En la batalla por la obtención de rendimientos positivos, como en tantas otras de la vida, nada más lícito que intentar fatigar todas las estrategias a nuestro alcance para lograr ese objetivo. Afinar estratagemas se convierte en una imperiosa necesidad cuando el terreno de operaciones de los mercados está hábilmente minado y comprende infinitas líneas de frente por las que los inversores deben procurar avanzar posiciones con el menor número de bajas posibles.
A lo agreste del campo de batalla se suma la velocidad con la que líneas y frentes avanzan, retroceden y se desdibujan por lo que cada campaña exige mayores habilidades de adaptación inmediata en supervivencia, guerra de guerrillas, asaltos o escaramuzas por tierra, mar y aire. El momento presente de los mercados nos da buena cuenta de ello.
En el frente interno nos encontramos con la locomotora alemana que renquea escasa de carbón y tira a duras penas de unos vagones de cola que amenazan con atropellarla y provocar un descarrile por pura aplicación de la segunda ley de Newton. Por el Este y por el Oeste del mapa de las hostilidades la cosa está que arde. Más allá del Atlántico, el ultra proteccionismo del amigo americano anuncia tensiones de importancia considerable, alimentadas por divergencias de política monetaria y de laxitud fiscal que pueden hacer dirigir la mirada de los inversores al riesgo de dejarse -de nuevo- engatusar por el caramelo envenenado que pueden representar los bonos empresariales de baja calidad crediticia.
Todo sazonado por la feroz amenaza terrorista islámica que espolea el resurgir de movimientos políticos
Al Este, el frente ruso tercamente se enroca en posturas que casan difícilmente con los postulados democráticos occidentales alentando simpatías que en un plis plas pueden desestabilizar los mercados en forma de corrección académica en versión soviética. Al Este del Este, el amado líder norcoreano y su demencial régimen, aunque no pinten casi nada en el desempeño de las Bolsas, puede iniciar un conflicto nuclear que acabaría de golpe con un problema a todas luces menor como el de obtener carteras de inversión rentables si la contrapartida es ser fulminados por la furia atómica.
Y todo sazonado por la feroz carnavalada sangrienta de la amenaza terrorista islámica que espolea el resurgir de movimientos políticos cuya pretensión es desmontar la unión europea y volver a los frentes blindados y las antiguas autarquías que felizmente parecíamos haber dejado en el olvido de un tiempo que nunca debería volver.
Tras los bombazos del Bréxit y Trump cualquiera sabe si la candidata del frente nacional francés, cuál ebria Marianne poseída por la melopea del extremismo, convence a sus tropas y Francia sale del campo de operaciones europeo, lo que asestaría un golpe mortal a nuestro viejo continente. Los frentes pues se multiplican, los flancos se debilitan y tanto vanguardia como retaguardia parecen agotados frente el número y calidad de tan potentes enemigos.
Aunque los inversores ya deberían estar acostumbrados a surcar por unas aguas en las que las cargas de profundidad y los torpedos de los sustos económicos están a la orden del día, más que nunca conviene tener un ojo puesto en la economía y otro en la geopolítica global. Cualquier cartera de inversión exige pues, contrapesos que contemplen las veleidades y la ocurrencia o no de los posibles escenarios geoestratégicos.
Nunca la política mundial tuvo tanto peso en la conformación de las carteras de inversión
Los gestores de carteras deben agudizar la vigilancia sobre ambos frentes. Nunca la política mundial tuvo tanto peso en la conformación de las carteras de inversión. Peso acrecentado por la trepidante velocidad de la información, su multiplicación exponencial vía redes y los millones de previsiones de futuro que tenemos a nuestra disposición con un simple golpe de click.
El exceso de información y sus evidentes contradicciones lejos de facilitar las cosas, nos complican la tarea por lo que más que nunca conviene afinar y recomponer tácticas en aras de obtener rentabilidades decentes. Y ese es un trabajo que no debe dejarse en manos de intrusos, aficionados o vendedores de mágicas fórmulas capilares. Ser asesor financiero en el siglo XXI exige olfato económico y mucha visión política y geoestratégica. La calidad, la ética, la máxima y pasional dedicación y, en ocasiones la vocación como el valor de la soldadesca se descuentan.
El manejarse con soltura entre ambos mundos desgranando el grano de la paja y la capacidad de reordenar escenarios pueden suponer puntos de rentabilidad adicional para sumar a la gestión de los portfolios. El año 2017 no va a ser una excepción. Las luchas virulentas entre activos, regiones y áreas económicas van a continuar dando guerra y en consecuencia, las condiciones políticas, económicas e institucionales van a ganar poder explicativo en el comportamiento de los mercados financieros, aun cuando la política monetaria siga jugando un papel determinante.
Si quieren ustedes salir indemnes de la guerra del rendimiento, hoy por hoy, es absolutamente imprescindible que se convenzan de la necesidad de contratar y pagar a un experto en materia financiera y que ese experto, sea un asesor financiero independiente. Y, a libre elección, asegúrense que el elegido cuente con esa doble visión económica y política de largo alcance. Su inversión irá ganando batallas y la deseada paz financiera estará cada vez más cerca.
En la batalla por la obtención de rendimientos positivos, como en tantas otras de la vida, nada más lícito que intentar fatigar todas las estrategias a nuestro alcance para lograr ese objetivo. Afinar estratagemas se convierte en una imperiosa necesidad cuando el terreno de operaciones de los mercados está hábilmente minado y comprende infinitas líneas de frente por las que los inversores deben procurar avanzar posiciones con el menor número de bajas posibles.
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