Cuando uno se marcha a vivir a otro país no espera encontrarse muchas de las cosas que se termina encontrando, y una de ellas es conocer que quienes llegaron poco antes han amueblado sus hogares con lo que han conseguido en casas de difuntos. Pero en Estados Unidos la cultura de la segunda mano es una realidad asimilada hasta tal punto que una vez alguien fallece, es común que sus herederos abran las puertas de su casa para que cualquier viandante pase, revise y compre lo que pueda necesitar. Y ojo, porque lo que en un primer momento puede parecer desagradable, oscuro, o incluso de mal gusto rápido se convierte en una adicción. ¿De qué otra manera, si no, podría uno entrar en casas de extraños y husmearlo todo?
Garnet Hadley lleva casi 50 años dedicándose a lo que en Estados Unidos se conoce como estate sales, es decir, el negocio que se encarga de todo ese proceso de venta cuando los nuevos propietarios de la vivienda no pueden o no saben cómo hacerlo. Estas pequeñas empresas revisan los bienes de la casa que los dueños no quieren quedarse, les ponen precio y organizan un par de días de puertas abiertas en los que intentarán vender todo lo que sea posible. Cuando esta actividad se realiza porque la persona que vivía en esa casa ha fallecido, se llama estate sale, cuando simplemente el propietario se marcha de ese lugar -habitualmente, porque se muda a un sitio más pequeño-, se llama tag sale.
“Empecé en este negocio a través del diseño de interiores. Una señora maravillosa que tenía una empresa de estate sales en Washington conocía al diseñador con el que yo trabajaba y nos invitaba a ver los muebles antes de abrir las casas al público, para que pudiéramos comprar para nuestros clientes. Me pidió ayudarla, lo hice durante 18 años y cuando se retiró en el 95, me quedé con su negocio, hasta hoy”, cuenta Hadley, dueña de Hadley and Associates, que también hace las veces de estudio de arquitectura y diseño de interiores.
Conozco a la empresaria en mi primer estate sale en Estados Unidos, que resulta ser la casa del diplomático Warren M. Robbins, fundador del Museo Nacional de Arte Africano de Washington. Robbins falleció en 2008 en la capital de EEUU, pero es ahora cuando sus descendientes han optado por contratar a la pequeña empresa con sede en Arlington (estado de Virginia, al sur de DC) para que organicen la venta de todos los objetos que había dentro de la casa y la familia no desea conservar antes de vender la vivienda.
“Yo les pido a los clientes que se lleven todo lo que quieran de la casa, pero que no limpien ni tiren nada, solo que guarden lo que quieran conservar. Nosotros llegamos y preparamos la venta del contenido de la casa, investigamos si algún objeto lo necesita y ponemos precio a todo. Suele llevar unas dos semanas, aunque a lo largo de los años hemos tenido casas grandes que nos ha llevado de uno a tres meses preparar”, cuenta Hadley. Una vez termina la venta, una empresa acude a la vivienda y embala todo lo que ha quedado, de manera que quede vacía y lista para pasar a su siguiente propietario.
Una de las particularidades de las estate sales es que no suponen ningún gasto para los dueños de la propiedad, puesto que la empresa encargada de la venta termina quedándose con un porcentaje de lo vendido. En el caso de Hadley and Associates, su jefa me cuenta que se quedan con el 40% de lo que se ingresa con las ventas, con lo el cliente se queda con el 60% restante. Para ella es complicado hablar de ingresos medios porque hay todo tipo de viviendas: más grandes, más pequeñas, con objetos de lujo o más habituales, pero cuando le pido una horquilla me dice que la facturación puede ir de los 20.000 a los 80.000 dólares (entre 19.500 y 78.000 euros al cambio actual). Asegura que normalmente se vende entre el 75 y el 85% del contenido total, una cifra que me sorprende, porque en esta casa hay todo tipo de cosas inservibles.
Esta vez he tenido suerte, me cuentan algunos de los presentes, porque no es habitual encontrar estate sales con material tan cuidado, antiguo y a buen precio. En la vivienda de Walter Robbins hay desde una cómoda con cuatro cajones y decoración estilo japonés por 25 dólares -un precio tan barato que terminará decidiendo la que será mi primera compra a un difunto- hasta cuadros por 3.000, ropa que parece sacada de una película, pulseras y collares que su dueño podría haber traído de sus constantes viajes a África, y cientos de libros.
Lo más llamativo es que los objetos descansan en aquellos lugares en los que parecen haber pasado toda la vida: los vasos, en vitrinas de cristal en la cocina; los trapos, colgando del fregadero; los libros, en las estanterías de los pasillos; las revistas, los pequeños televisores, en el despacho. En el jardín se amontonan cubos, maceteros y otros instrumentos de jardinería, todos con su etiqueta de precio, y en el sótano es imposible establecer una clasificación: hay una caja de óleos medio secos y otra de sobres sin usar, bombillas, herramientas, un sello que reza Foreign Service Institute, Department of State, Washington DC. Como si su dueño jamás los hubiese abandonado.
