Iniciamos un nuevo ciclo de convivencia entre naciones en el mundo. La presidencia de Trump y su “America for the Americans” confirmarán un repliegue de Estados Unidos sobre sí mismo, y a la espera de que las grandes potencias configuren un nuevo orden global, con China a la cabeza, nuestro viejo y pequeño continente profundiza su división y su desconcierto.
La convivencia entre europeos es incómoda y se complica a diario con la gestión del Brexit, ante el que seguimos atrincherados a uno y otro lado. En esta guerra de posiciones, las renuncias sólo se contemplan si pueden debilitar aún más a la otra parte negociadora. Décadas de reproches mutuos deja las posiciones muy enquistadas y ambas partes se juegan demasiado en la negociación como para ser generosas.
Es probable que Reino Unido asuma las leyes europeas hasta qué decida por qué otra normativa sustituirlas
En primer lugar, en lo técnico; la cantidad de regulación que cambiará para el sector empresarial es sencillamente abrumadora; aunque las grandes compañías ya cuentan con consultoras que les ayudan a estimar el impacto, es probable que Reino Unido tenga que asumir las leyes europeas como propias hasta que decida por qué otra normativa va a sustituirlas, si es que finalmente lo hace.
La presión interna para el Gobierno de May crece a diario en la contención del sector privado: cualquier titular de cese de operaciones o pérdida de empleos en Reino Unido le compromete públicamente, y ya son decenas las multinacionales que piden compensaciones para sortear el envite sin desangre.
Y en segundo lugar, en lo político; no existe una posición común ni hegemónica, ni siquiera un líder capaz de ofrecer una hoja de ruta que contente a unos y a otros. El primer gran golpe lo ha asumido la premier británica: ya sabe que no puede aspirar al mercado único y que eso va en contra del interés general de su país.
La renuncia, por lo que entrañaba, estaba bien estudiada y se hizo pública ante la gran oportunidad mediática que supone el Foro de Davos. Sin siquiera haberse activado el artículo 50 del Tratado de la Unión Europea, que es el que pone en marcha la salida del Reino Unido de la Unión, y que da un máximo de dos años para negociar, May ya ha dejado a los europeos sin su principal baza negociadora.
Se está fraguando poco a poco, en Europa, una ciudad de Babel a gran escala
Las posiciones en la Unión Europea cojean entre el oficialismo en plena caída de Angela Merkel y el extremismo de los seguidores de Le Pen, toda vez que los socialdemócratas sólo pueden aspirar a salvar los muebles y los liberales carecen aún de representación capaz de hacerles determinantes.
El problema de afrontar una negociación tan decisiva con tanta gente y tan diferente en uno de los bandos es la complejidad de los matices. Se fragua poco a poco, en Europa, una ciudad de Babel a gran escala. Como consecuencia, múltiples y antagónicas visiones de lo que debe ser la UE: la de Merkel, la de Orban, la de Tsipras, la de Kaczyński…
Tras dejar atrás el año del vértigo, ése en donde nos asomábamos ante el abismo a escenarios antes apenas imaginables, será 2017 un año de transición que pone en pausa la integración europea. Gran parte de lo que será este proyecto a diez años vista se decidirá en las elecciones de este año en Francia y en Alemania.
Mientras tanto, la gestión del Brexit la afrontarán unas instituciones europeas que estarán todas presididas por la misma fuerza política, el Partido Popular Europeo; entretanto, los grandes temas se coordinarán en el Consejo bajo dos presidencias rotatorias de bajo perfil que ostentarán este año Malta y Estonia; en poco más de dos años tendrán lugar unas elecciones al Parlamento Europeo en las que los británicos ya no deberían participar. El Brexit no es el fin de la Unión Europea, pero sí marca la entrada a una nueva etapa hacia un bloque que ya no es tan homogéneo y con unas reglas del juego que ya no es tabú desafiar.
*Vicente Rodrigo es asesor de asuntos públicos y cofundador del colectivo Con Copia a Europa. En Twitter: @_VRodrigo
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