Mariano Rajoy ha dado tratamiento de líder de la oposición a Pablo Iglesias. En lugar de ningunearle, lanzando a la vicepresidenta y a sus ministros contra el líder de Podemos y su portavoz, Irene Montero, bajó a la arena para aceptar una batalla dialéctica que se prolongó más de ocho horas.
Iglesias es un animal político y el diseño de la moción (con dos discursos que, en conjunto, duraron cinco horas) tenía como fin agotar al contrincante y, al mismo tiempo, rentabilizar al máximo el foco mediático. Rajoy, que mantuvo el suspense sobre su intervención hasta el último momento, se presentó en el Congreso bien pertrechado de argumentos y de datos. No dejó nada a la improvisación. Sabía que iba a ser el centro de todos los ataques de Podemos e hizo de la necesidad virtud.
Las estrategias de ambos son distintas, pero la polarización les beneficia a los dos. Iglesias quiere ganar el liderazgo de la izquierda y, para lograrlo, utiliza de forma contundente y, a veces, brillante la poderosa artillería que le proporcionan los casos de corrupción que minan la credibilidad del Gobierno. Sabe que su moción no tiene opciones de ganar, pero sí que con ella puede aparecer ante una parte de la opinión pública como el político que lleva la iniciativa, el que de verdad quiere echar al PP de la Moncloa.
El líder de Podemos dio lo mejor de sí, aunque su moción ha constatado la incapacidad de Podemos de ser alternativa
Por su parte, Rajoy es consciente de que en Iglesias tiene a su mejor aliado. La confrontación le va bien al PP porque entre sus votantes Iglesias es el político que provoca más rechazo. Rajoy lo sabe y no podía dejar pasar la ocasión de sacarle rédito a esta oportunidad. Frente a la retahíla de citas históricas, anécdotas y enumeración de casos de corrupción y ejemplos de utilización de las instituciones del Estado en beneficio del Gobierno y de sus amigos, el presidente responde con flema: "Los españoles no quieren que usted les gobierne".
Es una realidad que pone de los nervios a los líderes de Podemos, pero que es irrebatible: en seis meses su partido perdió un millón de votos. "Cuanto más se les conoce, menos se les vota", remachó un Rajoy seguro de sí mismo.
Ésa es la gran frustración que encierra esta moción de censura para Podemos: la constatación de su soledad (sólo recibirá el apoyo de ERC y de Bildu), la certificación de que, como partido, es incapaz de generar consensos que sirvan para conformar una alternativa de gobierno.
Rajoy se defendió con solvencia, pero su intervención no borra los casos de corrupción que asolan a su partido
A pesar de la agresividad y la contundencia de los argumentos (algunos demagógicos, otros ciertos) de Montero e Iglesias, el presidente no salió debilitado de la sesión de ayer, más bien al contrario. Iglesias ha puesto toda la carne en el asador, ha demostrado su capacidad como parlamentario, pero no ha ganado ni un gramo de peso político.
Por su parte, Rajoy ha aguantado la andanada, se ha defendido con solvencia, pero su intervención no borra ni uno solo de los casos de corrupción que afectan a su partido.
El PSOE, aunque con su líder en el banquillo, tiene la ocasión de demostrar que, entre el continuismo de Rajoy y la enmienda a la totalidad sin alternativa de Iglesias, hay una vía que sí puede sumar apoyos y que, al mismo tiempo, está capacitada para conformar una opción solvente de gobierno.
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