Esta semana ha circulado en los medios el vídeo de una fiesta con una stripper que montó un grupo de trabajadores municipales en dependencias del Ayuntamiento de Alcalá para despedir a un funcionario. También hemos visto a una niña de tres años interrumpir la entrevista de su padre en la BBC y un círculo de 13 pavos rodeando un gato muerto en un parque de Boston.
En su libro Confía en mí, te estoy mintiendo (Empresa activa, 2013), el publicista Ryan Holiday advertía de la gran maldición que amenazaba al periodismo online. Cuando su modelo de negocio se basa únicamente en la publicidad y sus ingresos dependen exclusivamente la cantidad de tráfico generado, los medios se convierten en prisioneros de la tiranía del clic fácil.
La encrucijada en la que está la prensa tiene más de proceso decimonónico que de 'big data'
Muchos medios online incluyen noticias que nunca publicarían en su versión impresa. Por eso lo mismo invitan a sus lectores a ver una mujer de 102 años que baila la danza del vientre que a descubrir 13 pavos dando vueltas alrededor de un extraño gato muerto. Nunca creerían lo que ocurrió a continuación, suelen incluir en sus titulares. Todo con tal del clic.
Ese doble rasero del interés informativo (uno para la web y otro para el papel) pone a merced del tráfico fácil su credibilidad. ¿Cómo van los lectores a diferenciar los bulos que recorren las redes sociales de las noticias de verdad si los periódicos han entrado en el juego de buscar la viralidad por encima del interés social?
Las tres noticias más leídas en España en 2016 eran falsas. Sólo el bulo del regreso de la ‘mili’ para 'ninis' provocó 270.000 interacciones. Y la culpa no es de los lectores. Cuanto más proliferen en los medios las noticias absurdas más fácil será para lo absurdo hacerse pasar por una noticia.
Cuanto más proliferen en los medios las noticias absurdas más fácil será para lo absurdo hacerse pasar por una noticia
Sin embargo, la encrucijada en la que se encuentra la prensa en internet tiene más de proceso decimonónico que de big data. Cuando en el siglo XIX empezaron a popularizarse los periódicos con la llamada penny press por su precio de un penique, el amarillismo no tardó en apropiarse de los titulares. Cuanto más espectaculares eran, más ejemplares vendían los niños que cantaban la primera plana por la calle.
A medida que hace ya más de un siglo fue erosionándose la credibilidad en aquellos medios de la época de Pulitzer y Hearst, verdaderos pioneros de las fake news, fueron ganando fuerza otros modelos de negocio que apostaban por las suscripciones, como The New York Times. Fue el hartazgo ante la espectacularización y la mentira lo que dotó de más sentido que nunca pagar por una suscripción. Y ahora que la gente empieza a perder la paciencia ante el bombardeo de tanta noticia trampa, vuelve a anhelar el análisis y la credibilidad.
El hartazgo ante la espectacularización y la mentira vuelve a dotar de sentido que nunca pagar por una suscripción
No estamos inventando nada. La verdadera diferencia entre encontrar el periódico en la puerta de casa y tener que competir por la atención de los viandantes con titulares a cual más escandaloso es la misma que afronta la prensa en el siglo XXI en la red.
Poco a poco, aquellos medios que cuenten con la confianza de sus lectores en el medio plazo, demostrarán a sus lectores la ventaja de no tener que hacer ruido para ser leídos.
Al fin y al cabo, el negocio del periodismo no ha cambiado tanto. Vendemos información. Y su independencia depende, fundamentalmente, del talento de los profesionales y de la rentabilidad del medio.
El debate, en el exterior del ombligo de los periodistas, hace tiempo que dejó de ser si online o papel. La dicotomía en la que los lectores dividen el periodismo es entre contenido relevante e irrelevante. Por eso en EL INDEPENDIENTE no hemos publicado esta semana el vídeo de la stripper, ni el de los pavos que bailan alrededor de un gato muerto. Disculpe las molestias.
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