Los gestores de activos y los emprendedores tienen una cosa en común: las probabilidades suelen ir en su contra. Un simple vistazo a las rentabilidades medias de los fondos de gestión activa o a las tasas de fracaso de las start-ups revela la confianza en sí mismos que tienen que tener los gestores y los emprendedores.
Toman decisiones tan audaces porque creen que el futuro, con toda su incertidumbre, no sólo presenta peligros y desafíos, sino también —y precisamente por ello— oportunidades lucrativas, siempre y cuando puedan averiguar cómo capear los riesgos que ello conlleva. Saber qué riesgos asumir es el aspecto más complicado de invertir en los mercados financieros, al igual que lo es cuando se emprende un nuevo negocio. Pero la gestión de activos y la actividad empresarial se basan precisamente en eso, en la asunción de riesgos.
La incertidumbre es fruto del azar, pero el riesgo está relacionado con las probabilidades, que pueden medirse
No obstante, los medios suelen afirmar que a los inversores no les gusta la incertidumbre. ¿Están equivocados? Sí y no. Si bien algunas personas podrían no ser conscientes de la diferencia entre riesgo y oportunidad, el economista estadounidense Frank Knight ya lo explicó nada menos que en la década de 1920, cuando definió el riesgo como una incertidumbre que puede cuantificarse.
Si bien la incertidumbre es fruto del puro azar, el riesgo está relacionado con las probabilidades, que pueden medirse. Y, si se puede medir la incertidumbre, se puede afrontar y ponerle precio, de modo que también se puede comprar, vender o incluso asegurarse frente a ella. A los inversores no les gusta la incertidumbre, a no ser que puedan convertirla en un riesgo que puedan gestionar: no desean lanzarse a la batalla con su valentía como única arma.
El problema es que la incertidumbre de los mercados bursátiles no puede convertirse fácilmente en un riesgo cuantificable y benigno. Los inversores deben identificar estrategias utilizando probabilidades cuya fiabilidad suele brillar por su ausencia.
Las previsiones de beneficios y los datos económicos conllevan un margen de error, que de por sí podría ser erróneo. La economía describe el pasado, no el presente: sólo podemos saber cuánto ha crecido una economía durante un trimestre cuando éste se ha cerrado. E incluso estos datos pueden revisarse de nuevo varias veces. Por tanto, gestionar riesgos significa navegar en un océano de posibilidades, donde las cifras reales son imprecisas.
Los mercados de renta variable suelen emular el crecimiento del PIB a largo plazo
En ocasiones, el riesgo del mercado toma una dirección inesperada. Desde una perspectiva a largo plazo, la tendencia en los mercados bursátiles es innegablemente alcista. El índice MSCI World ha subido un 380% en los últimos treinta años. Por tanto, tendría sentido apostar por que los mercados de renta variable seguirán subiendo, dado que, a lo largo de la historia, las economías han crecido la mayoría del tiempo (sólo ha habido once recesiones en Estados Unidos desde 1945), y los mercados de renta variable suelen emular el crecimiento del PIB a largo plazo.
No obstante, la mayoría del tiempo no es todo el tiempo, y la diferencia puede provocar cuantiosas pérdidas a los inversores. Es fácil —muy fácil— perder una fortuna en los mercados. Cuando, de repente, los acontecimientos desafían a la opinión de consenso, el ajuste hasta lo que debería ser el precio de mercado adecuado puede ser brutal.
Cuando los hechos desafían al consenso, el ajuste hasta el precio de mercado adecuado puede ser brutal
Esto es lo que sucede cuando estallan las burbujas en el precio de los activos. Los inversores que adoptan una postura estoica, con sus miradas ancladas en el horizonte a largo plazo, no han optado por la mejor elección, dado que se exponen a drásticas caídas en los mercados que puedan perjudicar seriamente la generación de beneficios con el tiempo.
Si nos fijamos en la evolución del S&P 500 en los últimos 20 años, sus cinco peores meses (de un total de 240) cercenaron en conjunto la mitad de las ganancias del índice. Y hoy, veinticinco años después del estallido de la burbuja bursátil de Japón, el índice Nikkei sigue estando un 50% por debajo del nivel que registraba a finales de 1989.
Gestionar de forma efectiva el riesgo de acontecimientos de esta envergadura es, por tanto, esencial para generar unas rentabilidades adecuadas a largo plazo. Afortunadamente, este tipo de eventos no son muy habituales, pero, precisamente por eso, no concuerdan con los modelos estadísticos pasados de los analistas, por lo que cogerán a los inversores desprevenidos.
Reversión de la tendencia
Además, la reversión de la tendencia que se produce cuando los inversores, de pronto, se dan cuenta de que el consenso no tenía razón termina por ser meramente un cambio de opinión generalizado, que podría volver a variar.
Las falsas alarmas y los giros drásticos son características propias del comportamiento de los mercados bursátiles. 2016 fue buen ejemplo de ello. Tres importantes acontecimientos políticos —el Brexit, las elecciones de EEUU y el referéndum italiano sobre la reforma constitucional—, que hicieron tambalear los cimientos de los mercados de forma sucesiva, ilustraron lo volubles que pueden ser los inversores.
En tres ocasiones diferentes, durante algunas horas o incluso minutos, parecían estar seguros de un resultado y sus correspondientes nuevos riesgos, para después cambiar rápidamente de opinión.
La solución para gestionar de forma efectiva estos cisnes negros (por utilizar la expresión acuñada por Nassim Taleb) podría por tanto residir en un cambio de táctica: en vez de centrarse en gestionar riesgos desconocidos tratando de predecirlos, sería más efectivo generar las condiciones adecuadas para abordarlos satisfactoriamente cuando se materialicen. Al contrario de lo que todo el mundo piensa, gestionar estos riesgos desconocidos es mucho más fácil que tratar de predecirlos.
Didier Saint-Georges es miembro del Comité de Inversión de Carmignac.
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