Estaba completamente dormida cuando un timbre me despertó de golpe, era una llamada internacional, parecía una broma y a mí no me gusta jugar con la muerte. Puse la televisión cubana y entonces lo entendí, era oficial: Fidel había muerto.
Los vecinos, los amigos que viven en La Habana decidieron hacer silencio, tenía varias llamadas perdidas pero ninguna local. Llamé a varios números pero nadie contestó. ¿Estaba sola en la ciudad? ¿Qué pasaba allá afuera?
Me puse la bata y bajé a la avenida 84, podía acostarme allí, ni un solo carro transitaba de madrugada. La ciudad estaba apagada, muda, parecía un día como otro cualquiera.
Regresé a mi palomar, encendí varias luces porque aún no amanecía. Mientras plantaba la cafetera para la primera colada, pensé: ¿Qué sientes, Wendy Guerra? Tantos años había figurado este momento y ahora solo atinaba a hacerme un café. La mayoría de mis amigos se encuentran fuera y el resto duerme tranquilamente.
Tenía ganas de gritar, gritar hasta perder la voz, pero la ciudad permanecía en profundo silencio
Tenía ganas de gritar, gritar hasta perder la voz, pero la ciudad permanecía en profundo silencio.
Acaba de morir la persona a la cual había que consultarle absolutamente todo sobre nuestro destino. Nunca tuvimos un proyecto personal, nuestra misión ha sido trabajar en el proyecto de Fidel, cada cual en su rol.
Mis padres nunca fueron dueños de su vida, jamás pudieron decidir dónde irse a vivir, mucho menos si yo estudiaría en una u otra escuela, los niños siempre fuimos aquí rehenes de la política interna, así que cada gesto que trataban de hacer por nosotros era nulo. ¿Cómo obedecer a unos padres que, a su vez, obedecían a una fuerza mayor? ¿Cómo obedecer a tus padres sabiendo que no tenían verdadero poder para cambiar nuestras vidas?
Mami y papi tenían nuestra guarda custodia y patria potestad, pero Fidel, la última palabra.
Mi madre se espantaba con las preguntas que yo tenía para ella sobre el Comandante en Jefe.
- ¿Por qué si en la Cumbre de los Países no Alineados todos los presidentes visten de civil, Fidel está uniformado?
- ¿Los presidentes son reyes? ¿Por qué nuestro presidente gobierna para siempre?
- ¿Fidel no tiene esposa, niños? ¿Dónde vive Fidel?
- ¿Por qué habla tanto tiempo el Comandante? ¿En siete o cinco horas no le entran ganas de hacer pipí o caca?
Mi madre muy pocas veces podía controlar la risa y cuanto más me explicaba, más se enredaba, y menos podía entenderla, a veces se enmarañaba tanto intentando justificarlo que rompía a llorar.
Cuando tratamos de irnos a vivir a Suecia, y nunca nos fue otorgado el permiso de salida por temas políticos, mi madre escribió una carta a Fidel. Lamentablemente esto ocurrió después de la muerte de Celia Sánchez Manduley, secretaria del Consejo de Estado y Pepe Grillo del Comandante, la única persona a ese nivel que en realidad le preocupaban casos como el nuestro, que respondía a los necesitados, intercedía ante presos, enfermos, tronados y desahuciados políticos; mediaba, incluso, en temas tan agudos como los fusilamientos. "¡Ay, si Celia viviera!", decía mami. "Esto ya no es lo mismo sin Celia. En una revolución de machos cabríos, aquí nadie puede entender un caso como éste, y además, Fidel solo la escuchaba a ella, a nadie más".
Nada, mi madre nunca recibió respuesta para que nos dejaran escapar juntas a Estocolomo
Cada año acompañaba a mi madre a la tumba de Celia Sánchez en el hermoso cementerio de Colón, le dejábamos, sobre el mármol, unas mariposas blancas, su flor preferida y le cantábamos Nublos, aquel clásico que interpretara el gran Barbarito Díez con letra de Fernando Celada que nosotras teníamos montada a dos voces, y luego, muy juntas, le pedíamos bajito que nos ayudara desde el cielo, que se le apareciera en sueños a Fidel y le ablandara el alma.
“Ausencia quiere decir olvido, decir tinieblas/ decir jamás/ las aves pueden volver al nido pero las almas que se han querido cuando se alejan no vuelven más.”
Nada, mi madre nunca recibió respuesta del presidente para que nos dejaran escapar juntas a Estocolmo. Cada invierno mami me prometía que el próximo 11 de diciembre, para mi cumpleaños, sí lo pasaríamos en Suecia bajo la nieve. Lamentablemente, nunca recibimos respuesta y seguimos en nuestra misma vida de crisis, sospecha e insolación.
Cada enero, saliendo del cementerio, le preguntaba a mi madre: "¿Mami, tú crees que Fidel te deje este año llevarme a Suecia? ¿Tú crees que este año sí podamos salir juntas?".
A los 18 años, el día de mi cumpleaños, mi madre, una mujer siempre desde la izquierda, me hizo un regalo: liberarme
La mayoría de las veces mi madre asentía con la cabeza dulce y risueña, esperanzada, porque hay que decir que mi madre, por muy crítica que fuera, creía en “el mejoramiento humano y la utilidad de la virtud”.
Un helado día de diciembre, cuando ya era una adolescente, le pregunté a mi madre: ¿Por qué tenemos que esperar por Fidel? ¿Él es tu papá?
Esa pregunta no merecía una respuesta. Mi madre se quedó petrificada y cuando reaccionó se encerró a fumar y a llorar en el armario.
A los 18 años, el día de mi cumpleaños, mi madre, una mujer muy crítica pero siempre desde la izquierda, me hizo un regalo: liberarme. "Mi vida, ya eres mayor de edad, vuela y no esperes por mí, no mires atrás. Papá Fidel nunca nos dará esa respuesta".
Fidel, aféitate y vístete de blanco. Fidel, transparencia. Es ahora o nunca, ¡Fidel!", decía mi madre al verlo en el Noticiero
Poco tiempo después, ella, Albis Torres, mami, perdió la memoria y no lograba reconocerme, saber su propio nombre, ubicarse geográficamente, no sabía quién era y dónde estaba. Los constantes electroshock le provocaron un terrible y anticipado Alzheimer. Sin embargo, cuando Fidel salía en la televisión ella lo confrontaba. "Fidel, tienes que hacer cambios; si no aflojas, se te van a colar aquí los americanos. Fidel, aféitate y vístete de blanco, cambia un poco que el pueblo te seguirá, transparencia Fidel, transparencia. Es ahora o nunca, ¡Fidel!", decía mi madre cada día al verlo en el NTV (Noticiero Nacional de Televisión).
Mi madre lo olvidó absolutamente todo, su nombre, su profesión, incluso me olvidó a mí, su adorada hija única, pero algo misterioso, algo del más allá le impidió olvidar a “Papá Fidel”.
Wendy Guerra es poeta y novelista cubana, autora de Todos se van, Nunca fui Primera Dama y Negra.
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