Hay gente que piensa que el PP ha logrado blindarse contra el desgaste que acarrea la corrupción. Todavía no sabemos qué va a ocurrir con el culebrón de Murcia, pero los hay que opinan que, si hay elecciones y se presentara Pedro Antonio Sánchez, ganaría de calle. Lo justifican porque "lo que hay enfrente es aún peor", o porque "lo que más valoran los ciudadanos es la gestión económica". Pero en política las cosas no suelen suceder por una sola causa.
Es verdad que la economía ha mejorado mucho en los últimos cuatro años, aunque haya gente que todavía no lo note. Negar que la gestión ha sido buena sería cerrar los ojos a la realidad. También es verdad que el PSOE vive momentos de zozobra insólitos y que lleva años sin levantar cabeza. Todo ello ayuda, cómo no, a que un porcentaje importante del votante moderado de centro siga creyendo que Rajoy es la opción menos mala para gobernar.
Sin embargo, los datos no avalan la tesis de que, al final, a los ciudadanos no les importa demasiado que sus gobernantes sean honestos. Más bien, al contrario.
En las elecciones de 2011 el PP logró 10,8 millones de votos (el 44,62% del electorado). En las elecciones municipales de 2015 el PP cayó hasta los 6 millones de votos (el 27% del electorado). Aunque una parte de esa caída puede atribuirse al coste electoral por los recortes aplicados entre 2012 y 2014, la verdad es que el batacazo es fundamentalmente atribuible a la decepción por los sonoros casos de corrupción que perforaron la credibilidad del partido.
De hecho, en las elecciones generales de diciembre de 2015 el PP se quedó en 7,2 millones de votos (28,72% del electorado) y en las de junio de 2016 sólo remontó hasta los 7,9 millones de votos (el 33% del electorado). Ya en esas dos convocatorias el PP utilizó como arma electoral a su favor la mejora de la economía.
Si el PP quiere volver a ganar con mayoría absoluta tendrá que recuperar la agenda de la regeneración, que ahora abandera Ciudadanos
Aunque en el horizonte no se dibujan nuevos comicios, las encuestas que publican periódicamente distintos medios sitúan al PP en torno al porcentaje que obtuvo en junio de 2016. Mientras tanto, Ciudadanos mantiene sus expectativas en torno al 12%-15% con unos 3 millones de votos. La mayoría de ese caudal electoral proviene precisamente de votantes desilusionados con el PP por su incapacidad de aplicar una agenda regeneradora.
El partido de Albert Rivera se ha convertido en algo así como la conciencia crítica del PP. Por tanto, su potencial de crecimiento está en función de la incapacidad del PP para distanciarse de la corrupción. En resumen, la supervivencia de Ciudadanos depende de la torpeza del PP.
Mientras que en asuntos como Gürtel, Bárcenas, Púnica, o en temas menores como el caso Auditorio, la táctica del PP siga siendo negar la evidencia o bien defender a los suyos hasta que no quede más remedio que prescindir de ellos, esos más de 3 millones de votantes perdidos no volverán.
Dice Pablo Crespo, en la entrevista que publica hoy El Independiente, que "todos los secretarios generales del partido sabían lo que hacía Bárcenas". Parece bastante lógico. Y Crespo tiene cierta autoridad para afirmarlo, ya que, durante años, fue un activo recaudador de fondos inconfesables para el PP en Galicia.
A todos los casos de corrupción mencionados les queda mucho recorrido judicial y, para colmo, el Congreso acaba de aprobar (con los votos del PP) la constitución de una comisión de investigación "relativa a la presunta financiación ilegal del Partido Popular". Nadie con autoridad ha cuestionado la resistencia de la dirección del partido a asumir su responsabilidad. En definitiva, a pedir perdón y a admitir que, durante años, el partido se financió de forma irregular. La victoria electoral ha tapado muchas voces. El poder casi siempre acalla a los críticos. Sin embargo, la credibilidad del PP quedará lastrada durante años si no hace ese ejercicio autocrítico.
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