La salida de Joe Biden de la carrera presidencial ha sacudido a los republicanos mucho más de lo que cabría pensar. Si el partido de Trump estuvo en algún momento preocupado por un posible cambio de candidato, tras el debate ya lo dieron por imposible. Apostaban porque el carácter testarudo e irlandés del presidente no le permitiría tirar la toalla, no frente a un rival que aborrecía. Y continuaron con la que llevaba siendo su estrategia desde el principio: centrarse en atacar las debilidades de Biden.

Pero ahora su oponente es una mujer, la primera vicepresidenta del país, de 59 años y sin problemas de salud conocidos... algo especialmente reseñable después de que los republicanos se hayan pasado meses criticando al presidente por su edad. Trump ha pasado a ser el mayor de los dos candidatos, tiene 78 años (tendría 82 al terminar el mandato) y un largo historial de problemas de corazón y obesidad. Es más, según las encuestas, el 60% de los estadounidenses creen que es demasiado mayor para ser presidente otros cuatro años, lo que incluye al 82% de los demócratas, al 65% de los independientes y al 25% de los republicanos.

Otros sondeos, como uno publicado este martes por Reuters e Ipsos, ya muestran a Kamala Harris algo por delante del que previsiblemente será su rival en las elecciones, con un 44% frente al 42% de él.

¿Realmente va a suponer la candidatura de Harris un gran problema para los republicanos? Es lo que piensan algunos de los que han seguido más de cerca al partido durante los últimos años, como Tim Alberta, periodista de The Atlantic, ex jefe de Politico y quien ha escrito un libro sobre el auge de Donald Trump. No lo dice solo por las encuestas, tampoco porque la afroamericana haya sobrepasado el mínimo de delegados que necesitaba para ser la nominada en cuestión de horas, ni por los 81 millones que ha recaudado en donaciones en un día.

Los republicanos sabían que no estarían tan cerca de los demócratas si no fuese por Biden

Tim Alberta opina así porque lleva meses hablando muy de cerca con todo el núcleo cercano de Trump y, explica, ese núcleo reconoce que la campaña estaba orquestada para derrotar específicamente a Joe Biden. Según conversaciones con los estrategas del expresidente Chris LaCivita y Susie Wiles, el partido lleva meses teniendo claro que los demócratas, una máquina bien engrasada, bien financiada y con gran apoyo entre los votantes menos movilizados, no estarían igualados en las encuestas a su candidato de no ser por él: Joe Biden.

"La salida de Biden de la carrera presidencial es la guinda del pastel de una impresionante campaña de presión, pero en el lado republicano, supone el fin de cuatro meses frenéticos en los que la campaña de Trump ha ido de presumir de las debilidades de Biden a temer su destitución y a alucinar por la carta de Biden en la que hace lo que los republicanos creían que nunca iba a hacer", describe Alberta.

Los republicanos esperaban que sus oponentes llevasen las de ganar en estas elecciones. Después de todo, Trump había intentado dar la vuelta al resultado de las elecciones de 2020, se está teniendo que enfrentar a cuatro juicios y -más recientemente- ha sido declarado culpable de 34 delitos por falsificar documentación para silenciar a una exactriz porno, con la que habría sido infiel a su mujer. Las cuentas no les salían por ninguna parte. Incluso existía la posibilidad de que su candidato diese con sus huesos en la cárcel antes de las elecciones. Y eran realistas: esa encarcelación podría animar a algunos a volcarse con él en las urnas, convencidos de que el proceso es todo un montaje del sistema para impedirle ser presidente, pero la mayoría lo vería como un delincuente que aspira a volver a liderar el país. Nada que, sobre el papel, pudiese decantar la balanza de su lado.

En ese oscuro túnel de complicaciones para los republicanos, la caída en desgracia de Biden fue luz. Sus lapsus, fallos de memoria y el que cada vez mostrase un aspecto más frágil, perdido y deteriorado empezó a preocupar a la opinión pública y tuvo como colofón el debate contra Trump. Ahí se dejó de hablar de la condena al expresidente, de si llegaría a las elecciones encarcelado o no: todo empezó a girar en torno a Joe Biden y su estado de salud. Los demócratas empezaron una fuerte campaña de presión en público y en privado para conseguir que su candidato diese un paso al lado, y eso centró la atención de los medios y de la opinión pública.

Y así es como equipo de Trump ha pasado de pensar que los demócratas controlarían la campaña desde el principio a darse cuenta de que estaban en una carrera por ver quién sobreviviría. Los dos candidatos debían convencer a los votantes de que el otro estaba peor preparado, de que era demasiado mayor. La balanza se volvía a equilibrar. Así lo reflejaron las encuestas: en primavera decían que Biden no iba a ganar. Trump empezó a mejorar en la intención de voto entre blancos e hispanos, pero no por propuestas o medidas concretas, sino por apatía de la base demócrata. Es esa apatía la que ahora Kamala Harris tiene que conseguir remontar, algo que tiene más sencillo que Biden por el lado identitario, pero que no será suficiente si no pone alguna medida estrella sobre la mesa.

La elección de JD Vance, "un lujo"

Volviendo a Tim Alberta, el periodista también explica que incluso la selección del senador por Ohio JD Vance como número dos de Trump se ha llevado a cabo dando por hecho que Biden iba a ser el candidato demócrata. Según el personal de la campaña republicana, el fichaje de Vance ha sido "un lujo" que se ha permitido el Partido porque no es alguien demasiado agresivo, no es alguien que crean que puede convencer a los votantes en caso de un margen muy estrecho. En los últimos días, Vance viene demostrando que los discursos y los mítines no son lo que mejor se le da y que no es la persona más carismática, por mucho que se hiciese famoso con su bestseller Hillbilly, una elegía rural.

"O sea, que nos obligan a gastar tiempo y dinero en combatir a Biden y ahora se va"

Donald Trump en su red social, Truth Social

Los republicanos dejaron Milwaukee tras una convención redonda en la que se convencieron de que las elecciones estaban casi ganadas, y ahora hay que volver a empezar para enfrentarse a un nuevo enemigo. "O sea, que nos obligan a gastar tiempo y dinero en combatir al torcido de Biden, le va mal en las encuestas después de hacer un debate terrible, y ahora se va", escribió Trump en su red social, Truth Social. "Ahora tenemos que empezar de cero".

Las balas: inflación, migración, guerras

Todo esto no significa que los demócratas vayan a ganar. Trump ha sobrevivido a un intento de asesinato, y los errores que Harris cometió cuando intentó ser presidenta en 2019 podrían repetirse. Pero los periodistas que siguen a los republicanos insisten en que la campaña de Trump sin duda cree que ella es una opción mucho mejor que Biden.

Sus esperanzas están puestas en que la vicepresidenta herede la mochila de su jefe ante la opinión pública, y presionarán de ese lado. Sus armas serán la fuerte inflación que el país ha sufrido, los millones de migrantes ilegales que han entrado por la frontera -y que llevan tiempo intentando que parezcan responsabilidad de Kamala Harris, aunque no lo sean-, y las guerras de Ucrania y Gaza -Trump ha insistido mucho en el argumento de que con él "el mundo estaba tranquilo"-.

En definitiva, atacarán tratando de convencer de que los demócratas han fallado a sus ciudadanos estos cuatro años. La nueva estrategia puede salirles bien o mal. Lo que está claro es que, por primera vez en unos meses, Trump no está al volante. Y eso da un balón de oxígeno a los demócratas que se esforzarán en aprovechar. Hay partido.