Desde que la semana pasada saltó a la luz pública la Operación Lezo, los acontecimientos sobrevenidos han puesto una vez más de manifiesto que estamos gobernados por un partido corrompido. La ex presidenta madrileña Esperanza Aguirre es, por ahora, la única víctima política que se ha cobrado el escándalo, con sus lágrimas de cocodrilo y su tercera dimisión en unos años. Pero más allá de la repercusión en el PP de Madrid quien debe presentar su dimisión sin dilación alguna es el máximo responsable del partido conservador y presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Lleva años inhabilitado por el comportamiento indecente y ponzoñoso que anida en el Partido Popular, en su Partido Popular, y el nuevo caso de corrupción no hace más que recordárnoslo.
Hace poco más de medio año voté en contra de la investidura de Mariano Rajoy en el Congreso de los Diputados, junto con otros compañeros del PSOE que ni entendíamos ni compartíamos que los socialistas tuviéramos que rendirnos a este PP hediondo. Obviamente, desconocía las pesquisas de este nuevo caso. Tampoco era determinante saberlo: el inventario de la corrupción proveniente del Partido Popular era ya lo suficientemente abultado como para no esperar sino un incremento paulatino del mismo, como así ha sido. A las Púnica, Gürtel o Pitufeo valenciano no sólo se ha añadido la mencionada Operación Lezo, que ha acabado con el ex presidente madrileño Ignacio González en la cárcel, o el caso Auditorio en Murcia, que le ha costado el puesto a su homólogo murciano Pedro Antonio Sánchez. Ahora bien, ambos casos, conocidos sin solución de continuidad en las últimas semanas, ponen de relieve que España está gobernada por el presidente de una organización sistémicamente e invariablemente corrupta.
El Congreso de los Diputados aprobó a finales de marzo una comisión de investigación sobre la financiación del Partido Popular. Está por ver quién comparecerá, cuánto se profundizará y si finalmente el propio PP no intentará emponzoñar a los demás lamentando que no se investigue a todos por igual. Lo más triste de esta necesaria comisión es sin duda que la cámara legislativa se vea obligada a dedicarse a esta tarea porque hay motivos más que sobrados para hacerlo. El resultado dependerá de estos factores, pero soy más bien escéptica. Lo mismo que lo soy acerca de la moción de censura presentada por Podemos.
Pablo Iglesias vetó a Pedro Sánchez y hoy pretende hacer borrón y cuenta nueva simplemente por táctica política e interés partidista
Sé que alguno se estará preguntando: si Rajoy debe irse y Pablo Iglesias le brinda el mecanismo parlamentario para lograrlo, la moción de censura, ¿por qué no apoyarlo? Pues bien, hay que tener memoria. Pablo Iglesias no quiso apoyar una alternativa a Mariano Rajoy; es decir, vetó a Pedro Sánchez como candidato cuando el hoy de nuevo presidente se excluyó de la lucha por la presidencia tras las elecciones de diciembre de 2015 y hoy, año y medio después pretende hacer borrón y cuenta nueva simplemente por táctica política e interés partidista, y no por el bien común. Al dirigente de Podemos ya lo conocemos: su única obsesión es desplazar y humillar a los socialistas, e incluso a aquellos militantes cualificados de su partido, como Íñigo Errejón, que dieron muestras de más madurez y mayor interlocución, y ese no es el camino. A Rajoy hay que sacarlo de la Moncloa con la fuerza de las urnas y la habilidad de los partidos para pactar porque es un mal presidente para España: aplica unas políticas insuficientes y equivocadas en materia social o territorial, y lidera un partido que deberá regenerarse desde la oposición. Y ese cambio sólo se puede producir con un PSOE fuerte. En el fondo, a Pablo Iglesias ya le va bien en su estrategia que Rajoy se perpetúe en el poder.
Inmersos en un proceso de primarias para asentar nuevos liderazgos, los socialistas debemos tener claro todo esto. No podemos mirar para otro lado porque convenga a la gestora que se constituyó en octubre pasado tras nuestro comité federal de infausto recuerdo, usurpando competencias a la anterior ejecutiva federal de la que formé parte. Si realmente queremos seguir siendo el partido referencia de la izquierda responsable, tenemos que ponernos a trabajar desde el convencimiento de unos ideales, restañando las heridas, dando poder a una militancia que esté por encima de quienes ocupamos coyunturalmente un cargo público. Concluido el proceso de elección del secretario general, en el que yo confío que resulte vencedor Pedro Sánchez, será momento de evaluar las tareas pendientes. La principal, devolver la dignidad a la política española. Luego, vendrá el resto.
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