Entre otras patrañas demagógicas, Pedro Sánchez ha comenzado su singular cruzada en favor de la soberanía del militante olvidándose de muchas cosas. En primer lugar, se ha olvidado de sus dos derrotas electorales consecutivas, pero también de otras acciones que no sólo a él -también a algunos que antaño fueron sus amigos mediáticos (Prisa)- no les conviene desenterrar. Me refiero al golpe de mano que Pedro Sánchez y Prisa ejecutaron sobre el PSOE madrileño.
Nada parecido había ocurrido antes de aquella suspensión decretada manu militari de todos los órganos madrileños que habían sido elegidos en su correspondiente congreso.
Se laminaron de un plumazo la Ejecutiva, con su presidente y su secretario general al frente; el Comité Regional y todos los demás órganos del partido. También se dejó sin efecto el resultado del proceso de elección interna (“primarias” que hoy Sánchez sacraliza) en el cual se escogió al candidato a presidente de la Comunidad de Madrid y, para acabarlo de arreglar, el mando nombró una Comisión Gestora (esas “gestoras” que hoy tanto detesta Sánchez) compuesta en su mayoría por quienes habían perdido el último congreso madrileño. Un golpe que dejó en un auténtico estado de excepción al PSM durante un larguísimo proceso electoral (municipales, autonómicas y generales).
Como argumento para tomar tan contundente decisión, el Secretario de organización, César Luena, se limitó entonces a decir:
"La CEF del PSOE, en el ejercicio de sus competencias, ha decidido:
Suspender de actividad orgánica a los órganos de dirección y control regionales del PSM-PSOE".
¿Y cuáles fueron las razones para tan drástica decisión?
“[…] Constatar el deterioro de la imagen del PSM-PSOE ante la ciudadanía y entender que el PSM-PSOE carece de la estabilidad orgánica necesaria para afrontar con garantías el próximo proceso electoral”.
Pero Luena no dijo una sola palabra sobre qué artículos de los Estatutos habilitaban semejante degollina. Y si no se citaron los artículos fue porque no existían ni existen. En efecto, ni el artículo 19.2, que habla de “restaurar la normalidad”, ni el 68.1, que señala una posible “situación conflictiva”, ni el 69 (“restablecer la normalización de la vida interna”). Tampoco se podía nombrar, como se nombró, una Comisión Gestora, que, según el artículo 70.2, se ha de designar “de mutuo acuerdo entre la Ejecutiva Federal y la Ejecutiva regional”. Y qué decir del maltratado artículo 6 de la Constitución, el cual exige a los partidos políticos que su estructura interna y su funcionamiento sean democráticos.
Tras tomar posesión -cerrajeros mediante- de la sede, lo primero que hizo la Gestora de Sánchez fue despedir a los trabajadores no adictos para luego abrir consultas con las Agrupaciones para que éstas “sugirieran nombres”. Una vez sugeridos, la Comisión gestora interpretó como le dio la gana esas sugerencias y designó candidato a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, inventando de esta guisa la democracia interpretativa.
En esas fechas era un clamor que en las alturas tenían ya fichada a la gran esperanza blanca, un miembro del consejo editorial de El País, Ángel Gabilondo, profesor de Metafísica. Una apuesta que resultó fallida en las urnas. La Ejecutiva de Sánchez y Prisa pusieron todos los huevos de sus cestas en apoyar a Gabilondo (y también a Manuela Carmena) a la vez que hundían desde dentro la candidatura socialista en la Villa de Madrid, que encabezaba Antonio Carmona. Una canallada imperdonable.
Los militantes podrán votar a quien quieran, pero deben saber que votar a Sánchez es llevar al PSOE al suicidio
Hubiera sido un milagro que la solución a la decadencia en la que estaba ya hace tiempo al PSOE se superara mediante un golpe de mano. Los males profundos del PSOE nacen de una letal endogamia que ha llevado a la aberración de tener hoy al frente del partido -y a buena parte de sus representantes en las instituciones- a una enorme cantidad de personas que no han cotizado jamás a la Seguridad Social. El PSOE sufre, también, una crisis letal de identidad que se agudizó hasta el tuétano durante el mandato de Rodríguez Zapatero y que le ha llevado a confundir la izquierda con lo políticamente correcto. Un pensamiento blando, trufado de feminismo corporativo y de ecologismo radical.
Pues, a pesar de los pesares, Pedro Sánchez vuelve, en su desvarío, agarrado a su lanza del “no es no”. Los militantes podrán votar a quien quieran, pero deben saber que votar a Sánchez es llevar al PSOE al suicidio… y no a largo plazo. Si ganara Sánchez, el Grupo parlamentario se uniría a los populismos de Podemos y de los separatistas catalanes para hacerle la vida imposible al Gobierno y a Rajoy no le quedaría otra salida que convocar elecciones generales. Y esas elecciones el socialismo, con Sánchez al frente, estaría destinado a la irrelevancia política. Una irrelevancia eso sí, muy de izquierdas y agarrada a las dos brochas populistas ya citadas: la de Podemos y la de los separatistas catalanes.
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