En el comedor me sorprende encontrar una enorme mesa de madera que solo cuesta 40 dólares, y cada una de las sillas de madera que la rodean se venden a 10. Pero más sorprendente me parece poder revisar todas las habitaciones de esa vivienda, inclusive el dormitorio, los armarios con su ropa, los baños, todo. La situación da cierto respeto, ¿querría esta persona que extraños curioseasen sus fotos, alfombras, vasijas, jarrones? ¿Qué sentido tiene invertir tanto esfuerzo en completar tal colección para terminar convirtiéndola en un mercadillo? Incluso hay un cuadro que retrata al exdueño de la casa, acompañado de una foto del pintor con su obra, que me lleva a preguntarme cómo sus hijos no han podido quedarse un recuerdo así.
Uno de los empleados de Hadley and Associates muestra a los curiosos un libro que incluye fotos de la vivienda en años mejores. En las imágenes puede ver las fiestas que se celebraron entre esas paredes en los años 90, a las que acudían congresistas y senadores, que charlaban bebida en mano. En la misma habitación donde posan los invitados que aparecen en el libro hoy se exponen los cuadros, ilustraciones y dibujos que recopiló durante años el diplomático. Solo se puede entrar con guantes y las obras no pueden sacarse del cuarto: hay que pagarlas allí mismo.
La impresión que me da esta primera estate sale apenas se me pasará al visitar las siguientes. Los fines de semana es muy fácil encontrarse con alguna, puesto que siempre tienen lugar en viernes y sábado, en sábado y domingo o los tres días. Y acceder es muy sencillo: se identifica un cartel que indica cuál es la vivienda en la que todo está a la venta -es común encontrarlos en mitad de la carretera- y se pasa dentro como si fuese una tienda cualquiera.
Si se tiene especial interés, el curioso puede aprender cuáles son las páginas webs donde publican sus próximas estate sales las empresas que se dedican a esto, algo parecido a las webs inmobiliarias o incluso en la prensa local. Allí se listan los principales objetos que podrán adquirirse en la vivienda y se detalla qué día se llevará a cabo la venta. Los coleccionistas o compradores más profesionales acuden a primera hora del primer día para poder conseguir cómics, muebles, joyas u otro tipo de preciados objetos. Decidir a cuánto debe venderse cada producto es todo un arte.
“A la hora de poner precio a todo, empiezo por el 40% de lo que costaría el producto nuevo, y bajo al 25% el segundo día, y al tercero lo vendo a mitad del precio inicial. No hago este descuento a los productos que son especialmente caros, por ejemplo este viernes tengo una escultura de bronce del siglo XIX que hemos fijado en 1.400 dólares. No le haré descuentos por debajo de los 1.000 dólares, porque si no se vende a ese precio, prefiero venderla en ebay”, me cuenta Jerome Ford, propietario de Items of Value, que lleva 46 años dedicándose al negocio de las estate sales. Destaca que pasan “muchísimo tiempo” organizando todo para que el público pueda ver todo lo que se vende, además de etiquetándolo todo.
Ford también ayuda a que los propietarios lleven a cabo sus propias ventas, cuando prefieren que no entren en casa extraños. Les aconseja con los precios, con cuánta gente debe estar en la casa a la vez o cuánto dinero deben acumular y dónde guardarlo. Se ríe porque ve que muchos subestiman el enorme trabajo que es organizar una venta así, y luego se arrepienten, pero entiende que es parte del proceso. Otra de sus funciones habituales es encargarse de vender lo que nadie ha querido llevarse. “Hacemos muchísimas ventas en ebay, especialmente de cubertería de plata y de otros objetos de plata como candelabros. Los que intentan hacer la venta ellos solos suelen poner precios que son exagerados para lo que el público está dispuesto a pagar, así que no tienen mucho éxito”, relata.
Una vez que he visitado varias estate sales, no puedo entender que esto no sea algo súper común en España. ¿Qué hacemos allí con todo lo que no queremos o no podemos conservar antes de vender una vivienda? ¿Dónde lo guardamos? ¿Lo tiramos, de verdad? Mi nuevo amigo Ford cree que “sin duda” hay espacio para que alguien en España se dedique al negocio de las estate sales, especialmente si se establece en una gran ciudad que también dé servicio a otras ciudades cercanas. “Yo tengo en mi casa todo lo que necesito para mis ventas”, cuenta, explicando que a nivel de equipamiento es relativamente fácil armar un negocio como este, puesto que a nivel material suele requerirle poco más que unos manteles para cubrir camas y sofás, mesas plegables y lámparas para exponerlo bien todo, más, de forma ocasional, algún perchero y estanterías -algunas, con llave- para mostrar objetos como vajilla, joyas y libros -“porque estamos viendo un incremento en los robos”-.
“Las estate sales son muy populares en esta zona y lo han sido durante eones, y creo que en otras partes de los Estados Unidos son de lo más habitual”, resume Hadley. “Es una locura, pero es muy divertido”.
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