Al cierre del ejercicio del año 1995, el último antes de la llegada de Miguel Blesa, Caja Madrid había conseguido ser la entidad más solvente del sistema financiero español, la mejor valorada por las tres agencias de rating y la que más beneficios tenía en su actividad financiera. Tras su brillante gestión, Blesa la dejó quebrada y el Banco que se creó a continuación ha recibido una ayuda pública de muchos miles de millones de euros para poder sobrevivir.
Detrás del desastre de Caja Madrid y de la ruina que trajo -primero a los suscriptores de un producto que se vendió bajo el engañoso título de “acciones preferentes” y luego a los primeros accionistas de Bankia, que perdieron de golpe todo lo invertido-, detrás del desastre brilla con luz propia un nombre: Miguel Blesa de la Parra.
Algún día se escribirá la historia completa de las tropelías cometidas por D. Miguel Blesa al frente de Caja Madrid, entidad financiera que comenzó a presidir en 1996, puesto en dicho cargo por el mérito de ser amigo del entonces presidente del Gobierno, D. José María Aznar. Claro que para llegar a esa cumbre Blesa contó entonces con el apoyo de IU, y más concretamente con el entusiasmo de un personaje de raíz estalinista llamado José Antonio Moral Santín.
Conviene no equivocarse, porque la ruina de Caja Madrid no comenzó ni con la crisis ni con la salida de Bankia a Bolsa. Se inició con el pacto firmado el 6 de septiembre de 1996 entre el PP y Comisiones Obreras, que llevó a Miguel Blesa a la presidencia de la Caja. Aquel pacto comenzaba así:
- Reunidos D. Ricardo Romero de Tejada, Secretario General del Partido Popular de Madrid, y D. Francisco Javier López, Secretario de Política Institucional de la Unión Sindical de Madrid-Región de Comisiones Obreras, actuando ambos en nombre y representación, tanto de sus respectivas organizaciones regionales, como del conjunto de consejeros que por parte del Partido Popular y de CC.OO forman parte de los órganos de gobierno de la Caja de Madrid, Acuerdan…”
El Sr. Romero de Tejada y el Sr. López actuaron simultánea y respectivamente como representantes del Partido Popular y de Comisiones Obreras, haciéndolo en asuntos que afectaban directamente a la administración, gestión financiera y representación de la Institución, declarando actuar -así está escrito- en representación del PP y de los miembros del Consejo nombrados a propuesta del partido político y del sindicato. Una delegación que era ilegal. Fue así como desbancaron a toda prisa de la presidencia de la Caja a Jaime Terceiro, quien había sido elegido para ese cargo por unanimidad tan solo unos meses antes de ese pacto. ¿Por qué fue ilegal ese acuerdo?
Porque la ley de Cajas de la Comunidad de Madrid entonces vigente recogía en el artículo 22.2 lo siguiente:
- “Los miembros de los Órganos de Gobierno actuarán con plena independencia respecto de las entidades y colectivos que los hubieran elegido o designado, los cuales no podrán impartirles instrucciones sobre el modo de ejercer sus funciones. Sólo responderán de sus actos ante el órgano al que pertenezcan y, en todo caso, ante la Asamblea General”.
Un consejero no podía comprometerse u obligarse con nadie, tampoco con su partido político ni con su sindicato, respecto de su actuación en el consejo de administración, pues atentaba contra la independencia y autonomía de la Caja y subvertía los principios de su buen gobierno. En suma, aquel pacto era una perversión descomunal que el mínimo respeto a las instituciones y a las leyes hubiera debido impedir.
La actitud de Blesa, sus gestos y posturas de nuevo rico, sus nuevas y caras aficiones -como ésa de cazar leones en África- dibujan el rostro del señorito, aquél que describió José Ortega y Gasset: “No es que tal hombre menosprecie una moral anticuada en beneficio de otra nueva sino que el centro de su régimen vital consiste en la aspiración a vivir sin supeditarse a moral alguna”.
A este propósito, un joven español me contó entonces (cuando Blesa aún brillaba en los salones y presidía la Caja) que estando él en el aeropuerto Kennedy de Nueva York vio cómo se paraba a la entrada del recinto aeroportuario una limusina enorme, de esas que se ven en la ciudad de los rascacielos, y un fornido negro abría la puerta del cacharro, del que se bajaba Miguel Blesa y a continuación una rubia “de toma pan y moja”. Juntos penetraron en el aeropuerto y se dirigieron a la sala vip, seguidos de cerca por el afroamericano que acarreaba seis maletas de cuero. Todo un retrato: la caza mayor en África y la menor en Nueva York.
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