Con el flamenco de la Niña Pastori terminaba el acto del Dos de Mayo presidido por Cristina Cifuentes, aunque más que por Caí bien podía tanto quejío sonar por los tiempos que corren en la política madrileña.
“El tiempo de los corruptos ha llegado a su fin en la Comunidad de Madrid”, dijo en su discurso la presidenta. Y retumbaba el mensaje en el hueco que han dejado los ausentes. Entre tanto encarcelado, dimitido e imputado últimamente, normal que corriera más el aire.
A Ignacio González, ni mentarlo. Cuando algún osado decía Nacho en los corrillos lo hacía bajito, como temiendo que hubiera micros en la pajarita de los camareros. Con esto de la regeneración, nunca se sabe.
Y ahí estaba Cifuentes, celebrando el Dos de Mayo a las puertas del Palacio de Correos, con las tropas en formación, bayonetas en alto. Escenificaba así la presidenta su propia guerra de la Independencia. La que tiene que librar para demostrar que el PP ha dejado atrás la podredumbre de los años de corrupción que han llevado a su antecesor en el cargo a prisión preventiva.
Mientras tanto, del otro lado del cordón policial, llegaban los gritos de un grupo de madrileños que se alzaba en su propia rebelión en una esquina de la Puerta del Sol. "¡Ladrones!", gritaban pancarta en alto. "No consentimos ni un desahucio más".
"Callaos, coño", les replicaba una señora entre el público que aplaudía el desfile, arropada por vivas a España y a la Guardia Civil. Las Fuerzas de Seguridad del Estado continuaban desfilando, tan impasibles a los gritos de los indignados como a la cara de no haber roto un plato de los políticos.
En las gradas, de vez en cuando, se oía: "Cristina, te queremos". Y, más al fondo, otra vez: "Ladrones". Cuando empezó a sonar el himno de la Comunidad de Madrid, porque la Comunidad de Madrid tiene himno, la letra la ponían los que entonaban: "Lo llaman democracia y no lo es".
Ni siquiera aplaudieron los indignados a la unidad canina de la Policía Nacional, que además de drogas detecta también billetes de curso legal, una habilidad que ya quisiera para sí el Tramabús. Nadie aclaró si ese pastor alemán que acompañaba la patrulla fue de los que descubrió el millón de euros en el altillo del suegro de Francisco Granados, ex consejero de Esperanza Aguirre y líder de la trama Púnica, cuando el suyo era aún un caso aislado. Pero que aún le espera mucho trabajo no lo osaba dudar nadie en el palco de autoridades.
Confuso, como los tiempos que corren, fue también el cóctel tras el desfile dentro de la sede de la Comunidad. Lo mismo se podía brindar con Manuela Carmena o Ángel Gabilondo que con Terelu Campos y María José Cantudo. Y los mismos que pacientemente esperaban a hacerse un selfie con Albert Rivera luego posaban con Carmen Lomana. La regeneración ha llegado antes a la política que al elenco de celebrities.
Los más demandados en los corrillos, sin embargo, eran el ministro Íñigo Méndez de Vigo, con más fans ya que la Cantudo a juzgar por la de señoras tan aseñoradas que pedían hacerse fotos con él, y Pablo Casado, que se daba y quitaba importancia al mismo tiempo aprovechando que suena el rumor de su posible candidatura por el PP de Madrid. Más inadvertido pasaba José Luis Martínez-Almeida, sustituto de Esperanza Aguirre como portavoz del PP en el Ayuntamiento de Madrid, al que pocos reconocían todavía. Es lo que tiene la renovación.
En la celebración del Dos de Mayo más espinoso de los últimos años, desde luego el primero con un ex presidente de la Comunidad de Madrid en prisión, a Cristina Cifuentes no le hacía sombra ninguno de los presentes. En su declaración de guerra de la Independencia a la corrupción, sin embargo, más alargada era la sombra de los ausentes.
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