Los acontecimientos ocurridos en los últimos años -con puntos de inflexión muy graves, como fueron las muertes en Lampedusa en 2013 o El Tarajal en 2014- y que siguen desangrando las aguas del Mediterráneo, sumados a la dramática situación que se vive dentro y fuera de las fronteras europeas nos lanza a todos, tanto a los poderes públicos y las organizaciones sociales como al conjunto de la ciudadanía, un desafío en términos de defensa de los derechos de las personas migrantes y refugiadas, y nos reclama el cultivo y desarrollo de una cultura de la acogida del diferente inspirada en la hospitalidad.
El actual horizonte político y mediático ante este reto –acentuado por el populismo que va tomando cuerpo con tintes preocupantes en un grupo cada vez mayor de líderes occidentales— arroja sombras de preocupación al establecer categorías y vetos sobre las personas que se encuentran en situación de movilidad.
Conviene insistir, en primer lugar, que la situación que se está viviendo en los territorios de frontera de la UE o de otras regiones del mundo no se trata únicamente de una emergencia, sino que es el resultado de unas políticas orientadas exclusivamente al control de flujos. Como dice el Papa Francisco, “los flujos migratorios son una realidad estructural y la primera cuestión que se impone es la superación de la fase de emergencia para dar espacio a programas que consideren las causas de las migraciones”.
La Iglesia ha dado un paso al frente, en coherencia con su misión de escucha y protección, en la actual situación de emergencia, movilizando sus mecanismos de protección humanitaria tanto en los países de la Unión Europea que están asumiendo una llegada más numerosa de personas (como es el caso de Grecia y todos los países del Este y Centro europeos) como en las regiones de origen y los países tránsito que están respondiendo en los últimos años, con pocos medios y con una gran fragilidad propia, el mayor peso en la acogida de refugiados (Jordania, Turquía o Líbano, entre otros) y migrantes.
En nuestro país, Cáritas y el conjunto de las entidades sociales de la Iglesia también hemos dado un paso al frente para ir más allá en nuestros programas de acompañamiento a estas personas y poder ofrecer una respuesta amplia y generosa al fenómeno migratorio, tanto en estas circunstancias especiales como en la acogida y acompañamiento de quienes quedan fuera del sistema (solicitantes de asilo y refugiados sin protección que ya están aquí, o personas migrantes).
La emergencia actual se ha producido por la combinación de varios factores, tanto externos (conflictos bélicos, la irrupción del Estado Islámico, la crisis en Oriente Medio…) como también internos (una política migratoria de la UE centrada en el control de flujos y en la externalización de fronteras).
Es inquietante que las medidas políticas avancen en una dirección que no es efectiva: más más frontera y más expulsión
Y resulta inquietante que las medidas políticas diseñadas para hacer frente a esta nueva etapa migratoria avancen en la misma dirección que ya se ha comprobado que no es efectiva: más control, más frontera y más expulsión. Medidas que, lejos de dirigirse al pretendido objetivo de contención de los flujos, se han traducido en un único resultado conocido para las personas en situación de movilidad: más vulnerabilidad, más precariedad y más sufrimiento.
Urge recordar que esta situación no afecta solamente a las personas en busca de protección internacional, sino a la dignidad y a los derechos de todos los migrantes. Y es necesario recordar también que el mayor flujo de personas migrantes no se limita a Europa, sino que afecta también a otros países y regiones mucho más frágiles en términos de desarrollo y de protección de derechos humanos.
Articular respuestas a este desafío basadas prioritariamente en actuaciones en torno a la frontera solo consiguen incrementar aún más si cabe el sufrimiento, dolor y muerte de todas aquellas personas que están arriesgando gravemente sus vidas mientras buscan bienestar, dignidad, seguridad y protección a las puertas de Europa. De ahí la necesidad de que, junto a la acogida, sea imprescindible activar una mirada larga que aborde las causas de las migraciones forzadas.
Para avanzar en ese objetivo, junto al desarrollo de planes urgentes de acogida humanitaria e integración, deben impulsarse acciones que incidan en los motivos de los desplazamientos. Asegurar la paz y el desarrollo tanto en los países de origen como de tránsito hacia Europa es, en ese sentido, una estrategia clave de nuestro futuro común.
Además de atajar las causas de la migración involuntaria -los conflictos armados, la pobreza y la desigualdad, el cambio climático, la competencia por los recursos naturales, la corrupción y el comercio de armas-, es indispensable aumentar la Ayuda Oficial al Desarrollo de los países de la UE hasta alcanzar el prometido 0,7 % del PIB.
Es indispensable aumentar la Ayuda Oficial al Desarrollo hasta el prometido 0,7% del PIB
Esta ayuda debe prestar atención prioritaria a los Estados más frágiles y a los países menos desarrollados. Hay más medidas, como son disminuir el gasto militar, exigir a las Naciones Unidas su apoyo a aquellas acciones que aseguren la paz en zonas de conflicto y abordar de raíz las causas de la trata de personas.
Somos una sociedad de acogida con reconocida tradición de sensibilidad social y comunitaria hacia las personas en situación más precaria, lo que supone una fortaleza a la hora de transformar el reto en oportunidad y entender que las migraciones son una oportunidad para el desarrollo de los pueblos, no solo para las sociedades de origen y tránsito, sino también para nuestras propias comunidades, que hoy se configuran ya como espacios de mestizaje, que se enriquecen en la convivencia con los otros y que plantea retos a la educación y a la consolidación de una nueva identidad.
Superar el miedo para ir al encuentro del otro, del extraño, del extranjero y reconocerlo como ser humano, es posible. Este encuentro, sin duda, nos cuestionará, nos hará cambiar los planes y tomar una dirección distinta, como hizo el Buen Samaritano al ver al hombre maltrecho al borde del camino. Pero nos llevará también a descubrir riquezas humanas insospechadas, allí donde el miedo nos hacía ver sólo riesgos y peligros.
La apuesta por la acogida es una apuesta por la humanidad. Porque las fronteras externas e internas frente a los extranjeros no deshumanizan sólo al objeto de nuestra mirada, sino también a la persona que mira. No tenemos otra opción que derrumbar fronteras y poner de manifiesto nuestra común humanidad.
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Sebastián Mora Rosado es secretario general de Cáritas Española
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