
La decisión aliada de penetrar en Hürtgen resultó fatídica. Las tropas germanas lograron reagruparse y plantaron resistencia en la floresta, convertida en un fortín que Lossner recorre acompañado de una libreta en la que muestra las fotografías en blanco y negro de los emplazamientos principales de los combates o de sus protagonistas. “Hoy son los nietos de aquellos soldados los que vienen con el interés de ver dónde lucharon sus abuelos. Muchos de ellos murieron en este bosque”, desliza el oficial jubilado.
Búnkeres y lápidas
Los monolitos e incluso los montículos de guijarros marcan aún las ubicaciones en las que muchos de los uniformados exhalaron su último hálito de vida. “Son visitas muy emotivas. Imagina que, en muchos casos, son familiares que por primera vez conocen el lugar en el que fallecieron unos seres queridos que ni siquiera llegaron a conocer. Ahora, pararse en el lugar donde el abuelo fue asesinado es para muchos un acto cargado de emoción”, rememora.
Hürtgen se convirtió en una auténtica tumba. La primera sílaba del nombre del bosque (Hurt, herir en inglés) se llenó de significado para quienes trataron de sobrevivir en sus confines. “Era un lugar en el que era extremadamente difícil para un hombre mantenerse con vida, incluso si lo único que hacía era estar allí”, escribió Ernest Hemingway, que pasó 18 días en los límites de aquel bosque desconocido en que los estadounidenses ingresaron en busca de progresos.
Sobre la piel de Hürtgen asoman aún antiguos búnkeres despedazados por los explosivos. En la resistencia alemana también cumplieron un papel destacado esos fortines repartidos por las colinas. Formaban parte de la Línea Sigfrido, la última línea de defensa del Tercer Reich de Hitler. En el norte de Eifel, los búnkeres estaban generalmente situados en densos bosques de abetos, donde los árboles servían también como obstáculos para los tanques. Cada compañía y regimiento alemán podía esconderse detrás de los enormes muros de hormigón de los búnkeres.
Un bosque convertido en trampa mortal
“Este que ven aquí necesitó varias detonaciones para que quienes estaban en su interior se rindieran. Al tercer intento, los ingenieros llenan el cráter con unas 200 toneladas de TNT y lo cubrieron con tierra. La explosión fue tan violenta que grandes trozos de hormigón salieron volando de las paredes, de varios metros de espesor. Solo entonces los alemanes, algunos de los cuales estaban gravemente heridos, abandonaron el fortín y se rindieron. Los soldados alemanes que lucharon en su propio suelo con sus familias y amigos en la retaguardia estaban muy motivados para darlo todo”, narra Lossner.
Fue una contienda agónica. Los soldados alemanes conocían bien el terreno y se ocultaban con facilidad. El paisaje natural, con altos árboles y los profundos desfiladeros, se volvieron una trampa perfecta. Las tropas de Hitler habían plantado los matorrales de casamatas, nidos de ametralladoras, alambradas de púas y campos de minas. El invierno, las lluvias y la nieve complicaron el desafío del suministro y los desplazamientos en vehículos. Regimientos estadounidenses enteros cayeron en ese territorio desconocido, entre intensos bombardeos.
La numantina defensa de Hürtgen tenía una explicación: los alemanes necesitaban mantener aquel bosque como zona de concentración para su ofensiva en las Ardenas. De hecho, solo el final de la batalla de las Ardenas, en enero de 1945, allanó el camino a la victoria aliada. Muy crítico con los molinos de viento que han crecido en los últimos años en el paisaje de Hürtgen, entre las lápidas de los caídos, Lossner está empeñado en preservar la memoria, por muy mutilada que resulte.
“Es importante mantener la memoria, aprender, especialmente los jóvenes, lo difícil y lo mal que se comportaron los alemanes hace sólo 80 años. Fueron sus abuelos. Necesitamos mantener vivos estos recuerdos”, dice el capitán entre las trincheras de Hürtgen, el bosque en el que -de algún modo- continúan resonando los ecos de aquella contienda que cambió el siglo XX.
Liberation Route Europe es un itinerario cultural certificado por el Consejo de Europa que conecta personas, lugares y acontecimientos para conmemorar la liberación de Europa de la ocupación durante la Segunda Guerra Mundial. Con cientos de lugares e historias en nueve países europeos, la ruta enlaza las principales regiones a lo largo del avance de las Fuerzas Aliadas entre 1943 y 1945.
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